lunes, 16 de mayo de 2016

EL LIBRO DE LA SELVA (1894), DE RUDYARD KIPLING Y DE JON FAVREAU (2016). EL PEQUEÑO SALVAJE.

Pocos escritores representan el espíritu - ideológico e histórico - de una época con tanta claridad como Rudyard Kipling. Ganador del Premio Nobel en 1907, la escritura de Kipling es la esencia del imperialismo británico, la justificación del paternalismo del hombre blanco que invade las tierras de las razas inferiores para gobernarlas sabiamente. No en vano, Christopher Hitchens lo calificó como un hombre de contradicciones permanentes, porque también en las novelas y relatos del autor de Kim encontramos una indudable simpatía por la gente humilde, por los que tienen que ganarse el pan honradamente con el sudor de su frente. Se acusa comúnmente a Kipling de escritor fascista, y es cierto que la ideología que se percibe en sus escritos inspiró a muchos fascistas. Sin ir más lejos, el famoso poema If, era el favorito de José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange. 

Acerca de la fama que adquirió en su tiempo, que hizo del escritor casi una institución del Imperio Británico, escribió George Orwell en sus Ensayos:  

"Rudyard Kipling fue el único escritor inglés popular de su siglo que no era al mismo tiempo un escritor rematadamente malo. Su popularidad, por descontado, era básicamente de clase media. En la típica familia de clase media de antes de la guerra, en particular en las familias anglo-indias, tenía un prestigio al que ningún autor de nuestros días ni siquiera se acerca. Era una especie de divinidad familiar con la que uno crecía y que uno aceptaba sin cuestionársela, tanto si le gustaba como si no."

A revitalizar la popularidad de El libro de la selva contribuyó poderosamente la película de Disney de 1967, que aprovechó la abundancia de poemas que contienen los cuentos para componer una serie de canciones hoy día muy famosas. En realidad la versión recién estrenada es una versión de ésta, más que del libro. Lo que está edulcorado en sus versiones cinematográficas, para reducirlo a una historia más asequible para los más pequeños, es la constante lucha por la supervivencia y la permanente presencia de la muerte de los relatos de Kipling. Por mucho que en esta selva imaginada existan leyes que todos deben respetar, los animales siguen matándose unos a otros para sobrevivir. Mowgli, el bebé perdido y criado por lobos, se convierte en un ser superior, porque en su naturaleza coexiste lo mejor del instinto animal con la racionalidad propia del ser humano. No importa que otros animales, como su enemigo, el tigre Shere Khan sea más fuerte y más ágil que él. El humano podrá vencerlo gracias a su paciencia y su astucia. 

Bien pudiera ser Mowgli un representante de la raza superior que acaba gobernando a los habitantes de la tierra que lo acoge, por poseer un sentido común y una sabiduría a la que los animales no pueden aspirar. Pero Mowgli también representa el permanente conflicto entre sus dos naturalezas. Aunque se siente a gusto en la selva, que es un medio al que se ha adaptado a la perfección, no puede sino sentir curiosidad por la civilización en la que nació. También hay que apuntar que Kipling no pierde oportunidad de lanzar un ataque directo contra las costumbres de la India profunda, en el episodio en el que los padres de Mowgli están a punto de ser quemados en la hoguera, acusados de brujos. Y justifica la presencia imperial con estas palabras irónicas:

"Los ingleses (...) eran gente de tan poco seso que no querían permitir que honrados labradores mataran en paz a sus brujos."

Es mejor leer El libro de la selva sin prejuicios ideológicos, disfrutando tan solo de la prosa de Kipling y de la originalidad de sus historias. Respecto a la adaptación cinematográfica de Favreau, a pesar de su escasa originalidad, merece la pena por el buen espectáculo que ofrece, por su perfecta integración de una selva virtual alrededor de un actor real, un Neel Sethi que se convierte en la auténtica estrella de la función.     

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