La risa siempre ha sido enemiga de la religión. De eso trataba en esencia un libro tan conocido como "El nombre de la rosa" y ejemplos tenemos a lo largo de la historia de la intolerancia con quienes se mofaban de la Iglesia. Galeano, en su magnífico libro "Espejos", recoge un ejemplo muy revelador: Antonio José da Silva, un marionetista que vivió en Lisboa en el siglo XVIII, que hacía burlas de la Corona y de la Iglesia en sus actuaciones. Terminó en la hoguera.
Hoy día tenemos la suerte de que los que se ríen de la religión tienen asegurada publicidad gratuita de la Iglesia Católica, por lo que sus productos se venderán con mucha más facilidad, sean de la calidad que sean. Otro asunto es ofender a la religión islámica, donde parece que la historia no ha evolucionado.
En la película que nos ocupa, recomendada especialmente en estas fechas en las que nos sigue invadiendo la cursilería, la crítica resulta demoledora. Un hombre llamado Brian que vive una vida paralela con el mismísimo Jesucristo y es proclamado profeta a su pesar. La narración no corre a cargo de Plutarco, sino de los Monty Python y resulta ser una de las películas más divertidas de la historia, con multitud de momentos para recordar. Yo me quedo con Pijus Magníficus (el de la derecha, en la foto), entre otros muchos.
Recuerden que la religión se basa en el temor de lo que pueda ocurrir tras la muerte. Una buena ración de risas de esta índole es una buena medicina para estos temores. Al reirnos de lo sagrado, lo sagrado pierde su razón de ser. Que se lo digan a la casa real, que últimamente no hace más que ofenderse por las bromas más inocentes... Claro que sus contraataques en forma de libros con declaraciones explosivas son más piedras contra su propio tejado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario