La literatura de ciencia ficción en su vertiente distópica está para advertirnos de futuros posibles (esperamos que no probables) en los que la Humanidad ha llegado a un estado radicalmente opuesto al destino que consideramos digno de las generaciones futuras. Lo mejor de Congreso de futurología, novela que se inscribe plenamente en esta tendencia, es el tono humorístico que le imprime el autor, presente en toda la narración, pero que milagrosamente no tapa ni un ápice el problema de fondo que le interesa plantear a Stasnislaw Lem: qué sucederá cuando la ciencia alcance un estadio (en este caso se trata de extraordinarios avances químicos) que permita a la gente abstraerse de la gris realidad y crear su propio mundo en el que no exista el sufrimiento y todo sea a imagen y semejanza de la propia idea de perfección.
Lo cierto es que los primeros capítulos de Congreso de futurología no son demasiado prometedores. El autor polaco nos introduce en una orgía de violencia y huidas que parecen no llevar a parte alguna. Pero qué equivocado estará el lector que llegue hasta la mitad del libro. A partir de ahí el relato cambia de tono y se convierte en una magistral descripción de una sociedad dominada por unos productos químicos capaces de crear prácticamente cualquier ilusión en su usuario. Cualquiera puede ser Jesús o Mahoma, o llevar a cabo las más recónditas fantasías sin restricción alguna. Uno puede ser dueño hasta del día y la noche y del tiempo atmosférico. El problema es que ésta no es la realidad. ¿O sí lo es? Porque ¿cómo podemos estar seguros de que lo que vivimos en nuestra existencia cotidiana es auténtico y no una creación de nuestra mente? Esta tesis ya fue planteada por Platón hace veinticinco siglos y sigue presente en debates filosóficos y científicos. En los últimos años se popularizó a través de una película como Matrix. Además surgen voces en la comunidad científica, todavía muy tímidas, que teorizan que nuestro mundo podría ser una construcción virtual de una inteligencia mucho más poderosa, aunque sería muy difícil probar esta afirmación.
Como he dicho más arriba, la narración de Lem es plenamente disfrutable por su ácido (y nunca mejor dicho) sentido del humor. Porque entrar inadvertidamente en la era de la psicoquímica puede tener consecuencias indeseadas para un novato. Los bancos la utilizan para cobrar sus deudas, las empresas para enviar publicidad brutalmente subliminal y los jefes para estimular el sentido del deber en sus empleados. También se puede ser víctima de bromas pesadas como ésta:
"La velada resultó muy agradable, pero me gastaron una broma idiota.
Uno de los invitados —¡si supiera quién!— me metió en mi té una pizca de
convertina-credibilina y en el acto sentí una tal adoración hacia mi
servilleta que me puse a improvisar en alta voz una nueva teodicea.
Bastan unas cuantas gotas de esa condenada substancia para que uno
empiece a creer en lo primero que se presenta: la cuchara, la lámpara,
los pies de la mesa, etc. Mi sentir místico era tal que me puse de
rodillas para rendir culto a los cubiertos. Fue entonces cuando mi
anfitrión me ayudó: bastaron doce gotas de cabecina, una nueva sustancia
que infunde un escepticismo tan frío, una tal pasividad ante lo que
sea, que hasta un condenado se dejaría cortar la cabeza sin murmurar."
Respecto a la película del autor de Vals con Bashir, se trata de una adaptación muy libre de la novela de Lem, puesto que también quiere ser todo un homenaje a la actriz Robin Wright. Folman sigue explorando la integración narrativa de imágenes reales con las técnicas más avanzadas de animación y crea momentos realmente emocionantes en contraste con otros realmente aburridos. El congreso es una obra tan ambiciosa como irregular, puesto que no consigue la magia que sí se logró en su anterior producción, quizá porque quiere hablar de demasiadas cosas sin profundizar realmente en ninguna: los cambios que se avecinan en el cine, los sentimientos de la protagonista ante la devastadora enfermedad de su hijo, además de todos los que trata Lem en su novela. Merece la pena su visionado, pero es mejor hacerlo sin grandes expectativas, porque El congreso funciona más como experimento cinematográfico que como una historia que realmente llegue al espectador.
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