lunes, 10 de febrero de 2014

UNA METAMORFOSIS IRANÍ (2012), DE MANA NEYESTANI. KAFKA EN LA ANTIGUA PERSIA.

El funcionamiento de los Estados totalitarios se basa en el terror. Cuando el gobierno detecta que uno de sus ciudadanos ha sobrepasado la fina línea de lo que estima lícito (y en demasiadas ocasiones esa línea es invisible, por lo que la gente no conoce exactamente qué comportamientos están autorizados por una ley oscura y siempre cambiante), hace caer sobre él todo el peso de su poder. Sin contemplaciones, sin piedad. Como un Dios furioso con quien ha cometido un pecado blasfemo, el ciudadano pasa a ser un sospechoso, o más bien un enemigo al que hay que hostigar para que confiese y - sobre todo - para que colabore con el Régimen, que puede mostrarse clemente si el acusado le ofrece una lista (real o ficticia, eso es lo de menos) de otros disidentes.

Como muchas grandes obras de la literatura, Una metamorfosis iraní funciona de manera tragicómica. Su argumento parte de una inocente caricatura que publicó su autor en 2006 en la sección infantil de un periódico, que representaba el diálogo entre un niño y una cucaracha. La única palabra que pronunciaba el insecto, namana, perteneciente al lenguaje azerí, del norte de Irán, fue interpretada como una burla a esta etnia procedente de Azerbaiyán, lo cual provocó graves disturbios en esta región. Neyestani fue arrestado y utilizado como cabeza de turco para ocultar que los problemas de los azeríes en realidad poco tenían que ver con un dibujo infantil más o menos insultante y sí con los terribles niveles de pobreza y desempleo de aquel territorio. En cualquier caso, al gobierno iraní le vino muy bien tener un culpable en el que esta gente podría desahogarse y presentarlo, como no podía ser de otra manera, como un agente desestabilizador pagado por los Estados Unidos. 

Lo cierto es que la principal víctima de todo esto fue el propio Neyestani, encerrado en una cárcel horrible sin conocer exactamente su situación jurídica y sin muchas esperanzas de ser declarado finalmente inocente. El autor narra su odisea en primera persona, sus sentimientos al ingresar en prisión, su desesperación por los días pasados aislado y sin noticias, la relación con los desgraciados que comparten con él las celdas de la cárcel... Todo ello en un formato de novela gráfica con claras influencias de Will Eisner. La cucaracha causante de todo el embrollo aparece como personaje secundario en muchas viñetas y a veces incluso entabla diálogo con el protagonista. Al final, Neyestani aprovecha un permiso para huir del país junto a su mujer, en una ruta de exilio que añade más escenas kafkianas al argumento.

Porque es el gran autor checo el que impregna cada una de las páginas de Una metamorfosis iraní. La metamorfosis, evidente por el título, se transforma en El proceso, ese relato en el que el protanista no sabe muy bien de qué se le acusa, para pasar a ser El castillo, representado por un exilio lleno de dificultades en el que Neyestani no sabe muy bien cual va a ser su destino final y lo que va a encontrar en él. Porque el funcionamiento de las ongs y organizaciones que se ocupan de los refugiados políticos también puede ser arbitrario, seguramente porque están desbordadas, ante la indiferencia del resto del mundo. ¿A quién le importa un dibujante acusado de haber pintado una inofensiva cucaracha? Al menos, en el caso de quien nos ocupa, supo usar su talento para realizar un cómic exitoso basado en su caso. Pero ¿cuantos exiliados terminan pudriéndose en el cubo de la basura de la historia? Los ojos de esas almas errantes que vagan por aeropuertos y embajadas buscando recomponer sus vidas rotas por un régimen corrupto son todo un testimonio del verdadero funcionamiento del mundo.  

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