miércoles, 23 de marzo de 2011

EL CRISANTEMO Y LA ESPADA (1946), DE RUTH BENEDICT. SOBRE EL NOMBRE Y EL QUIEN DE LOS JAPONESES.


El gran terromoto y la gran ola del tsunami han dejado imágenes impresionantes de devastación, que todos tenemos en estos momentos en la retina. Pero lo más sorprendente ha sido la disciplinada y contenida reacción de los japoneses, que parecen actuar como un solo hombre para paliar los efectos del desastre. Nada mejor que leer este ensayo de Ruth Benedict, un encargo de estudiar antropológicamente al enemigo, realizado por el Ejército de Estados Unidos en plena Guerra del Pacífico, para comprender de donde viene esa manera de actuar, esa psicología tan peculiar. Me entero también de que el libro va a tener su importancia en uno de los episodios de la cuarta temporada de Mad Men... Razón de más para verla cuanto antes.

Aquí el artículo:
Las recientes imágenes del devastador terremoto en Japón han conmocionado al mundo. Ante tal nivel de devastación, agravado por una grave alerta nuclear, en otros países sus ciudadanos se hubieran lanzado al pillaje y pelearían por conseguir las ayudas que el gobierno envía a la zona. Los japoneses no son así. Son un pueblo disciplinado, que da preferencia al bien de la comunidad antes que al individual. No es la única característica de los habitantes de este país. ¿De donde proceden las peculiaridades del carácter de los japoneses? El libro de Ruth Benedict intenta responder esta cuestión.

En 1944, en plena guerra del Pacífico, que enfrentaba a Estados Unidos y Japón, las autoridades militares estadounidenses realizaron a Ruth Benedict un curioso e importante encargo: necesitaban un informe acerca de la cultura y costumbres del pueblo japonés, desde un punto de vista antropológico, con el fin de descubrir las debilidades del enemigo, como podía ser derrotado, en que condiciones pedirían la paz y cual sería la mejor manera de administrar un Japón ocupado ya en el postguerra.

Las condiciones en las que Benedict iba a encarar su estudio eran muy particulares. Evidentemente, le era imposible visitar Japón, pero sí que podía entrevistarse con japoneses que vivían en Estados Unidos y consultar las obras literarias y cinematográficas generadas por aquel pueblo. El primer enigma que tendría que esclarecer era el extraño contraste del carácter del japonés, tal y como es expresado en el prólogo de Ezra F. Vogel:

""Benedict quería averiguar por qué los japoneses estaban dispuestos a seguir luchando aun cuando sabían que estaban perdiendo la guerra, por qué estaban dispuestos a morir antes de dejarse capturar. Le desconcertaban las paradojas que observaba: un pueblo que podía ser cortés e insolente a la vez, rígido y al mismo tiempo permeable a las innovaciones, sumiso y sin embargo difícil de controlar desde arriba, leal y a la vez capaz de traicionar, disciplinado y, en ocasiones, insubordinado, dispuesto a morir por la espada y a la vez tan afectado por la belleza del crisantemo."

Los japoneses tradicionalmente han tenido una idea muy rígida de lo que significa la palabra jerarquía, es decir, que cada cual debe saber a la escala social a la que pertenece y comportarse en consecuencia. Esta doctrina fue aplicada por los militaristas para justificar su guerra de agresión para ordenar el mundo según su idea de jerarquía donde, por supuesto, Japón ocuparía la cima y establecería un protectorado en el resto de naciones asiáticas que deberían estar agradecidas por el hecho de que una nación tan grande se ocupara de ellas y le mostrara su lugar en el mundo. Una aberración a ojos occidentales, pero perfectamente lógica según la filosofía japonesa.

Para los dirigentes japoneses, la guerra contra Estados Unidos no era simplemente un conflicto entre naciones, sino un enfrentamiento del espíritu contra la materia, donde lógicamente tendría que salir victorioso el primero. Si los soldados, o los trabajadores estaban fatigados el lema era "Cuanto más agotados estén nuestros cuerpos, más se levantarán nuestra voluntad y nuestro espíritu por encima de ellos." Los reveses militares eran presentados al pueblo como consecuencia lógica de la estrategia seguida, como acontecimientos ya previstos por el Alto Mando, por lo que la fe en la victoria final no era nunca quebrantada, por muy mal que fueran las cosas.

Para entender la psicología japonesa, hay que hablar de varios conceptos. El giri es una de las virtudes primordiales de todo japonés. Significa un comportamiento digno frente a la familia y frente a los demás, con los que se tiene una deuda contraída, algo más o menos equivalente a la idea de honor, a la reputación personal:

"El estoicismo, el dominio de sí mismo exigido a un japonés que se respete, es una parte del giri hacia su nombre. La mujer no debe gritar durante el parto y el hombre debe sobreponerse al dolor y al peligro. Cuando las aguas inundan torrencialmente una aldea japonesa, toda persona que se respete a sí misma recoge las pertenencias que piensa llevar consigo y busca tierras más altas. No hay gritos, ni carreras alocadas, ni pánico."

El on sería la devolución de una deuda concreta contraída con otra persona. No saldar la deuda (que no tiene por qué ser monetaria) es algo vergonzoso. Hasta el más mínimo favor puede ser acreedor de on. Algo tan sencillo como invitar a un japonés a tomar una copa puede desencadenar en éste un on hacia su benefactor, que deberá ser satisfecho para relajar la conciencia:

"Los japoneses consideran que la principal tarea de la vida es cumplir con las obligaciones de cada cual. Aceptan plenamente el hecho de que devolver el on implica sacrificar los deseos o placeres personales. La idea de la búsqueda de la felicidad como meta primordial en la vida les parece una doctrina asombrosa e inmoral. La felicidad es una relajación a la que uno se entrega cuando puede, pero dignificarla hasta el punto de ponerla por encima de la familia y el Estado es bastante inconcebible."

Finalmente, el chu, es una deuda contraída con el emperador y el Estado por el mero hecho de nacer. Una variante de ésta sería el deber hacia la propia familia (el ko). A veces (y la literatura japonesa es muy aficionada a estos conflictos) se producen situaciones en las que chocan varios deberes, por ejemplo cuando el honor personal (giri hacia su nombre) es mancillado por alguien que ha de ser respetado por el chu. En muchas ocasiones el héroe, para volver a equilibrar el mundo, debe matar al calumniador y seguidamente suicidarse, por haber mancillado el chu al que estaba obligado.

Precisamente, fue el venerado emperador, por cuya obediencia los soldados se sacrificaban, quien instó a Japón a rendirse en un mensaje radiado. A partir de entonces, se produce un rápido cambio psicológico en la población, que pasa de considerar a los americanos el enemigo a colaborar plenamente con el ejército de ocupación y reconstruir un país que sea modelo ante el mundo de desarrollo pacífico. Apenas se dieron casos de agresión o de sabotaje contra el ejército ocupante. Ya los americanos habían tenido un precedente de esto a través de la gran cantidad de prisioneros que colaboraban desinteresadamente con ellos cuando sentían que habían muerto espiritualmente al haber fallado a su país.

El resto de la historia es conocida. Japón experimentó un resurgimiento económico rápido y asombroso, conservando sus tradiciones, pero encauzándolas hacia la paz. El comportamiento ante la catástrofe, que ha causado la admiración del mundo, es fruto de una gran tradición en la que prima el espíritu colectivo frente al individual, donde el sacrificio individual en pos de la comunidad es uno de los grandes valores. Con todos sus virtudes y sus defectos (no hay más que leer "Estupor y temblores", de Amélie Nothomb para tener noticia de estos últimos), nadie duda de que el pueblo japonés saldrá adelante y superará esta profunda crisis.

3 comentarios:

  1. Magnífico artículo que me ha permitido refrescar la memoria de cuando leí este libro hace tiempo. Las diferencias entre la cultura japonesa y la occidental son una buena muestra de cómo puede condicionarse la conducta mediante mandatos internos asumidos como consecuencia de un entorno diferente, sobre todo a partir de la infancia.

    Quizá una vez la humanidad asuma estas posibilidades de cambio y los medios que permiten realizarlas en el futuro se podrá crear una cultura mejor que la que tenemos y no nos dedicaremos simplemente a modificar pequeños detalles de las culturas nacionales heredadas.

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  2. Coincido, en gran parte, en las apreciaciones hechas por Fran. Efectivamente, el artículo es magnífico. También resulta vital asumir que, el condicionante de la conducta de un adulto, debe hallarse en su educación. Aquí vamos asumiendo poco a poco, la importancia de dicho concepto, no del todo llevado a la práctica en la educación escolar. Este retraso nos lastrará más, cuando nos sigamos preguntando dentro de unos años, ¿qué le pasa a este/a joven? Cuando el cambio empiece a ser efectivo, habrá que esperar generaciones enteras... aunque todo camino siempre tiene un comienzo.
    Nuestra educación (no ya solo occidental sino latina), no está preparada para comprender los valores del pueblo japonés. Aunque no todo son méritos. Fabrican los artefactos más modernos, pero su acervo cultural sigue anclado, en lo más sustancial, en el medievo. Nada se entiende si no en el honor y, actos para nosotros, intrascendentes, para ellos constituyen una verdadera deshonra. La cultura del sálvese quien pueda, es connatural en occidente y una deshonra insuperable para un japonés. Por eso nos asombramos tanto de su estoicismo ante la adversidad. No poco debemos aprender de una cultura, por más anacrónica que nos parezca, desterrando, eso sí, aquello viejo que nos sienta tan mal. Paradójicamente, para machista, no un latino sino un japonés. Esto forma parte de su reverencial respeto a las jerarquías. Obviando consideraciones político-sucesorias del Imperio, observan costumbres tan reprobables como que la mujer no solo pierde su apellido al casarse sino que también pasa a ser parte de la familia del esposo. El acoso laboral es comúnmente admitido, el toqueteo en los atestados medios de transporte se soluciona segregando a hombres y mujeres en distintos vagones...
    Puestos a heredar culturas, aprovechemos, tan solo, los valores que nos permitan convivir en igualdad y respeto.
    Saludos.

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  3. Muchas gracias a los dos por tan fértiles comentarios. Son un complemento estupendo para el artículo, y poco más tengo que añadir yo.

    Cordiales saludos a ambos.

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