En un artículo publicado en el diario El Universal, al hilo de los recientes atentados en París, el periodista Ricardo Alemán nos recuerda que en su país, México, hace años que libra una lucha contra un terrorismo a primera vista diferente, pero incluso más devastador: el que practican los narcotraficantes en su guerra permanente contra bandas rivales, contra el Estado y contra la población en general. Se trata de una cuestión tan antigua como de imposible resolución si no se actúa en coordinación con otros países y escuchando a aquellas voces que claman por la legalización bajo el control de los distintos Estados. Pero hoy por hoy, eso es imposible. La droga es presentada ante la ciudadanía como el mismísimo demonio y la guerra contra la misma como una cruzada que no puede ser cuestionada en modo alguno. Mientras tanto siguen produciéndose todos los días víctimas inocentes y los asesinos, ebrios de poder y de dinero, corrompen a los funcionarios o los atemorizan. México, o al menos partes de su territorio, padecen un presente funesto y un futuro incierto.
Pero la película de Denis Villeneuve no pretende aportar soluciones, sino realizar un retrato hiperrealista de la situación actual en la frontera de Estados Unidos con su vecino del Sur para que el espectador saque sus propias conclusiones, siguiendo la trayectoria de Kate Mercer, una agente del FBI especializada en secuestros, que es fichada por un alto cargo de la CIA para que les ayude en la lucha fronteriza contra el narcotráfico. El mundo en el que se movía Kate era ya de por sí aterrador, pero nada la había preparado para lo que se va a encontrar ahora, sobre todo cuando aborde su primera misión: formar parte de un convoy que va a entrar a la peligrosa Ciudad Juarez para trasladar a Estados Unidos a un importante miembro de uno de los principales cárteles mexicanos. El corto y tenso viaje equivale a penetrar en las antesalas del infierno: recorrer las calles de una urbe en guerra permanente de todos contra todos y en las que exhiben colgados bien altos los cadáveres mutilados de las víctimas más recientes. Además sus compañeros Alejandro (Benicio del Toro) y Matt Graver (Josh Brolin) resultan casi tan inquietantes como los sicarios que presuntamente esperan escondidos para emboscarlos.
Desde que se incorpora a su nuevo destino el princial sentimiento de Kate es una profunda desorientación, porque en ningún momento (salvo en la última parte de la película) llega a conocer cuál es su papel en el operativo dispuesto para una misión con no pocos puntos oscuros. Y en este sentido el personaje interpretado por Emily Blunt peca de demasiado ingenuo, como si hasta aquel momento su experiencia policial se hubiera movido exquisitamente en los márgenes de la ley y no pudiera caberle en la cabeza que la lucha contra el narcotráfico, tal y como está concebida en la actualidad, es sin duda una guerra sucia, puesto que el enemigo no ofrece concesiones.
Sicario es una película extraordinariamente bien dirigida, que es capaz de manejar la tensión de muchas escenas (como la que transcurre en Ciudad Juárez) de manera magistral, así como dotar de verosimilitud a sus momentos de acción. Bien es cierto que peca de cierto abuso de los tópicos que abundan en este tipo de temáticas (y se me ocurre remitirme, sin pensarlo mucho, a películas recientes como Salvajes, de Oliver Stone y El consejero de Ridley Scott, así como a la literatura de Cormac McCarthy), aunque en esta ocasión se intenta profundizar más en aspectos de la vida al otro lado de la frontera. El film del director de Prisioneros nos deja claro que la existencia de muchos habitantes de México está marcada por la violencia que impone el narcotráfico y que a lo más que puede aspirar el gobierno de Estados Unidos es a que estas actividades se desarrollen en un cierto orden, con violencia de baja intensidad. Que las últimas imágenes de Sicario se dediquen a las próximas generaciones, dice mucho del futuro de un problema que se antoja eterno.
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