miércoles, 28 de agosto de 2019

LA MUERTE DEL PADRE. MI LUCHA I (2009), DE KARL OVE KNAUSGÁRD. LA LITERATURA DEL YO.

Escribir acerca de uno mismo debe ser el ejercicio más fácil y a la vez más difícil de la literatura. A la facilidad de acceder al material (solo hay que pasear un poco por los propios recuerdos) se opone un lógico sentimiento de pudor que obstaculiza el deseo de hablar de la propia intimidad y la de los seres queridos, que no tienen por qué ver expuestas sus miserias en un texto literario. Parece ser que Karl Ove Knausgárd se liberó a sí mismo de dichos prejuicios a la hora de emprender su magno proyecto novelístico: nada menos que contar su vida con un estilo minucioso, atento al detalle y que no hace ascos a los recuerdos más nimios y aparentemente intrascendentes de la propia existencia. Quizá la clave que le llevó a ello fue una especie de distanciamiento de los sentimientos respecto a los hechos del pasado:

"Hasta que me mudé a Estocolmo tenía la sensación de que en mi vida había una continuidad, como si se extendiese ininterrumpidamente desde la infancia hasta el presente, enlazada siempre por nuevas relaciones, en una compleja e ingeniosa configuración en la que cada fenómeno que veía era capaz de evocar un recuerdo que despertaba en mí intensos sentimientos, algunos con un origen conocido, otros no. Gente con la que me encontraba que venía de ciudades en las que yo había estado, viejos conocidos, todo formaba una red densamente tejida. Pero cuando me mudé a Estocolmo, ese exceso de recuerdos se hizo cada vez más raro, y un día cesó por completo. Es decir, todavía podía recordar, lo que ocurría era que los recuerdos ya no despertaban nada en mí. Ninguna añoranza, ningún deseo de volver, nada. Sólo el propio recuerdo, y una especie de aversión casi imperceptible ante todo lo que tenía que ver con él."

La grandeza de Knausgárd estriba en que le importa poco que el lector se sienta cómodo con lo que cuenta o con cómo lo cuenta. A él le interesa la evocación, la exploración de sí mismo, si cuando pensaba en ciertas cosas un coche pasaba junto a su ventana e incluso el color de ese cohe o si iba rápido o lento. Pero entre todo este manantial de palabras se encuentra el tesoro, la relación del autor con su familia y sobre todo con su padre, un personaje extraño que un determinado momento se desliga de sus seres queridos y sigue existiendo para ellos, pero ya como un ser etéreo y misterioso, que habita en su propio mundo y que poco a poco se va volviendo más y más alcohólico, más y más aislado hasta su trágica autodestrucción final. Después de pasarse un tiempo deseando su muerte, el protagonista se desespera en el proceso de duelo, porque el pasado inmediato del progenitor es demasiado doloroso como para ser evocado: basta con contemplar las huellas de basura y cochambre que ha dejado en casa de su traumatizada abuela. En cualquier caso, el propio Knausgárd confiesa en una entrevista que la escritura no le ha servido del todo como ejercicio terapeútico, pero sí para sentirse más libre:

"El miedo me viene de mi padre. De lo autoritario que era. Escribí Mi lucha para liberarme de él, y no sé si lo he conseguido. Pero sí he entendido que la vida tiene reglas y la literatura no, que hay una vulnerabilidad esencial en lo literario que permite desmantelarlo todo. En ese sentido, la literatura es lo opuesto al fascismo, y a cualquier sistema. Es un no sistema, un espacio de libertad en el que todo es posible."

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