viernes, 9 de agosto de 2013

LA ERA DE LA REVOLUCIÓN 1789-1848 (1962), DE ERIC HOBSBAWM. NUEVAS LIBERTADES Y NUEVAS SERVIDUMBRES.

La muerte de Eric Hobsbawm, hace ya casi un año, dejó a Europa huérfana de uno de sus grandes historiadores. Hobsbawm era un sabio de ideología marxista, pero esto no afecta a la objetividad de sus escritos, si acaso le hace profundizar en el aspecto social de la historia, en como los grandes acontecimientos influyen poderosamente en la vida cotidiana de la gente común, que muy pocas veces tienen oportunidad de fabricar su propio destino. El historiador inglés es famoso ante todo por la trilogía sobre el siglo XIX - de la que éste es el primer volumen - y por su Historia del siglo XX, quizá su libro más popular y más vendido.

Hasta 1789 la sociedad francesa apenas distaba demasiado de la de la Edad Media. Sí es cierto que ya no existían los señores medievales, que Francia era un Estado moderno y que las élites ilustradas propugnaban ideas cada vez más revolucionarias. Pero para los campesinos y artesanos, la vida seguía siendo prácticamente la misma: una vida humilde, entregada a un trabajo que herederían sus hijos, sin más perspectivas que tener un año de buena cosecha y no pasar hambre. Este era la sociedad que Dios había establecido en la Tierra y prácticamente nadie de los de abajo se atrevía a cuestionar las decisiones divinas.

Fueron las dos revoluciones que surgieron con unas pocas décadas de diferencia las que la cambiaron todo. La Revolución Industrial, con origen en Inglaterra, sentó las bases para que este país se convirtiera en la potencia económica e imperial incontestable hasta bien entrado el siglo XX. Claro está que toda esta riqueza que comenzó a llegar al país se quedaba en unas pocas manos. Surgió una nueva clase social, la de la burguesía enriquecida gracias a la aplicación de los nuevos avances técnicos a la producción industrial, que llegó a rivalizar con la antigua nobleza en lujos y caprichos. Muchas novelas de Balzac o Dickens hablan de esta nueva realidad, que tenía su cara más triste en los trabajadores de las nuevas industrias, resignados a una condición de semiesclavitud en la que sacrificaban su tiempo y su salud por un salario miserable que apenas servía para comer y alojarse miserablemente. Si bien la revolución de 1789 fue contra la antigua nobleza, la de 1848 ya estuvo influenciada por el movimiento obrero que había ido surgiendo en esas décadas. Y es que la libertad económica absoluta sin política social por parte del Estado deriva en enormes desigualdades.

En cualquier caso, también es cierto que fue una época de oportunidades para algunos, los más inteligentes, los más despiertos, en una Europa que empezaba a valorar el talento más que la cuna:

"Puede afirmarse que el resultado más importante de las dos revoluciones fue, por tanto, el que se abrieran carreras al talento, o por lo menos a la energía, la capacidad, el trabajo y la ambición. (...) ¡qué extraordinarias fueron las oportunidades, qué distantes de los del siglo XIX los estáticos ideales jerárquicos del pasado! La negativa de Von Schele, alto funcionario del reino de Hannover, a conceder un cargo gubernativo a un pobre abogado joven porque su padre había sido encuadernador - por lo cual el hijo debía seguir perteneciendo a ese oficio - resultaba ahora perniciosa y ridícula. (...) Con toda probabilidad, en 1750 el hijo de un encuadernador hubiera seguido el negocio de su padre. Ahora no ocurría así. Ahora se abrían ante él cuatro caminos que conducían hasta las estrellas: negocios, estudios universitarios (que a su vez llevaban a las tres metas de la administración pública, la política y las profesiones liberales), arte y milicia."

Una lectura atenta de La era de la revolución permite comprender un poco mejor los mecanismos y las leyes del mundo en el que vivimos, un mundo de libertades que llegó poco a poco, gracias a la lucha obrera, a apostar por lo social. Este componente social es el que actualmente retrocede, en favor de la esencia del capitalismo primitivo, ese que otorga los mismos derechos y libertades a todos los ciudadanos, independientemente de su posición económica y social, como si algunos no gozaran de una posición ventajosa. Un Estado en clara regresión frente al poder económico, el mismo sueño utópico de los grandes industriales del siglo XIX.

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