sábado, 4 de septiembre de 2010
EL AFINADOR DE PIANOS (2002), DE DANIEL MASON. LAS TINIEBLAS DEL IMPERIO BRITÁNICO.
Edgar Drake es un hombre pacífico, un hijo de la civilización que habita en el Londres de finales del siglo XIX sin haber salido prácticamente de él. Edgar apenas se interesa por nada que no tenga que ver con su mundo: es especialista en afinar los prestigiosos pianos Erard, por lo que cuando su gobierno le pide que vaya a Birmania, en el otro extremo del mundo para afinar el piano de un comandante militar, va a comenzar un viaje que le hará descubrir que el mundo no se acaba en las interioridades de los Erard.
El libro de Mason consta de dos partes claramente diferenciadas: la primera de ellas es el viaje de Edgar, unos capítulos eminentemente descriptivos, donde el personaje disfruta de la lentitud del viaje y de los paisajes que tiene oportunidad de contemplar. La segunda parte, con la llegada a su destino va a ser muy distinta: los acontecimientos van a poner a prueba el temple del afinador, pues su misión no va a ser tan sencilla como pudiera parecer en un principio.
El planteamiento de "El afinador de pianos" recuerda poderosamente al de "El corazón de las tinieblas", de Joseph Conrad: un occidental que es enviado desde la civilización a tierras salvajes y desconocidas para encontrarse con un líder militar carismático, cuya estancia en un lugar exótico le ha hecho tomar decisiones poco ortodoxas respecto a lo que de él se espera.
El Kurtz de esta novela es Anthony Carroll, un médico y militar de caracter humanista que está encargado del puesto militar más destacado (y más expuesto al ataque de los indígenas) del noreste de Birmania. Se trata de un hombre carismático, pero muy ambiguo tanto en sus palabras como en sus actuaciones. Carroll es un seductor nato, pero es posible que dicha seducción sea un instrumento de sus propios intereses... Sin duda se trata del mejor personaje de la novela, el que está mejor dibujado en sus contradicciones. ¿Se trata de un pacifista o de un ser ávido de poder? No es una bestia sin apenas humanidad como Kurtz, pero aún así el lector se mantiene permanente alerta ante sus acciones.
La novela de Mason resulta una lectura agradable, a ratos interesante, por la información tan exhaustiva que obtenemos acerca del funcionamiento del Imperio Británico en su época de mayor esplendor, pero también es una novela descompensada, con apabullantes descripciones de la cultura birmana o de su paisaje que a veces alteran el ritmo de la narración. La transformación del personaje de Edgar, al que la aventura le hace actuar de un modo desconocido hasta entonces es algo abrupta en un ser tan civilizado y dócil y el final algo forzado. En todo caso, el conjunto de la novela es lo suficientemente sugestivo como para justificar su lectura. Dejo aquí un fragmento que me resultó particularmente curioso. Han pasado más de cien años, pero el hombre todavía no es capaz de resolver problemas cuya resolución es bien sencilla:
"El opio, por ejemplo. Antes de la rebelión sepoy, cuando la Compañía de las Indias Orientales administraba nuestras propiedades en Birmania, su cultivo se incentivaba incluso, porque su venta resultaba muy lucrativa. Pero siempre ha habido una tendencia a vedarlo o gravarlo con impuestos, por parte de los que objetaban que tenía "efectos corruptores". El año pasado, la Sociedad para la Prohibición del Comercio del Opio exigió al virrey que lo ilegarizara. Su demanda fue rechazada sin mucho alboroto. Eso no debería sorprendernos; es uno de nuestros mejores productos comerciales en la India. Y la verdad es que con prohibirlo no se consigue nada: los mercaderes empiezan a pasarlo de contrabando por mar. Los traficantes son muy inteligentes, por cierto. Meten el opio en bolsas y las atan a unos bloques de sal; si les registran el barco, no tienen más que arrojar el cargamento al agua. Pasado cierto tiempo, la sal se disuelve, y el paquete sale a la superficie."
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Good pictures.
ResponderEliminarhttp://nossasviagenspelobrasil.blogspot.com/