Cuando era pequeño yo era de los que no me perdía ningún episodio de Mazinger Z. En mis recuerdos quedó como una serie fascinante, emocionante y épica. Hice mal cuando hace un par de años le eché un vistazo a algunos episodios. La magia se había disipado por completo, los guiones no tenían ni pies ni cabeza y los combates entre robots eran totalmente previsibles. Qué feliz era de pequeño, cuando disfrutaba de lo que me ponían en la tele sin estar haciendo uso constante de esa capacidad crítica, tan incómoda a veces, que desarrollamos cuando crecemos.
Fui a ver Pacific Rim sin saber muy bien lo que me iba a encontrar. A diferencia de otras veces, preferí no leer críticas previas. Solo sabía que era una película de robots gigantes y que la dirigía Guillermo del Toro, un nombre lo suficientemente prestigioso como para ofrecerme ciertas garantías. Y la película me atrapa desde el principio, a pesar de la sencillez de su planteamiento, o quizá debido a ello. Pacific Rim no parte de premisas complicadas ni trata de ofrecer una explicación farragosa de la historia que vemos en pantalla. Todo se reduce a lo siguiente: la Tierra está siendo atacada por monstruos que surgen del mar y distintos países se han unido para hacer frente a la amenaza construyendo robots pilotados por humanos casi tan enormes como los monstruos, que al parecer son de origen extraterrestre.
Porque la vocación de Pacific Rim es la aventura y la diversión en estado puro. Es difícil filmar una historia competente con tan pobre argumento, pero Del Toro lo logra gracias a lo que podríamos denominar su espíritu friki: un conocimiento innato de como emocionar a buena parte de su público. Aquí la evidente falta de profundidad de los personajes humanos es compensada sobradamente con la perfección y equilibrio con la que están rodados los enfrentamientos entre colosos, destacando el que se produce en medio de la ciudad de Hong Kong. Unas escenas que, a diferencia de las de otros blockbusters recientes como Guerra Mundial Z, están concebidas para que el espectador sea testigo con todo detalle de lo que sucede en pantalla. A pesar de todo hay que destacar la secuencia en la que una de las protagonistas recuerda un episodio de su pasado: rodada desde un punto de vista humano, es capaz de transmitir el miedo que siente una niña al ser testigo de un horror tan gigantesco como inexplicable.
Es preciso destacar también que Del Toro ha sabido crear un ambiente perfecto para enmarcar su historia, pues también funciona en parte desde un punto de vista sociológico (fundamental para que nos identifiquemos con el mundo donde transcurre). Tras el estupor inicial por los ataques de los kaiju, la humanidad se adapta en cierto modo a la nueva realidad: muchos edificios resultan destruidos, pero sus moradores se las arreglan para utilizar partes de los cadáveres de los monstruos como vivienda. Además surge un próspero mercado negro con los órganos de kaiju, una mercancía muy valiosa con la trafican conocidos personajes (y la sorpresa de descubrirlos queda para el futuro espectador).
Vayan a ver Pacific Rim con el mismo espíritu con el que entraban al cine cuando eran niños: apelando más a la emoción que a la razón, a la épica que a la lógica y no saldrán defraudados.
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