lunes, 9 de enero de 2017

LA BUSCA (1904), DE PÍO BAROJA. LA LUCHA POR LA VIDA.

Aunque ahora no nos demos cuenta del inmenso progreso que hemos alcanzado los españoles en las últimas décadas, basta asomarse a la novela de Baroja, que describe el Madrid de hace cien años, para advertir que la sociedad de principios del siglo XX se encontraba profundamente dividida en capas sociales, entre las que abundaban las de los miserables, que poblaban los barrios del sur de la capital, en los que centra su mirada La busca. La de Baroja es una narración que toma como excusa la evolución temporal y moral de un personaje para describir un mundo sórdido, repleto de pícaros, buscavidas e indigentes, cuya única meta era sobrevivir en el día a día. Unos intentaban practicar una vida honrada, intentando ganarse la vida con oficios de lo más humilde y muchos otros emprendían una existencia más o menos criminal, repleta de pequeños hurtos y delitos menores, que permitían una existencia algo más cómoda - o un poco más viciosa -, pero mucho más arriesgada y violenta. 

El protagonista, Manuel, llega a la capital desde un entorno rural que no le ofrece futuro alguno. En Madrid va a descubrir que ganarse el pan de cada día es insospechadamente duro. Los barrios del sur, por los que va a moverse, ofrecen un panorama todavía decimonónico, de profundo atraso, sin apenas intervención de las autoridades para aliviar tanta miseria. Todo esto lo aprovecha Baroja para ofrecer descripciones magistrales de ambientes de extrema pobreza - que sin duda debió conocer de primera mano -, como una de las viviendas, un patio de vecinos tradicional, una forma de vida hoy día idealizada por algunos, en el que habitan muchos de los personajes:

"Hallábase el patio siempre sucio; en un ángulo se levantaba un montón de trastos inservibles, cubierto de chapas de cinc; se veían telas puercas y tablas carcomidas, escombros, ladrillos, tejas y cestos: un revoltijo de mil diablos. Todas las tardes, algunas vecinas lavaban en el patio, y cuando terminaban su faena vaciaban los lebrillos en el suelo, y los grandes charcos, al secarse, dejaban manchas blancas y regueros azules del agua de añil. Solían echar también los vecinos por cualquier parte la basura, y cuando llovía, como se obturaba casi siempre la boca del sumidero, se producía una pestilencia insoportable de la corrupción del agua negra que inundaba el patio, sobre la cual nadaban hojas de col y papeles pringosos."

Entre conflictos permanentes, envidias y algún que otro gesto noble, la pequeña sociedad formada por el patio de vecinos sale adelante. Algunos de ellos deben hacerse vendedores ambulantes para sobrevivir. Baroja tiene la oportunidad de ofrecernos un magnífico retrato del rastro, una institución que ha llegado con buena salud a nuestros días:

"Había algunos de éstos con trazas de mendigos, inmóviles, somnolientos, apoyados en la pared, contemplando con indiferencia sus géneros: cuadros viejos, cromos nuevos, libros, cosas inútiles, desportilladas, sucias, convencidos de que nadie mercaría lo que ellos mostraban al público. Otros gesticulaban, discutían con los compradores; algunas viejas horribles y atezadas, con sombreros de paja grandes en la cabeza, las manos negras, los brazos en jarra, la desvergüenza pronta a salir del labio, chillaban como cotorras."

En realidad Manuel se nos muestra como un ser más bien pasivo, que se deja llevar por los acontecimientos sin quejarse demasiado, aceptando en cada momento las situaciones que la vida le impone, aunque poco a poco va intuyendo que algún día tendrá que tomar decisiones importantes: si va a seguir la vida fácil del criminal, a la que le animan sus amigos o va a intentar dar el salto a una existencia más respetable y estable, saliendo de la trampa vital que le impusieron sus humildísimos orígenes. Se puede decir que la formación del protagonista ha tocado todos los ángulos y estratos de la miseria madrileña. Ahora solo cabe subir peldaño a peldaño una empinada escalera que le llevará a un destino incierto, pero que no puede ser peor que lo ya experimentado, una evolución que se verá en el resto de novelas que conforman la trilogía.

Para terminar, no puedo resistirme a dejar aquí este párrafo, la descripción de un desagradable lance taurino que hace que Manuel salga de la plaza de toros asqueado, después de haber sido invitado por el ser que más odia en el mundo: 

"Los monosabios acercaron el caballo al toro. Éste, de pronto, se acercó: el picador le aplicó la punta de su lanza, el toro embistió y levantó al caballo en el aire. Cayó el jinete al suelo, y lo cogieron en seguida; el caballo trató de levantarse, con todos sus intestinos sangrientos fuera, pisó sus entrañas con los cascos y, agitando las piernas, cayó convulsivamente al suelo."

Leer a Baroja nos enfrenta, como sucede con Galdós, con nuestro pasado, con la realidad de un país construído sobre la miseria más extrema. En este sentido, La busca es, además de una novela plenamente realista, una auténtica lección de historia.  

2 comentarios:

  1. Nos sorprende que tarde llegó la conciencia de la higiene en casi toda Europa.Tan solo entre las gentes de las clases sociales mas favorecidas se cumplía un aseo cotidiano. Acaso ello también explique las pestes que se padecieron tras la guerra del 14, que cundió en varios continentes, donde se decía de familias enteras que murieron en sus propios domicilios.Es positivo darse cuenta de cómo se mal vivía y mal moría en nuestra Península.

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  2. "las pestes que se padecieron tras la guerra del 14"

    Quizá se refiera a la pandemia de gripe de 1918

    https://es.wikipedia.org/wiki/Pandemia_de_gripe_de_1918

    Esta terrible epidemia no tuvo que ver, parece, ni con la higiene ni con la falta de cuidados preventivos. Pero en esa época, de todas formas, aún faltaban los antibióticos y persistían enfermedades relacionadas con la falta de higiene, como el cólera. Aunque faltaba Fleming, sin embargo Pasteur ya había llegado.

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