martes, 4 de mayo de 2021

HAPPYCRACIA (2018), DE EDGAR CABANAS Y EVA ILLOUZ. CÓMO LA CIENCIA Y LA INDUSTRIA DE LA FELICIDAD CONTROLAN NUESTRAS VIDAS.

Hace quince años se estrenó en los cines En busca de la felicidad, una película protagonizada por Will Smith, que contaba la historia de Christopher Gadner, un hombre que partiendo de una situación de miseria y desesperación absolutas - sin trabajo, sin casa, abandonado por su mujer y al cuidado de su hijo - consiguió hacer realidad su sueño: convertirse en una de las personas más influyentes de Wall Street. ¿Y cómo consiguió tal hazaña? Pues simplemente luchando y haciendo uso de la fuerza de optimismo individualista inusitado. Para los promotores de la industria de la felicidad, Christopher Gadner, que es un personaje real, es el resumen del sueño americano, la constatación de que cualquiera puede realizar sus metas con solo desearlo. La moraleja que se quiere hacer llegar al público en general es que el éxito individual es solo responsabilidad de uno mismo, que solo depende de esforzarse lo suficiente y creer que es posible llegar a dónde nos hayamos propuesto. Como es lógico, ni el Estado, ni la sociedad ni las crisis económicas tienen responsabilidad en tus fracasos. Únicamente tú mismo.

En los últimos años muchos psicólogos norteamericanos se han esforzado en otorgar una cédula de respetabilidad a esta pseudociencia. Esto quiere decir que cualquier persona, aunque esté mentalmente sana, puede hacerse acreedora de sus servicios, puesto que, según ellos, se puede aprender a ser feliz. Un cuando uno es ya feliz, se puede seguir aprendiendo a aumentar la felicidad personal. Esto, que tan bien suena sobre el papel, que tanta motivación parece regalar a cualquier ciudadano, tiene un reverso oscuro que ya hemos sugerido: deja la entera responsabilidad de la construcción de esa vida ideal al ciudadano, convirtiéndose en un poderoso instrumento de la ideología ultraliberal:

"Aparentemente, la desigualdad social ya no va acompañada de resentimiento sino de una especie de «factor de esperanza» en virtud del cual el éxito de los más favorecidos se percibiría como un incentivo de mejora social y económica por parte de los que lo son menos. En este sentido, nuevos estudios apuntan en la dirección de que cuanto mayores son las desigualdades, más felices parecen ser los ciudadanos, ya que más expectativas de mejora social y económica se abren ante ellos."

En esta nueva realidad, el trabajo asalariado pasa a convertirse en una cuestión de proyectos personales, de creatividad y de emprendimiento, es decir, de precariedad para quienes no tienen capacidad de venderse en un mercado cada vez más competitivo y de reciclarse cada vez que es necesario, así como para quienes no cuentan con fondos para invertir en su formación. La fuerza laboral de antaño pasa a convertirse en capital humano. Esta filosofía acaba trasladándose a todos los aspectos de la vida cotidiana: también la búsqueda de pareja se transforma en una cuestión de saber venderse en las redes sociales o la salud en una cuestión de hábitos de vida, en una responsabilidad del propio individuo, en suma. 

La búsqueda de la felicidad a toda costa acaba siendo una carrera de autoculpabilización y continua ansiedad. Todo conspira para enseñarnos que el resto son triunfadores y nosotros nos hemos quedado atrás, porque no hemos sido capaces de hacer uso de nuestra fuerza interior. Hoy ya es casi obligatorio mostrar nuestra felicidad en las redes sociales, para probar ante los demás que no somos unos fracasados. Los problemas de cualquier índole quedan para el ámbito más íntimo y no deben ser mostrados, solo superados a base de voluntad. Libros y más libros de autoayuda, conferencias y vídeos de Youtube nos machacan con el mismo mensaje, que es aceptado sin rechistar por cualquiera que no quiera mostrarse ante los demás como un incapaz. Esto consigue que en las crisis económicas como la del 2008 el número de emprendedores se multiplique, no porque de pronto a la gente le germine mágicamente una vena empresarial, sino porque la situación no les deja otra salida, lo cual contribuye a hundir aún más a la mayoría de ellos, que comienzan un proyecto sin tener mucha idea de las implicaciones de su decisión.

Últimamente, ante esta nueva crisis que llama con insistencia a nuestra puerta, el gobierno ha adoptado en su discurso el término resiliencia, es decir, la capacidad individual de sobreponerse a situaciones difíciles. Aunque en principio parece que estas alocuciones están dirigidas a la sociedad en su conjunto, para salir juntos del momento difícil, no es descartable que se acabe transformando en una apelación a la responsabilidad individual cuando los recursos del Estado no den más de sí y haya que empezar a pagar la factura del enorme déficit que estamos generando. Los próximos meses serán cruciales para observar si los Estados tiran por el camino fácil del discurso positivo y motivador o si verdaderamente desarrollan planes para ayudar a quienes peor lo están pasando, organizando esa poderosa maquinaria que es la administración en favor de los mismos. Como ya sucedió con Sonríe o muere, de Barbara Ehrenreich, Happycracia se erige como un valioso libro-denuncia acerca de unas doctrinas prácticas que, más que buscar la felicidad del ciudadano, estimulan aún más sus niveles de ansiedad ante situaciones difíciles de las que ellos no son responsables.

2 comentarios:

  1. Claro, la resiliencia existe, y es más que conocida en quienes tras sufrir, no sólo se recuperan sino que crecen. Pero esta crisis me recuerda aquella de Reinventarse, bien cercana aún. Será muy dura, y ojalá me equivoque.

    Un abrazo, y gracias por esta reflexión tan razonada.

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  2. Esperemos que, aunque sea dura, dure menos que la anterior¡Saludos!

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