Durante casi toda su historia la especie humana ha vivido inmersa en la naturaleza. Solo en los últimos milenios nos hemos ido agrupando en ciudades cada vez más enormes, hasta llegar a considerarlas nuestro hábitat natural. Siempre ha habido quien ha hablado de las urbes como centros de corrupción, que dejan aflorar lo peor de las personas y abogan por un regreso a los orígenes. Pero en realidad la naturaleza no es pura ni benigna. Y el bienestar del ser humano le es indeferente. Quien se adentra en lo salvaje debe saber que la supervivencia es una cuestión muy dura y muchas veces se trata de matar o morir. En realidad la naturaleza no es tan sabia como dice el tópico. La evolución de las especies ha sido un proceso de millones de años, absolutamente cruel para aquellas que no son capaces de adaptarse a un medio muy hostil, en el que lo que ha imperado desde siempre es la muerte y el sufrimiento. Que el hombre se haya creado una forma de vida artificial y confortable no es más que la respuesta a dicha hostilidad. Y que al final la polución generada por nuestras urbes pueda acabar con la vida en la Tierra, no es más que una de las muchas paradojas a las que nos enfrentamos como especie.
Pero aquí debemos posar nuestra mirada en la historia de Chris McCandless, un joven que sintió con intensidad la llamada de lo salvaje y acabó perdiendo la vida cuando se enfrentó completamente solo a una exigente prueba de supervivencia. Desde niño (McCandless murió con solo veinticuatro años), se había sentido fascinado por los tres autores que marcaron su vida: Tolstoi, que le enseñaría la importancia relativa de los bienes materiales (de hecho el joven llegó al extremo de quemar su dinero, para que su aventura fuera más emocionante), Thoreau, que despertaría su espiritualidad en relación con la naturaleza y Jack London, que estimularía sus deseos de aventura. De hecho, buena parte del peso de su mochila estaba conformado por libros, lo que dice mucho de su personalidad. Las siguientes palabras que escribió, le definen muy bien:
"Son demasiadas las personas que se sienten infelices y que no toman
la iniciativa de cambiar su situación porque se las ha condicionado para
que acepten una vida basada en la estabilidad, las convenciones y el
conformismo. Tal vez parezca que todo eso nos proporciona serenidad,
pero en realidad no hay nada más perjudicial para el espíritu aventurero
del hombre que la idea de un futuro estable. El núcleo esencial del
alma humana es la pasión por la aventura. La dicha de vivir proviene de
nuestros encuentros con experiencias nuevas y de ahí que no haya mayor
dicha que vivir con unos horizontes que cambian sin cesar, con un sol
que es nuevo y distinto cada día."
McCandless nació en una familia acomodada, aunque desde muy temprano despreció las ventajas que le otorgaba dicha posición. Cuando descubrió algunos episodios del pasado de su padre, decidió que era justo romper con él, aunque nunca le comunicara los motivos. Es muy posible que esa fuera la razón por la que no se comunicó con su familia cuando emprendió el último de sus viajes, el que habría de llevarle a su soñada Alaska. Si algo hubiera que reprocharle a McCandless, sería precisamente eso, el inmenso sufrimiento que causó a sus seres queridos con su actitud:
"Muchos aspectos de la personalidad de Chris confundían a sus padres. Podía ser generoso y cariñoso en extremo, pero también tenía un lado oscuro, caracterizado por la monomanía, la impaciencia y el ensimismamiento, rasgos que parecieron intensificarse durante el tiempo que estuvo en la universidad."
Quienes lo conocieron mientras peregrinaba en la carretera coinciden en retratar a un muchacho inteligente y generoso, alguien dotado de cualidades excelentes y con un discurso tan elocuente que podía cambiar el rumbo de la vida de algunas de las personas con las que se encontraba. Por otra parte, también era alguien tozudo y demasiado seguro de sí mismo, lo que derivaba en una imprudencia endémica que, si no le hubiera costado la vida en Alaska, seguramente se hubiera cobrado su precio más tarde.
Jon Krakauer empezó a investigar la historia de Chris McCandless a través del reportaje que se le encargó escribir para la revista en la que trabajaba. Pero la historia le resultó tan atractiva que dedicó muchos meses a investigar en profudidad su biografía y las circunstancias que le llevaron a una muerte tan trágica, visitando los mismos lugares que él visitó, entrevistando a quienes le conocieron y tratando de rellenar las inevitables lagunas de su viaje. Para muchos, que habían escrito a Krakauer a raíz del primer reportaje, McCandless no es más que el último eslabón de una larga lista de personas imprudentes que, sin saber medir sus fuerzas, creen que pueden desafiar a una naturaleza que acaba cobrándose su tributo. De hecho Krakauer expone algunas historias parecidas protagonizadas por otros personajes, para acabar hablando de sí mismo y de su juventud, muy parecida a la de McCandless, por lo que no puede dejar de comprender los sentimientos de su biografiado, rompiendo una lanza en su defensa.
Es muy posible que el protagonista de Hacia rutas salvajes fuera un ser tan magnético y carismático como lo retrata Sean Penn en la versión cinematográfica. Alguien que podía ser la persona más sociable del mundo, pero que no podía pasar mucho tiempo en compañía de otros: necesitaba su dosis de soledad como una droga y la soledad más profunda solo podía proporcionársela la naturaleza más remota. Respecto a lo que sintió realmente McCandless en sus últimos días, cuando supo que su muerte era inevitable, solo podemos especular. Pero sí que tenemos la oportunidad de reproducir un pasaje que subrayó en la última de sus lecturas, El doctor Zhivago, de Boris Paáternak:
"¡Cuánto deseo a veces escapar del aburrimiento sin sentido de la elocuencia humana, de todas esas frases sublimes, y refugiarme en la naturaleza, en su sonoridad en apariencia tan inarticulada, o en el mutismo de un trabajo largo y agotador, del sueño profundo, de la música auténtica o de una comprensión humana que no necesite palabras, sino sólo emoción!"
Tanto el libro como la película son muy emocionantes, y aparte de lo mencionado en la reseña sobre el impulso de aventura y las circunstancias personales de Chris, sugiero que se ponga un énfasis en su condición juvenil. Se puede ser aventurero a todas las edades, pero en el caso de Chris parece claro que era su juventud, su deseo de formarse como persona (su impaciencia...) lo que le llevó a correr tan graves riesgos.
ResponderEliminarEn su circunstancia, como en la de tantos otros que han dado pasos tan poco convencionales, destaca la falta afectiva (figura paterna conflictiva) y un vacío en su vida sexual que también habría de tener su peso.
Sin los jóvenes, las nuevas causas nunca podrían surgir, pero esta sed de inconformismo también es peligrosa. A los jóvenes hay que quererlos, estar cerca de ellos lo más discretamente de ellos. Los que no lo son también pueden aprender mucho de sus sensaciones de que todo es nuevo y todo es posible.
Sí, desde luego los dos factores que mencionas complementan el artículo. Será cuestión de sacarlos a colación mañana, cuando celebremos el club de ensayo...
ResponderEliminar