En una Europa amenazada por un triunfo total del fascismo, el golpe de Estado sucedido en nuestro país el 18 de julio de 1936 suscitó todo tipo de pasiones, adhesiones y rechazos. Militantes de los más diversos partidos políticos o jóvenes idealistas viajaban a España para pelear en lo que se intuía iba a ser el primer capítulo de una guerra mucho más generalizada. George Orwell llegó a Barcelona pocos meses después de iniciadas las hostilidades y se incorporó a la milicia del POUM que defendía el frente de Aragón. La experiencia vivida en España quedaría marcada en su ser el resto de su vida e inspiraría sus dos obras más conocidas, escritas en los años posteriores: Rebelión en la granja y 1984.
Los primeros capítulos de Homenaje a Cataluña se dedican a describir la situación del frente en el invierno de 1936-37. Lejos de constituir una fuerza militar imponente, las milicias del POUM eran un ejército irregular en el que era más importante la práctica ideológica que la militar. Se trataba de unos miles de hombres penosamente armados, con fusiles viejos y bombas de mano que resultaban casi tan peligrosas para su portador como para el enemigo. Apenas había ametralladoras y la artillería brillaba por su ausencia. Además, las comidas eran inadecuadas y los hombres pasaban un frío atroz por falta de equipo adecuado. Pronto los uniformes se convertían en raídos trozos de tela que no eran sustituidos y los soldados pasaban a tener un aspecto zarrapastroso. Sin embargo entre la milicia del POUM imperaba una camaredería y espíritu igualitario que mantenía muy alta la moral de la tropa. Por suerte, el ejército que tenían enfrente no se encontraba en mucha mejor condición. En la época que estuvo Orwell el frente de Aragón no era un teatro de operaciones prioritario para ninguno de los dos bandos, por lo que el escritor solo pudo participar en escaramuzas, lo cual no quiere decir que no se expusiera constantemente al peligro, como prueba el balazo que acabó recibiendo en la garganta.
De la situación tragicómica del frente dan idea estas líneas, en las que se describe la miseria de los hombres de nuestra tierra como sólo un cronista inglés de la época podía hacerlo:
"En esta época se sumó a nosotros una sección de andaluces. No sé cómo llegaron hasta este frente. La explicación aceptada es que habían huido de Málaga a tal velocidad que se habían olvidado de detenerse en Valencia; pero esta explicación se debía a los catalanes, que despreciaban a los andaluces como a una raza de semisalvajes. Sin duda, los andaluces eran muy ignorantes, casi todos analfabetos, y ni siquiera parecían saber lo único que nadie ignora en España: a qué partido pertenecían. Creían ser anarquistas, pero no estaban del todo seguros, quizás fueran comunistas. Eran pastores o aceituneros, tal vez, de aspecto rústico, nudosos, con los rostros profundamente curtidos por el feroz sol meridional."
Pero, con ser auténticamente magistral la descripción de lo vivido en el frente, lo que en verdad le interesa a Orwell relatar - y denunciar - son las luchas intestinas que se produjeron dentro del bando Republicano, cuyo epicentro fue la ciudad de Barcelona y de las que fue testigo directo. Pero antes de que esto ocurriera, se sucedieron los viajes de hospital en hospital y una milagrosa recuperación de una herida muy peligrosa, circunstancia de la que los amantes de la literatura estamos muy agradecidos. El regreso a la capital catalana no fue fácil y el autor vuelve a tomarse con humor - para un inglés la puntualidad de los trenes es algo sagrado - la forma de hacer las cosas imperante en nuestro país:
"Una mañana se anunció que los hombres de mi sala partirían ese mismo día hacia Barcelona. Logré enviar un telegrama a mi esposa, anunciándole mi llegada. Poco después, nos metieron en varios autobuses y nos llevaron a la estación. Cuando el tren ya había arrancado, el enfermero del hospital que viajaba con nosotros por casualidad nos informó que no íbamos a Barcelona, sino a Tarragona. Supongo que el maquinista había cambiado de idea. "¡Típicamente español!", pensé. También fue muy español que aceptaran detener el tren para que yo pudiera enviar otro telegrama, y aún más español, que éste nunca llegara."
Lo cierto es que Orwell tuvo oportunidad de experimentar uno de esos momentos tenebrosos de la historia que después denunciaría con tanto acierto en sus escritos, una de esas circunstancias en la que la mentira es capaz de ganar incontestablemente una batalla a través de la difusión de un punto de vista absurdo de la realidad que se convierte en una verdad incontestable. Que el POUM fuera acusado de ser un agente oculto del fascismo dentro del frente Republicano era algo racionalmente insostenible, dadas las circunstancias y el sacrificio diario de sus milicianos, pero dicha acusación fue interiorizada - como debían hacerlo los habitantes de Oceanía en 1984 - como la más lógica de las verdades por miles de militantes comunistas. En consecuencia, se organizó una terrible represión contra los miembros del POUM, que a punto estuvo de alcanzar al propio Orwell, que si logró escapar indemne de nuestro país fue más gracias a la fortuna que a cualquier otro factor.
El escritor británico tiene la decencia de explicar al lector que si él escribe sobre los hechos es porque fue testigo de los mismos, aunque reconoce que un testigo es un ser siempre parcial, sobre todo porque es imposible que sea capaz de interpretar todos los matices de unos hechos muy complejos. Pero eso no obsta para que denuncie el totalitarismo de Stalin y cómo el dirigente soviético fue capaz de importar a España el método de las purgas que tan buenos resultados le había dado para establecer un reinado de terror y consolidar su poder personal. Buena parte de los días pasados en Barcelona en plena guerra civil dentro de la guerra civil son de una gran confusión. Los bandos están tan divididos que si no fuera por las banderas que se exhiben en las fachadas, nadie sabría a quien pertenece cada edificio. En realidad no se trató de una lucha terrible - sí que lo fue la represión posterior - pero sí que es verdad, tal y como denuncia Orwell, que estos hechos constituyeron una valiosíma ventaja propagandística y militar para el verdadero enemigo, el bando franquista.
De Homenaje a Cataluña, crónica personal e histórica verdaderamente magistral, podemos quedarnos con esta tenebrosa moraleja, que sigue teniendo una siniestra vigencia en nuestros días, como casi todo lo que escribió el autor de 1984:
"Uno de los rasgos más repugnantes de la guerra es que toda la propaganda bélica, todos los gritos y las mentiras y el odio provienen siempre de quienes no luchan."
Una observación curiosa es que Orwell presupone que si el fascismo triunfa en España sería también más generoso y amable que en Italia y en Alemania, pues pensaba que tales rasgos caracterizaban especialmente a los españoles. Sin embargo, el fascismo italiano no fue especialmente cruel.
ResponderEliminarY el español sí que lo fue...
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