Cuando somos niños nos gusta jugar a la guerra. No por la idea de matar al prójimo, sino para sentirnos como héroes. La mentalidad infantil necesita identificarse con un modelo que resuma una especie de idea de perfección a la que se aspira. Y nada mejor que ser alguien temido y respetado al mismo tiempo, un virtuoso de la violencia, pero que solo usa ésta para impartir justicia. Así se sienten muchos jóvenes cuando son llamados a filas. En muchas ocasiones su entorno participa de este entusiasmo dando ánimos al futuro héroe, al defensor de la patria, de la familia, del modo de vida occidental. Esto hace que en muchos casos, el encuentro con la realidad del campo de batalla, con el auténtico rostro de una violencia infernal que no respeta a nadie sea un golpe demasiado amargo de digerir.
De esto trata en parte El cazador, de la brutal pérdida de la inocencia por parte de tres amigos que parten a la guerra de Vietnam. Quizá Michael (Robert de Niro), un joven serio que busca la excelencia en todos sus actos, sea el que esté a priori más preparado para tan dura prueba. Sus otros dos amigos van a quedar desquiciados y su destino va a ser muy oscuro. Antes de la brusca inmersión en el averno de Vietnam Cimino se recrea - quizá demasiado - en un retrato costumbrista de un episodio de la vida de los jóvenes en la pequeña ciudad en la que habitan: la celebración de la boda de uno de ellos y la juerga, casi de adolescentes, que se corren para celebrarlo, además de servir también de despedida ante la inminencia de la partida hacia la guerra. Es relevante que por allí se encuentren algunos veteranos de la Segunda Guerra Mundial. Esta fue la guerra buena, de la que todo el mundo comprendía su sentido. Aunque todavía no lo saben, los jóvenes van a partir a un conflicto absolutamente impopular, cuyos veteranos van a ser, para muchos, unos auténticos apestados, unos asesinos de niños.
Las escenas bélicas se centran en el trauma de la captura de los tres amigos por el Vietcong: son obligados a participar en un juego macabro, una ruleta rusa en la que son el objeto de diversión de los enemigos, que apuestan quién será el primero en meterse una bala en el cerebro. Estos son los momentos más míticos de la película, los que se han instalado en el inconsciente colectivo. Los que querían ser héroes son vilipendiados y utilizados como meros juguetes. Los cazadores se han convertido en la presa y, aunque sobrevivan a la experiencia, su existencia jamás volverá a ser la misma. A pesar de cierta descompensación en su narrativa, del dibujo un poco difuminado de sus personajes, El cazador es una de las más hermosas obras que se han realizado acerca de la amistad. El posible sacrificio personal que asume Michael cuando vuelve a Vietnam a rescatar a su amigo es un gesto absolutamente noble. Al final, todo se ha vuelto más oscuro. Las risas, la juerga han perdido su razón de ser. Ahora, los ojos de un ciervo que está a punto de morir por mano del hombre adquieren pleno sentido.
Alguna crítica leí de esta peli, que decía que era demasiado conservadora, centrándose en el sufrimiento de unos chicos muy masculinos a manos de unos infames salvajes. Supongo que se podrá decir que las historias hay que contarlas por partes, y que primero había que contar esa parte. Está muy bien contada.
ResponderEliminarEstá muy bien contada, pero hay un poco de desequilibrio entre sus distintas historias y los escenarios donde transcurren, pero por lo demás no hay nada que reprochar.
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