El joven Ryszard Kapuscinski estaba obsesionado con una idea: cruzar la frontera. Habiendo nacido en Polonia, vivido la Segunda Guerra Mundial en su niñez y la imposición de un Estado comunista en su juventud, el futuro escritor anhelaba poder conocer mundo, aunque fuera visitando algún país vecino. La oportunidad le llegó cuando la agencia de noticias estatal para la que trabajaba le envió a la India. Para el joven periodista, que no conocía ni el idioma ni las costumbres de aquella nación, la experiencia de entender lo que sucedía en una sociedad tan compleja, que acababa de alcanzar la independencia, fue tan difícil como fascinante. A partir de ahí, el ansia de viajar jamás le abandonaría y los sentimientos que le impulsaban a cruzar nuevas fronteras, a descubrir nuevos paisajes y conocer nuevas gentes jamás le abandonarían:
"También me llamó la atención el silencio que reinaba en las zonas fronterizas. Aquel misterio unido al silencio me atraía y me intrigaba. Me sentía tentado a asomarme al otro lado, a ver qué había allí. Me preguntaba qué sensación se experimentaba al cruzar la frontera. ¿Qué sentía uno? ¿En qué pensaba? Debía de tratarse de un momento de gran emoción, de turbación, de tensión. ¿Cómo era ese otro lado? Seguro que diferente. Pero ¿qué significaba «diferente»? ¿Qué aspecto tenía? ¿A qué se parecía? ¿Y si no se parecía a nada de lo que yo conocía y, por lo tanto, era algo incomprensible e inimaginable?"
Pero casi tan importante como sus experiencias viajeras y sus aventuras resultó ser su encuentro con Heródoto. Para Kapuscinski el padre de la Historia, que vivió en una época tan remota como el siglo V Antes de Cristo, se configura a través de sus palabras como un alma gemela, como un guía que le dice al periodista cómo debe actuar, como indagar en busca de la verdad, una misión en la que ambos, separados por dos mil quinientos años, se mostraron incansables. La vida de Heródoto es increible. Aunque, como es lógico, existen muchos puntos oscuros en su biografía, la inmensa obra que nos legó es el fruto de un auténtico genio, de un hombre que hizo del mundo entero - el conocido en aquel entonces - su hogar y se consagró a contar su historia. De la pluma de Heródoto, que indaga en sus viajes de todas las fuentes posibles, surgen entonces batallas, amores, crueldades, historias de amistad y de traición. La única condición es que sean verdaderas, que se trate de hechos del pasado que merezca la pena preservar a través de la escritura. Pero es el propio Heródoto el que explica, en el primer párrafo de su libro, la naturaleza de su trabajo:
"Heródoto de Halicarnaso va a presentar aquí frutos de sus
investigaciones llevadas a cabo para impedir que el tiempo borre la
memoria de la historia de la humanidad, y menos que lleguen a
desvanecerse las grandes y maravillosas hazañas, así de los griegos como
de los bárbaros. Con este objeto refiere una infinidad de sucesos
varios e interesantes, y expone con esmero las causas y motivos de las
guerras que se hicieron mutuamente los unos a los otros."
Así pues, durante todos los años en los que trabajó como corresponsal en diversos puntos de África, Asia o América, Kapuscinski emprendió siempre dos viajes al mismo tiempo: el que le ofrecía la misma realidad que podían contemplar sus ojos y el viaje en el que - no menos interesante - se embarcaba cada vez que, en un momento de paz, abría su volumen de Heródoto. El griego es una fuente inagotable de sabiduría, autor de uno de esos libros que pueden acompañarle a uno durante toda su existencia y no acabar jamás de decir todo lo que tiene que decir. Heródoto le estimula y le anima a seguir el camino, un camino que es el verdadero hogar del periodista. El viaje perpetuo es una enfermedad que persigue a Kapuscinski (como lo hizo en su momento con Heródoto), incluso en los periodos prolongados en los que permanecen en un mismo lugar.
Viajes con Heródoto es, quizá, el libro más personal de Kapuscinski, en el que habla más de sí mismo. Con ese estilo tan ameno al que nos tiene acostumbrados, el escritor viaja del siglo XX, en la época de la descolonización, que coincide con sus primeros reportajes, a las épocas más oscuras de la Edad Antigua, que fueron en parte iluminadas por la pluma de Heródoto. Como todos sus otros escritos, éste destila entusiasmo por el ejercicio del que considera mejor oficio del mundo: la búsqueda y el testimonio de la verdad sazonado por una infinita capacidad de asombro:
"A decir verdad, no sabemos lo que incita al hombre a recorrer el mundo. ¿Curiosidad? ¿Anhelo irrefrenable de aventura? ¿Necesidad de ir de asombro en asombro? Tal vez: la persona que deja de asombrarse está vacía por dentro; tiene el corazón quemado."
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