El otro día, cuando celebrábamos el club dedicado a la película Spotlight, surgió el tema de cómo se vive la religión en esta tierra y concluimos que, a pesar de lo que se diga, vivimos en una sociedad que casi podría denominarse politeísta. Aunque casi nadie va a misa, las vírgenes y santos siguen siendo venerados con fervor, casi como si cada una de ellas formase parte de un panteón de dioses y cada cual eligiera la que mejor se adapta a sus necesidades. Muchos de los que se declaran creyentes, ni siquiera conocen la doctrina más básica de la religión a la que dicen pertenecer. Solo se ven atraídos por la magia que emana de las imágenes, por una posibilidad de trascendencia que cada cual se imagina como quiere. Bien es cierto que la iglesia católica, aprovecha para barrer para casa y catalizar este fenómeno en su provecho. Sin embargo, puede que estas creencias tan personales que se generalizan cuando no hay presión social para pertenecer a una religión y cumplir con sus dogmas, sea parte de la lógica de la evolución de la religión, asunto al que Robert Wright dedica este magnífico volumen.
La evolución cultural funciona como caldo de cultivo de muy diversas posibilidades, de las que van sobreviviendo las que más se adaptan al medio, las que tienen la suerte de ser mejor acogidas en un determinado momento histórico. Cuando las tribus de cazadores recolectores, que hasta entonces han seguido generalmente creencias animistas, van uniéndose y organizándose como cazicazgos - gracias a la invención de la agricultura - la religión pasa a ser plenamente un instrumento de control social, la medida por la que se juzga cuando un individuo se ha salido de la norma y constituye un elemento distorsionador de la convivencia. La religión no solo se ha transformado en algo utilitario, sino que se ha adaptado a la evolución cultural, ajustándose a las necesidades de un nuevo status quo.
Acercándonos a los orígenes de nuestra tradición religiosa, el Dios de Israel, al principio convivió con los dioses de los pueblos vecinos, pero poco los israelitas fueron estimando que, sin negar a los demás, su Dios era el más poderoso (monolatría), para acabar concluyendo en que era el único existente (monoteísmo). La evolución de la religión, o, lo que es lo mismo, la evolución de la historia humana es palpable en la diferencia radical en el mensaje divino del Antiguo Testamento - celos, venganza, irracionalidad - con el mensaje de amor que se atribuye a Jesucristo. Aunque, según Wright, Jesús fue un profeta apocalíptico judío que nunca soñó con fundar una religión de carácter mundial, Pablo, que conocía bien los entresijos del Imperio Romano, tuvo la genialidad de extederla a cualquiera que quisiera pertenecer a la misma, fundar una especie de hermandad en la que todos sus miembros se distinguieran por su adscripción a una serie de principios, lo que no solo estimula la fe, sino también las relaciones comerciales que tienen su base en la confianza mutua, creándose así un círculo virtuoso en el que el crecimiento de sus miembros es continuo:
"La confianza, base fundamental para cualquier transacción y que en la actualidad aparece salvaguardada por los códigos legales y la existencia de tribunales, en la antigüedad también residía en parte en las leyes, pero en gran medida dependía de la fe en la integridad de los individuos. La pertenencia a un mismo grupo religioso contribuía de forma importante en el sustento de esa buena fe."
Como todas las religiones, el cristianismo practicó un mensaje de amor, tolerancia y sacrificio hasta que asumió el poder terrenal. Como muchas instituciones humanas, la religión que se siente robusta, trata de imponer sus dogmas por la fuerza. El mensaje victimista se deja para las épocas de dificultades. Con todo esto, el mensaje del autor es que la institución de la religión ha creado para el ser humano más beneficios que maldades al ser humano, pues al final Dios ha evolucionado hacia un ser absolutamente bondadoso, el ideal al que deberían acercarse cada vez más nuestras sociedades, que, a pesar de todo lo que se diga, viven un momento histórico bastante aceptable si lo comparamos con épocas anteriores. En cualquier caso, la gran pregunta acerca de si la religión ha sido o no beneficiosa seguirá siempre siendo objeto de debates:
"Sigue habiendo gente que piensa que la religión es beneficiosa para
la sociedad pues proporciona consuelo y esperanza ante el dolor y la
incertidumbre, ayudando a que venzamos nuestra tendencia natural al
egoísmo al ofrecernos una cierta cohesión comunal. Y por otro hay quien
cree que la religión es un instrumento de control social, una
herramienta en manos de los poderosos para ampliar su dominio - un
instrumento que entumece a la gente y que justifica la explotación ("el
opio de las masas"), eso cuando no es directamente un elemento que
aterroriza a los individuos."
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