La sustancia pretende ser una reflexión acerca del culto al cuerpo y a la juventud en esta era de redes sociales en la que todo queda obsoleto enseguida y las novedades con inmediata fecha de caducidad se suceden. La protagonista es una madura actriz que ganó en su momento el Oscar, una vieja gloria que ahora protagoniza un espacio televisivo de aerobic, al estilo de Jane Fonda en los años ochenta. La tentación se le aparece a través de la sustancia del título, un compuesto químico que promete a quien se la administre desdoblar su cuerpo y sacar del mismo una versión joven y perfecta de sí misma. Según aseguran las escuetas instrucciones las dos personas son la misma, aunque no pueden convivir, sino que deben relevarse cada semana. Aquí es donde empiezan los problemas, puesto que la versión joven empieza una arrolladora carrera como modelo y necesita más tiempo para atender a sus numerosos compromisos, lo cual pronto degenera en un conflicto entre dos personas que presuntamente son la misma. Obviando el hecho absurdo que una persona tome una sustancia de origen desconocido, a solas, sin ningún control médico, los resultados de esta decisión resultan bastante poco beneficiosos para su protanista, puesto que ese otro yo se vuelve alguien independiente que ataca al cuerpo maduro original que le estorba en cuanto a sus decisiones vitales (¿quién podría vivir una existencia coherente habitando el mundo una semana sí y la otra no?). Aunque al principio la película se ve con interés, por la salvaje crítica al mundo actual que contiene, el último acto de la misma se convierte en un festival gore sin sentido. Los homenajes se suceden en La sustancia: El doctor Jekyll, Frankenstein, El retrato de Dorian Gray e incluso el hombre elefante se dan cita en esta cinta desmesurada que al final no es más que un guion de serie B con presupuesto y pretensiones, una película que debería haber mantenido el rumbo de la crítica social y no al gore insustancial que la remata.
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