Condesar la historia del cristianismo, que abarca veinte
siglos, en un ensayo de poco más de setecientas páginas de apretada letra, es
una tarea complicada. Paul Johnson, el historiador británico, no solo consigue
salir airoso de la prueba, sino que logra algo aún más complejo: que su fe
católica no interfiera en la objetividad del relato. Así pues La historia del cristianismo es el
magnífico compendio de un proceso histórico muy complicado, que ha sido
fundamental para modelar el mundo que hoy conocemos.
Lo primero que hay que tener presente a la hora de abordar
los orígenes de esta religión es que los primeros testimonios escritos acerca
de Jesús que nos han llegado se datan al menos dos décadas después de su muerte
y los evangelios son bastante posteriores. Fue Pablo de Tarso, que no conoció
al Jesús histórico, quien empezó a conformar al cristianismo como religión
independiente del judaísmo, no como una mera rama de éste (aunque sí que hubo
seguidores de Cristo, como la iglesia judeocristiana de Jerusalén que se
sintieron identificadas con el judaísmo más nacionalista) expandiendo la idea
de que la búsqueda del Estado judío carecía de importancia, puesto que el reino
de Dios no era de este mundo: lo espiritual por encima de lo material y la
vista siempre puesta en la perfección que el alma alcanza tras la muerte,
después de una vida virtuosa.
No obstante, los comienzos del cristianismo como religión
universal fueron titubeantes. Durante los siglos I y II de nuestra era, el
Mediterráneo era un gran bazar en el que distintas ofertas religiosas competían
entre sí para extenderse, en una situación que el propio Johnson califica como
darwiniana. Solo la religión que lograra unificar sus criterios dogmáticos,
hasta hacerlos atractivos a grupos sociales cada vez más numerosos, triunfaría.
Y este fue un proceso largo y penoso, pues al principio ni siquiera existía una
organización eclesiástica centralizada propiamente dicha. Además, todavía en
aquella época se esperaba la inminente parousia,
la segunda llegada de Jesucristo.
Respecto a sus relaciones con el Imperio romano, a pesar de
que existieron persecuciones, lo cierto es que, en general, el cristianismo era
tolerado como una religión más. Tenían sus propias iglesias y normalmente no
necesitaban reunirse clandestinamente. Ya San Pablo había aconsejado que se
obedeciera a la autoridad debidamente constituida. Al final la identificación
entre cristianismo e imperio fue casi inevitable. Una creada una estructura
religiosa firme, casi era un reflejo del propio Estado, una organización de
pretensiones universales que se regía por una serie de leyes, por lo que ambas
partes se dieron cuenta de que solo mediante una alianza podían garantizar su
mutua supervivencia. En realidad las creencias cristianas – que incluían los milagros,
el poder de las reliquias y, sobre todo la idea del Dios único y de la
salvación eterna – habían seducido sobre todo a las clases más humildes del
imperio. La resistencia del paganismo fue sobre todo estimulada por las clases
altas, que lo identificaban con la grandeza de Roma.
La iglesia medieval va a estar absolutamente influenciada
por el pensamiento de San Agustín, cuya visión de la misma como una sociedad
perfecta, reflejo de la misión impuesta por la divinidad, donde no caben
doctrinas discrepantes. La herejía va a estar en el punto de mira de la
iglesia, lo cual va a terminar justificando cualquier método para obligar a venir a los desviados, en una
época en la que, con la caída del imperio, el centralismo de la iglesia oficial
estaba en peligro. Uno de los mejores métodos para lograr la preponderancia en
los oscuros siglos del primer Medievo fue la monopolización de la cultura, que
quedó salvaguardada en gran parte gracias a la labor de las nuevas órdenes
religiosas. El hecho más impactante de aquellos años fue la ruptura con la
iglesia bizantina y la alianza de Roma con los francos, que acogerá a
Carlomagno como su gran protector, iniciándose así la gran obsesión
eclesiástica, que llega casi a nuestros días, de influir, o incluso de ser el poder
preponderante del Estado. El cristianismo lo impregnaba todo en occidente y
había ciudades que se enriquecían gracias al culto a las reliquias, una
auténtica obsesión en la Edad Media, hasta el punto de que la práctica del
cristianismo sufrió una especie de mecanización, que distaba mucho de sus
esperanzadores orígenes:
“Pero sobre todo, lo
que el campesino deseaba de la Iglesia era la esperanza de la salvación. Ésta
era la razón abrumadora por la que el cristianismo reemplazó al paganismo: el
cristianismo tenía una teoría muy bien definida acerca de lo que sucedía
después de la muerte y del modo de alcanzar la felicidad eterna. Esta cuestión
atraía a todas las clases y era el factor que permitía que la Iglesia
mantuviese la unión social. Pero también este aspecto de la cristiandad varió
sutilmente en el curso de los siglos, rompiéndose el equilibrio a favor de las
clases poseedoras; sin duda se convirtió en el rasgo fundamental de la religión
mecánica.”
La preponderancia cultural de la iglesia católica (que,
entre otras cosas prohibía la lectura privada de la Biblia), va a ser
quebrantada con la llegada de la imprenta. Durante algunas décadas, Erasmo de
Rotterdam va a ser el primer escritor con la categoría de best seller en la historia de la humanidad. En sus escritos
propugnaba una fe unitaria, basada en la difusión libre de las escrituras.
Pronto este sueño será quebrantado por la Reforma Protestante y la intolerante
reacción de la Iglesia católica a través del Concilio de Trento. En España, la
religión católica se va a identificar con el Estado y surge la Inquisición,
para perseguir cualquier desviación en la doctrina oficial, creándose un clima
cultural irrespirable. Rodrigo Manrique escribió al respecto unas palabras
tristísimas:
“Nuestro país es una tierra
de orgullo y de envidia, y podría agregarse que de barbarie; allí uno no puede
producir ninguna forma de cultura sin hacerse sospechoso de herejía, error y
judaísmo. Así, se ha impuesto el silencio a los que saben.”
No obstante, junto a la intolerancia de las religiones, un
movimiento subterráneo se irá gestando poco a poco, al socaire de la tímida
apertura a la tolerancia del algunos Estados, el iluminismo o ilustración, cuyo
momento culminante llegó con la Revolución Francesa, que negó la legitimidad de
un cristianismo al que oponía la idea de razón, aunque bien pronto se
advertiría que es muy difícil buscar un sustitutivo de la fe para el pueblo.
En el último siglo la iglesia ha oscilado entre un repliegue
sobre sí misma y una apertura hacia el ecumenismo. Aunque ya acepta
universalmente la preponderancia del Estado en el ámbito temporal, nunca ha
renunciado a ejercer su influencia sobre la ley, sobre todo en materia de moral
y educación. Lo que constituye una auténtica revolución es que en la actualidad
profesar una religión sea una decisión personal y libre, por lo que la fe de
los que la practican es auténtica. En España, las iglesias vacías y la práctica
de devociones populares (semana santa, romerías…) que se basan más en la
costumbre que una auténtica fe religiosa son los principales problemas que debe
afrontar una iglesia católica que goza todavía de los privilegios económicos y
sociales de un Concordato firmado hace treinta y cinco años.
Para Paul Johnson, católico practicante, la fe cristiana
surgió de una necesidad clara de esperanza en un futuro más allá de la muerte,
una doctrina que puede aplicarse a muchas culturas diferentes, por lo que pudo
extenderse por gran parte del mundo. El libro resume a la perfección las
distintas etapas por las que transcurrió la fe cristiana y sus diversas
derivaciones. Para cualquier aficionado a la historia, constituye un excelente
punto de partida para profundizar en diversos aspectos de este tema inagotable:
el cristianismo primitivo, los templarios, la inquisición, las órdenes
monacales, la Reforma… Un proceso de búsqueda histórica y teológica que sigue
vigente para muchos. Ya sea desde el punto de vista del creyente o el del
aficionado a la historia, la crónica de la religión cristiana es fundamental para
conocer la conformación del mundo occidental.
Interesante blog sobre el cristianismo, jamás olvidemos que orar puede acercarnos mucho más a Dios y al camino de vida.
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