Las narraciones orales, a las que posteriormente se denominó cuentos de hadas, aparecen prácticamente en todas las culturas humanas. Si bien en principio eran relatos de aprendizaje que se transmitían oralmente de generación en generación y empezaron a compilarse por escrito desde la Antigüedad. Los hermanos Grimm, que trabajaron ambos como bibliotecarios, se dedicaron a reunir leyendas del folklore alemán y a editarlas en forma escrita, quizá como una forma de reafirmación nacionalista frente al ocupante francés en la época de Napoleón. Lo más curioso es que paulatinamente tuvieron que ir cambiando el sentido de las narraciones para adaptarlas al público infantil. Los cuentos en su estado originario estaban repletos de crueldad y alusiones sexuales.
Decía Paco Alcázar, en una de las magníficas tiras que
publica en la revista Cinemanía que el cine de Terry Gilliam es como “una empanada gigantesca que está buena y
mala a la vez, que tiene efectos alucinógenos y que cuesta muchísimo de hacer”.
Algo
de eso hay en El secreto de los hermanos Grimm, el particular homenaje
del director de Doce monos al mundo de los cuentos de hadas. Partiendo
de una visión apócrifa de la biografía de los hermanos, nos los presenta como
unos embaucadores que se ganan la vida engañando a la gente, salvándolos de
espíritus y maldiciones imaginarias. El esquema que sigue Gilliam es similar al
que describía el estudioso de los mitos Joseph Campbell en su ensayo El
héroe de las mil caras:
"El héroe inicia
su aventura desde el mundo de todos los días hacia una región de prodigios
sobrenaturales, se enfrenta con fuerzas fabulosas y gana una victoria decisiva;
el héroe regresa de su misteriosa aventura con la fuerza de otorgar dones a sus
hermanos."
El secreto de los hermanos Grimm adolece de lo mejor y lo peor del cine
de Terry Gilliam. La historia está bien planteada, con dos timadores que de
pronto se encuentran con que se enfrentan a
verdadera magia, a una auténtica maldición que no tiene nada que ver con
los trucos que ellos usan habitualmente frente a los crédulos campesinos, pero la
apuesta por una presunta espectacularidad en vez de por el desarrollo de los
personajes lastra constantemente su ritmo. Es una lástima que este viaje a los
orígenes del folklore popular, que sabe crear un adecuando clima de terror y
misterio, al final acabe devorado por sus propios excesos. Además, dos actores de la categoría de Matt Damon y, sobre todo un Heath Ledger que pocos años después nos deleitaría con su interpretación del Joker en El caballero oscuro, no están a la altura, demasiado perdidos, sin encontrar jamás el tono de sus personajes.
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