Después de haber leído numerosas obras de Benito Pérez Galdós (Miau, Misericordia, Fortunata y Jacinta, Nazarín, La de Bringas, Tormento, La desheredada, Doña Perfecta, El amigo Manso, El doctor Centeno, Marianela, La Fontana de Oro...) mi autor favorito sigue logrando el prodigio cotidiano de sorprenderme en cada nueva novela que leo suya. Para mí leer a Galdós supone abstraerme de la realidad, como pocos autores lo consiguen, y vivir durante unos días instalado en un Madrid decimonónico descrito y narrado con todo tipo de detalles. Algo solo al alcance de un observador agudo y minucioso de la realidad, capaz de analizarla, descomponerla y ajustarla a unos tipos humanos absolutamente creíbles, a los que las visicitudes de la existencia les afectan igual que a nosotros y cuyo destino jamás es previsible. El autor canario es nuestro gran naturalista, el cronista fidedigno de todos los ambientes de un Madrid ambicioso, trágico y a la vez repleto de vida e ilusiones por parte de los representantes de las distintas clases sociales que lo habitan.
Lo prohibido recoge la narración en tono autobiográfico de José María Bueno de Guzman, un rentista soltero perteneciente a buena familia que deja Andalucía para instalarse en Madrid. Una vez allí tomará conocimiento de sus primas segundas: María Juana, la más sabia y equilibrada, Eloísa, por la que pronto se siente atraído y Camila, la que menos se atiene a las reglas sociales, la más salvaje. Pronto seducirá a la apetecible Eloísa e iniciará con ella una relación adúltera, mientras el inocente de su marido se dedica a organizar obras benéficas. Eloísa ama sinceramente a José María, pero está aún más enamorada de la vida de lujo que le proporciona la pequeña fortuna de su amante. El protagonista está tan ciego de amor y lujuria que no advierte que está perdiendo buena parte de sus divividendos en satisfacer los caprichos de su prima segunda. Y es que Eloísa es víctima del gran mal de la sociedad matritense de su tiempo: un materialismo desaforado que lleva a las familias pudientes a endeudarse con tal de aparentar una vida opulenta que en muchos casos no se pueden permitir. Las comidas que se organizan en la alta sociedad no son más que una excusa para mostrar los nuevos bienes adquiridos, mientras los comensales cuchichean y se critican unos a otros.
Mientras tanto a José María se le disipa el deseo por Eloísa y se empieza a fijar en Camila, a la que estima presa fácil. Camila, la más pobre de las hermanas, vive austeramente junto a su marido, un hombre un poco bruto y nada instruido, pero cuyo carácter posee un fondo de bondad inaccesible para la mayoría de la gente que les rodea. Además Camila se va a mostrar inesperadamente como una mujer virtuosa, que resiste sin problemas todos los asaltos del seductor José María. En Lo prohibido encontramos a un Galdós muy moralista. Camila y su marido Constantino representan la virtud de la alegría de vivir y la moderación frente a lo material, en oposición al ambiente que impera entre su familia y allegados. El matrimonio es una isla de felicidad en el Madrid de las apariencias y la codicia desmesurada. Un periodo, el de la Restauración, de cierto auge económico, donde se inició la construcción del barrio de Salamanca y de numerosos edificios en otras zonas de la ciudad, donde todos los días se hacían y deshacían fortunas, debido a las caprichosas fluctuaciones de la Bolsa, institución que va a ser parte muy importante en la narración de José María.
Otro de los males endémicos de España que se reflejan en Lo prohibido es la corrupción política. Aunque no es el tema principal de la novela, Galdós ofrece suficientes pinceladas como para advertir que la política en general no era más que un instrumento para acceder a nuevos negocios (más de uno lo hace en la Administración de la isla de Cuba) y nuevas riquezas. Solo hay que leer como José María consigue un acta de diputado:
"A Severiano Rodríguez le trataba yo desde la niñez; a Villalonga le conocí en Madrid. El primero era diputado ministerial y el segundo de oposición, lo cual no impedía que viviesen en armonía perfecta, y que en la confianza de los coloquios privados se riesen de las batallas del Congreso y de los antagonismos de partido. Representantes ambos de una misma provincia, habían celebrado un pacto muy ingenioso: cuando el uno estaba en la oposición el otro estaba en el poder, y alternando de este modo, aseguraban y perpetuaban de mancomún su influencia en los distritos. Su rivalidad política era sólo aparente, una fácil comedia para esclavizar y tener por suya la provincia, que, si se ha de decir la verdad, no salía mil librada de esta tutela, pues para conseguir carreteras, repartir bien los destinos y hacer que no se examinara la gestión municipal, no había otros más pillines. Ellos aseguraban que la provincia era feliz bajo su combinado feudalismo. Por supuesto, el pobrecito que cogían en medio, ya podía encomendarse a Dios… A mí me metieron más adelante en aquel fregado, y sin saber cómo hiciéronme también padre de la patria por otro distrito de la misma dichosa región. Para esto no tuve que ocuparme de nada, ni decir una palabra a mis desconocidos electores. Mis amigos lo arreglaron todo en Gobernación, y yo con decir sí o no en el Congreso, según lo que ellos me indicaban, cumplía."
En este Madrid galdosiano y a la vez apegado a la realidad lo que más importa es el concepto de propiedad: engullir la de los demás y poseer también las mujeres ajenas. De hecho, estos amores prohibidos son los que más excitan a José María. Cuando le surge la posibilidad de casarse o formalizar una relación, rechaza de inmediato la idea, puesto que su mujer pasará a ser una tentación para los demás, que harán lo que sea por robarle lo que es suyo. El narrador trata de justificar sus acciones, apelando a la moral imperante. Él no se considera un hombre distinto a los que le rodean, aunque al final se sentirá castigado por sus excesos. Además, en este ambiente la familia tampoco es un referente en el que refugiarse. Los Bueno de Guzmán apenas tienen intereses comunes y cada uno de sus miembros vela por los suyos propios, a excepción del matrimonio de Camila y Constantino, toscos, pero dotados de un gran sentido moral. Por eso la ruina del patriarca no es más que otro naufragio en el mar de las apariencias:
"Me preguntarás que dónde han ido a parar mis ahorros. Derrama, hijo, tu imaginación por los teatros de esta pequeña Babel, por sus tiendas, por sus increíbles y desproporcionados lujos, y encontrarás en todas partes alguna gota de mi sangre. Dirás que me faltó carácter, y te responderé que ahí está el quid. Es el mal madrileño, esta indolencia, esta enervación que nos lleva a ser tolerantes con las infracciones de toda ley, así moral como económica, y a no ocuparnos de nada grave, con tal de que no nos falte el teatrito o la tertulia para pasar el rato de noche, el carruajito para zarandearnos, la buena ropa para pintarla por ahí, los trapitos de novedad para que a nuestras mujeres y a nuestras hijas las llamen elegantes y distinguidas, y aquí paro de contar, porque no acabaría."
En pocas novelas de Galdós aparece tanto la enfermedad como metáfora de los males de la España de su tiempo, de la ceguera de una sociedad que iba al arrastre de las modas de Francia y que apenas se fijaba en lo que les hubiera gustado a los ilustrados de la época: la admirable organización política de Inglaterra. Lo que impera en el Madrid de hace más de un siglo es una loca carrera por reunir y quemar fortunas en la adquisición de bienes superfluos. El debate político es prácticamente inexistente, debido al arreglo entre conservadores y liberales para irse turnando en el poder, lo que provoca corrupción, graves perturbaciones económicas y oleadas de funcionarios cesantes. Además, algunas voces pronuncian palabras que, leídas hoy día, no dejan de producir algún escalofrío:
"Aquí no hay más que pillería, aquí no hay quien sepa gobernar. Yo fusilaría media España y veríamos si la otra mitad andaba derecha."
¿Cómo hubiera narrado Galdós nuestra Guerra Civil? ¿Hubiera sido para él la consecuencia inevitable del devenir de nuestro país en el siglo XIX? Lo cierto es que pocas plumas han descrito con tanta certeza y detalle nuestro universo moral a través de personajes de todas las cataduras. Como dice María Juana, mujer virtuosa y sabia, que acaba cayendo en las redes seductoras de su primo segundo:
"—Pues se me figura que lo hay. La Humanidad, como la Naturaleza geográfica, nos ofrece cada día nuevos motivos de sorpresa y asombro. Donde menos lo pensamos, aparecen las maravillas humanas y tesoros que estaban ocultos, como los continentes antes de que un Colón les echara la vista encima. (...) Y a cada territorio que descubrimos en el planeta moral, parece que se ensancha el alma total del mundo, y por ende, la nuestra crece y…"
Muy buena reseña. Muchas gracias.
ResponderEliminarMuchas gracias a ti por acercarte al blog. Un cordial saludo galdosiano.
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