Truman Capote es uno de los escritores más populares del siglo XX, uno de esos intelectuales icónicos como Ernest Hemingway o Albert Camus a los que muchos, aunque no sean lectores habituales, pueden reconocer sin dificultad en una fotografía. Capote vestía como un dandy y su presencia era imprescindible para dar brillo a cualquier fiesta organizada por la alta sociedad de su tiempo.
Pero lo que aquí nos interesa más es que el autor estadounidense concibió con A sangre fría un nuevo género literario, hazaña que no está al alcance de cualquiera. Se trata de la novela de no ficción o novela testimonio, que pretende ser una especie de reportaje periodístico, puesto que lo que narra se ciñe estrictamente a sucesos reales, pero con una vertiente literaria muy acusada, ya que el narrador es un ser omnisciente, que puede entrar en la mente de sus personajes y exponernos sus pensamientos. Con esta técnica el escritor logra que el lector sea capaz de vivir unos hechos que son expuestos fríamente en los reportajes periodísticos convencionales, aunque, desde mi punto de vista, se corre el riesgo de perder la objetividad que es imprescindible en el ejercicio de la profesión.
A sangre fría sigue los pasos de dos delincuentes, Dick Hickcock y Perry Smith, cuya terrible historia fue portada de todos los diarios de Kansas, puesto que asesinaron, sin motivo aparente, a una de las familias más conocidas y respetadas de la población rural de Holcomb. En sus primeros capítulos, Capote nos describe la vida cotidiana de las víctimas, los Clutter, cuya existencia transcurre durante un anodino día normal, sin saber que esa misma noche serán brutalmente asesinados. Dick y Perry habían sido compañeros en prisión y no tenían nada de especial. Perry, a quien Capote llegó a conocer muy bien, por las muchas horas pasadas entrevistándole en el corredor de la muerte, es quizá el más sensible de los dos y el que cuenta con un pasado más traumático, algo que es posible que le influencie a la hora de enjuiciar su errático y violento comportamiento, un fenómeno que el mismo criminal intuye:
"Con el paso del tiempo se había familiarizado con la vida de la plaza
del Palacio de Justicia, con sus parroquianos y sus costumbres. Los
gatos, por ejemplo: aquellos dos escuálidos gatos grises que aparecían
siempre al anochecer y rondaban la plaza, parándose a inspeccionar los
coches aparcados en su periferia, conducta que lo tuvo intrigado hasta
que la señora Meier le explicó que los gastos buscaban los pájaros
muertos que habían quedado enganchados en la rejilla de los radiadores
de los coches. A partir de entonces le resultó doloroso contemplar sus
maniobras.
—Porque he pasado la vida haciendo lo que ellos hacen. El equivalente."
Dick es un tipo mucho más astuto en apariencia, un estafador consumado que no estaba destinado a participar en un asesinato, pero que es incapaz de echarse atrás una vez tomada una decisión. En realidad Dick y Perry se alimentan el uno al otro a la hora de realizar sus acciones. Ambos mantienen una curiosa relación de amor y odio, de admiración y desprecio, que resulta determinante a la hora de ejecutar tan espantosos crímenes. Los Clutter son unas víctimas circunstanciales, absolutamente inocentes, que han tenido la mala fortuna de penetrar en los pensamientos del obsesivo Dick. Es de destacar la frialdad de ambos a la hora de asesinar a personas indefensas, alimentados por la excitación del crimen y la impunidad de la que creen gozar. Se trata de una acción pobremente planificada, pero bien ejecutada, ya que apenas deja cabos sueltos de los que puedan tirar los investigadores y habrán de pasar varias semanas para que la fortuna les eche un cable y permita la captura de los asesinos, sobre todo porque la policía busca motivación donde apenas existe.
Nos encontramos en los años cincuenta, una época tradicionalmente descrita como de inocencia del pueblo estadounidense, si nos atenemos a las costumbres de la cada vez más opulenta clase media. Es posible que dichas descripciones sean exageradas o deban contener muchos matices, sobre todo a tenor del gran número de veteranos de la Segunda Guerra Mundial y de Corea que componían la población y de la amenaza permanente de ataque nuclear que suponía la Guerra Fría. No obstante, si la comparamos con la de veinte años después, mucho más cínica y descreída, sí que podemos suponer que la publicación de A sangre fría supondría un impacto enorme en la cultura del país, ya que se exponían sin tapujos las motivaciones (o falta de ellas) de unos asesinos nihilistas.
Aquí ya no cabe una visión romántica del criminal, al estilo de Bonnie y Clyde, sino la exposición sórdida y realista de unos hechos terribles e incomprensibles para la mayoría de la gente, fruto de una investigación de años, emprendida por Capote junto a su amiga Harper Lee, autora de Matar a un ruiseñor, así como la repercusión en el seno de la comunidad en la que han sucedido. Ni siquiera respecto a la pena de muerte el autor toma posición, limitándose a describir fríamente el ambiente del corredor de la muerte y la ejecución de la sentencia. Únicamente se vislumbra un cierto afán en que al menos se tenga en cuenta el pasado del criminal, algo determinante a la hora de analizar su conducta:
"Un pasado que refleja una extrema violencia bien imaginaria, bien observada en la realidad o verdaderamente experimentada por el niño, encaja en la hipótesis psicoanalítica según la cual exponer al niño a estímulos abrumadores antes de que sea capaz de dominarlos está estrechamente ligado a defectos prematuros en la formación del yo, y posteriormente, a serios trastornos del dominio de los impulsos. En todos estos casos, había pruebas de graves frustraciones emotivas en la infancia. Estas frustraciones pudieron derivar de la ausencia prolongada o repetida de uno o ambos progenitores, de una vida familiar caótica en que los padres eran desconocidos o de un abierto rechazo del niño por parte de uno o ambos padres por lo que el niño fue educado por extraños… Se notan trastornos en la organización afectiva. Muy sintomático es el hecho de que exhibían una tendencia a no experimentar ira o cólera, asociada a una acción violentamente agresiva."
La película de Richard Brooks, uno de los directores más injustamente olvidados de Hollywood, dotado de una exquisita capacidad de adaptar grandes obras literarias, refleja a la perfección el ambiente desasosegante que impera en la novela. Destaca por una excelente utilización del blanco y negro, por un respeto casi absoluto al contenido de la obra de Capote y por dos momentos magistralmente filmados, dotados de gran tensión: la masacre de la familia Clutter y la muerte de los dos asesinos en la horca. Robert Blake y Scott Wilson ofrecen una memorable interpretación como Perry Smith y Dick Hickcock.
Algunas obras que siguieron -con mayor o menor similaridad- el patrón de "A sangre fría":
ResponderEliminar"La canción del verdugo", de Norman Mailer
"Felices como asesinos", de Gordon Burn
"El adversario", de Emmanuel Carrere
Son todas historias muy bien contadas que se centran en casos criminales. Claro que no todas las historias de no-ficción deben tratar sobre crímenes. En todos casos, éstas son buenas historias.
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ResponderEliminarAquí mi artículo sobre "El adversario":
ResponderEliminarhttp://elhogardelaspalabras.blogspot.com.es/2010/09/el-adversario-2000-de-emmanuel-carrere.html