martes, 27 de febrero de 2018

CIVILIZACIÓN (2011), DE NIALL FERGUSON. OCCIDENTE Y EL RESTO.

Todavía hay quien cree en el determinismo histórico, en la inevitabilidad de los sucesos que han ido jalonando los siglos hasta llegar a lo que somos ahora. Solo hace un siglo, teorías racistas y eugenésicas poblaban los ámbitos académicos más prestigosos de occidente, y hablaban de la superioridad de la raza blanca, que con tanta facilidad había creado los imperios británico y francés, que cubrían medio mundo con su benéfica influencia civilizatoria. Esto ocurría precisamente cuando Europa estaba a punto de conocer la más bárbara de las guerras entre los países más avanzados de aquel tiempo. Bien es cierto que Europa sobrevivió a otro conflicto posterior, aún más devastador, y siguió afianzada algunas décadas más, junto con Estados Unidos, como tierra prometida del bienestar. Últimamente, sobre todo a raíz de la crisis económica de 2008, las tornas parecen estar cambiando y la preponderancia económica mundial va deslizándose, con paso lento pero seguro, a China y otros países asiáticos, aunque todavía está por ver que esa tendencia suponga una hegemonía indiscutida en los próximos tiempos, pero si Asia consigue ponerse definitivamente por delante, tendrá que hacerlo utilizando las mismas armas que cimentaron el éxito de los europeos.

En Civilización, un ensayo elegantemente escrito y concebido, el historiador Niall Ferguson trata de responder a la pregunta de por qué Occidente, ganó una absoluta preponderancia mundial a partir de finales del siglo XV. El escritor británico establece claramente qué elementos deben fomentarse para lograr progreso y crecimiento económico: competencia, revolución científica, imperio de la ley, medicina, sociedad de consumo y ética del trabajo. Desde luego es éste un camino tortuoso y que puede estar repleto de desigualdades y abusos a otros pueblos. La conquista y colonización de América es un buen ejemplo de ello: los resultados finales en el norte y en el sur fueron muy diferentes por ser distintos los actores implicados, pero en ambos casos quedó un reguero de sangre manchando el camino del proceso: el que dejaron los perdedores: indígenas, esclavos y colonos pobres. Ferguson no oculta ninguna de estas manchas negras (la historia nunca ha sido un camino de rosas), pero prefiere ser optimista respecto a los resultados finales de todo ello:

"La clave aquí es que el diferencial entre Occidente y el resto del mundo fue de índole institucional. Europa occidental superó a China debido en parte a que en Occidente había más competencia tanto en el ámbito político como en el económico. Austria, Prusia y, más tarde, incluso Rusia se hicieron más eficaces administrativa e incluso militarmente porque el entramado que dio lugar a la revolución científica surgió en el mundo cristiano, pero no en el musulmán. La razón de que a las antiguas colonias de Norteamérica les fuera mucho mejor que a las de Sudamérica fue que los colonos británicos establecieron en el norte un sistema de derechos de propiedad y de representación política completamente distinto del creado por los españoles y los portugueses en el sur. (...) Los imperios europeos pudieron penetrar en África no solo porque disponian de la ametralladora Maxim; también inventaron vacunas contra enfermedades tropicales a las que los africanos seguían siendo igual de vulnerables."

A estos elementos habría que sumar otro mucho más dudoso, del que se habla bastante en Civilización: la religión, sobre todo en su vertiente protestante. Como ya estudió ampliamente el sociólogo Max Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo, es posible que ciertas creencias posibiliten que los intercambios comerciales se realicen en un clima de confianza y se estimule el trabajo duro. Aunque es algo que todavía está por probar, Ferguson insinua que el auge, lento pero seguro, del cristianismo en China, es un acicate para consolidar el círculo virtuoso de intercambios comerciales y crecimiento. En apoyo de esta tesis, incluye unas sorprendentes declaraciones de un gran empresario chino:

"Hoy, me decía, hay escasez de confianza en China. Los funcionarios públicos suelen ser corruptos, los socios comerciales te engañan, los trabajadores roban a sus patronos, las muchachas jóvenes se casan y luego desaparecen con unas dotes ganadas con gran esfuerzo (...) Pero Zhang considera que se puede confiar en sus correligionarios cristianos, porque sabe que son trabajadores y honestos. Como ocurriera en Europa y la Norteamérica protestantes de los primeros días de la revolución industrial, las comunidades religiosas ejercen un doble papel: como redes crediticias, y como fuentes de abastecimiento para correligionarios creyentes solventes y de confianza."

No todos los sistemas creados por Occidente han sido efectivos, solo hay que tomar el ejemplo del comunismo, que durante décadas fue considerado el antídoto perfecto contra los males del capitalismo, pero terminó fracasando de manera estrepitosa. El capitalismo liberal parece el único vencedor en la batalla de las ideas, a pesar de tratarse de un sistema imperfecto: crea riqueza, pero ésta termina en pocas manos, a no ser que exista un Estado fuerte capaz de redistribuirla. Además, si no se establecen controles, el crecimiento incontrolado acabará devorando los recursos del planeta y facilitará un desastroso cambio climático, quizá la mayor amenaza existente a nuestra forma de vida. La fórmula de equilibrio a mi entender más humana creada hasta el momento, la socialdemocracia de tipo nórdico, también está en crisis. De las tendencias que sepamos encauzar en el presente depende nuestro futuro inmediato.

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