Maravillosa evocación de una infancia en un territorio hostil, Belfast es un retrato de los años más duros del conflicto de Irlanda del Norte desde los ojos de un niño. Frente a la hostilidad de un ambiente de Guerra Civil, Buddy se aferra a su familia y a sus amigos para seguir siendo feliz, para seguir habitando esa calle que rezuma buena vecindad pero que a la vez está cortada por una barricada permanente. También es importante para el protagonista la evasión que le proporciona el cine, ese vistazo de dos horas a otros mundos muy diferentes al suyo y que alimenta las fantasías de juegos posteriores. Durante hora y media Branagh consigue despertar la empatía del espectador por esa familia atrapada en un conflicto en gran parte absurdo. Aquí se retrata con suma eficacia a unos personajes que aman su ciudad por encima de todo y que comprenden a sus gentes, pero que a su vez se ve arrastrada a tomar partido por uno de los bandos, lo que hace que se planteen - como muchos otros - la emigración. Rodada en un exquisito blanco y negro y dotada de un tono clásico que favorece a la historia, Belfast es quizá, junto a Hamlet, el mejor trabajo de Kenneth Branagh como director, quizá porque se nota que ha puesto su alma al servicio de evocar su propia biografía en una época oscura que para él, por estar en la mejor edad, también fue luminosa.
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