Los occidentales nos tenemos por la civilización más avanzada del mundo y no carecemos de argumentos para sostener dicha creencia. Europa puede presumir de haber visto desarrollarse a la civilización griega, cuna de la filosofía, a la romana, fundamento del derecho moderno, de haber acogido en su seno a la ilustración, auténtico origen de los derechos humanos que gozamos hoy en día. A pesar de la crisis que nos ha azotado recientemente, Europa sigue siendo una isla en la que, a pesar de todos los peros que queramos poner, la democracia ha triunfado casi plenamente y en ella tienen cabida ciudadanos de las más distintas religiones, filosofías y creencias. Sin embargo, un peligro acecha en el horizonte, cuyo poder de destrucción se nos mostró en toda su crudeza el 11 de septiembre de 2001: los bárbaros habitan ocultos entre nosotros y en cualquier momento pueden mostrar su auténtico rostro y provocar una nueva matanza. El miedo, un sentimiento que no se lleva excesivamente bien con la razón, puede llegar a cegarnos y de hecho ya lo está haciendo si lo relacionamos con la llegada masiva de refugiados que huyen de la guerra de Siria, asunto que Europa está gestionando de manera desastrosa.
El 11 de septiembre fue un gran triunfo para Bin Laden, no solo porque logró su objetivo de provocar una matanza, sino porque consiguió algo mucho más ambicioso: que Estados Unidos lanzara una ofensiva global "contra el terrorismo", invadiendo países, secuestrando ilegalmente a presuntos terroristas y practicando la tortura sistemáticamente: la mejor manera de conseguir nuevos enemigos y prolongar el conflicto indefinidamente. La nación que todos creen civilizada se deja llevar fácilmente por la barbarie y deja atrás aquellas normas que lo definen como un país más avanzado en pos de una venganza ciega que golpea por igual a culpables e inocentes:
"El miedo a los bárbaros es el que amenaza con convertirnos en bárbaros. Y el mal que haremos será mayor que el que teníamos al principio. La historia nos lo enseña: el remedio puede ser peor que la enfermedad. Los totalitarismos se presentaron como un medio para curar los errores de la sociedad burguesa, pero engendraron un mundo mucho más peligroso que el que combatían. Sin duda la situación actual no es tan grave, pero no deja de ser inquietante. Todavía estamos a tiempo de cambiar la orientación."
A pesar de que el libro fue publicado antes de que comenzase la guerra de Siria y la consiguiente crisis de refugiados, Todorov ofrece recetas válidas para afrontar la situación con serenidad y sin incitaciones a temer al otro, al desconocido (algo que está practicando la canciller Angela Merkel casi en solitario y que le está suponiendo un alto coste político). A pesar de todo, es difícil acertar plenamente ante una situación semejante. Europa tiene capacidad para acoger a millones de refugiados, pero la mayor parte de su población no está dispuesta a asumir los sacrificios - quizá no demasiado graves, pero reales - que tal medida supondría, sobre todo porque el miedo a atentados terroristas de elementos que viajen camuflados entre dichos refugiados está muy asentado. Además existe el problema del choque cultural, como una especie de sentimiento de superioridad que rechaza a otras civilizaciones como inferiores. Lo estamos viendo con un reforzamiento del nacionalismo: salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, auge de los partidos de ultraderecha, llegada de Trump a la Casa Blanca. Las circunstancias parecen querer jubilar a la vieja idea de tolerancia, en la que se fundan gran parte de nuestros principios. Muchos quisieran construir un muro en torno a su presunto bienestar y dejar de lado al resto del mundo:
"Una cultura que incita a sus miembros a tomar consciencia de sus tradiciones, pero también a saber tomar distancia de ellas, es superior (y por tanto más civilizada) que la que se limita a alimentar el orgullo de sus miembros asegurándoles que son los mejores del mundo y que los demás grupos humanos no son dignos de interés."
Los llamados "terroristas" suelen pensar que su violencia no es más que la respuesta a otra violencia anterior. Pero jamás hay que olvidar la experiencia que sufrimos solo algunas décadas atrás, cuando uno de los pueblos más civilizados del planeta, el alemán, se transformó en una máquina de destrucción basada en un infame concepto de raza superior. Eso nos recuerda que jamás hay que bajar la guardia y que hay que tender la mano al necesitado, venga de donde venga. La llamada "guerra contra el terrorismo" jamás se vencerá conquistando países y construyendo muros, sino dando ejemplo de respeto a los derechos humanos, dejando actuar a los servicios de inteligencia y a la policía, dejando al margen en lo posible a los ejércitos. No nos enfretamos a una guerra en el sentido convencional del término, sino más bien a una poderosa organización criminal a la que hay que vencer sobre el terreno, sí, pero también en el campo de batalla de las ideas y de la conciencia. Después de todo somos humanos, cometemos errores, pero algunos son más irremediables que otros. Que la civilización europea siga siendo motivo de orgullo y una luz frente a las tinieblas del oscurantismo que sigue amenazándonos con la poderosa arma del miedo:
"Ninguna cultura es en sí misma bárbara, y ningún pueblo es definitivamente civilizado. Todos pueden convertirse tanto en una cosa como en la otra. Es lo propio de la especie humana."
¡Gracias por la reseña, Miguel!
ResponderEliminarHace unos meses leí un fragmento de un texto de Todorov para un trabajo universitario y, desde ese día, ando con ganas de leerlo con mas atencion. Creo que voy a empezar por este libro.
Te recomiendo también "La vida en común", muy, muy bueno. ¡Saludos!
ResponderEliminarSobre "La vida en común"
ResponderEliminarhttp://unpocodesabiduria21.blogspot.com.es/2014/12/la-vida-en-comun-1995-tzvetan-todorov.html