viernes, 7 de junio de 2013
AZAFRÁN (2005), DE JOSÉ MANUEL GARCÍA MARÍN. TRES RELIGIONES Y UNA CULTURA.
Ayer tuvimos el placer de contar con la presencia de José Manuel García Marín en la biblioteca, un especialista en novela histórica, cuya pasión por al-Andalus es patente, ya que a esta época ha dedicado más de una novela. Comenzó su disertación estableciendo una definición de novela histórica, que es aquella narración con parámetros temporales definidos en la que, a la vez que se deleita al lector con una historia y unos personajes, se le sumerge en una época determinada para que la experiencia de la lectura esté unida al conocimiento de épocas pretéritas. El novelista debe ceder a la tentación de convertir su obra en un ensayo histórico, por eso García Marín utiliza la teoría del iceberg de Hemingway a la hora de abordar el género: la documentación exhaustiva es imprescindible para que la ambientación sea impecable, pero es mejor solo mostrar una pequeña parte de lo que se sabe y que lo demás quede solo sugerido. El lector interesado, que haya disfrutado de una buena historia, ya sabrá acudir a otras fuentes si quiere ahondar en sus conocimientos.
Azafrán nos traslada al siglo XIII, cuando ya se ha producido la batalla de las Navas de Tolosa y la entrada de las tropas cristianas en lo que actualmente es Andalucía, donde solo quedó el reino de Granada bajo dominio musulmán. Al principio de la novela encontramos a Mukhtar ben Saleh, el protagonista, un maestro musulmán que se ha visto obligado a convertirse al cristianismo que abandona su pueblo, Sanlúcar del Alpechín, para dirigirse a Granada, pues desea convivir entre gentes de su misma religión. Su largo periplo le va a llevar a Sevilla y a Córdoba, ya bajo poder cristiano, pero a la vez va a emprender un viaje mucho más importante: un viaje espiritual y místico en un intento de conciliar las tres religiones.
Lo que más me gusta del libro de García Marín es la posibilidad de mirar con otros ojos los paisajes, pueblos y ciudades que tan bien conozco y que conservan todavía numerosos vestigios de los siete siglos de presencia musulmana. Uno de los asuntos más interesantes que salió a colación durante el encuentro de ayer fue la polémica acerca de si lo que sucedió en el 711 fue estrictamente una invasión o se pareció más a una colonización de un territorio que se estaba desintegrando por guerras intestinas. Lo que está claro es que los musulmanes trajeron a estas tierras un sistema de gobierno mucho más avanzado y tolerante, a la par que al-Andalus se convertía en uno de los grandes centros de sabiduría a nivel mundial, un hecho que se refleja bastante bien en la novela, que puede interpretarse también como la narración nostálgica de la pérdida (tampoco hay que llegar a los extremos de denominar aquella época paraíso) de una cultura en la que convivían sin excesivos problemas tres formas de concebir el mundo, tres religiones que, después de todo, tienen una raíz común. Hablando de cultura y sabiduría, copio esta frase que resume bien los objetivos del viaje de Mukhtar:
"No hay que confundir erudición con sabiduría. La cultura es necesaria porque nos hace libres abriéndonos nuevos horizontes, a los que no tendríamos acceso ignorantes. Pero la erudición es una acumulación de conocimientos generalmente en un único sentido; en cambio la sabiduría es interiorización, la asunción de esos conocimientos, de forma que modifica nuestra actitud ante la vida y los demás, porque nos crea consciencia."
El punto fuerte de Azafrán es, está claro, la perfecta ambientación conseguida, sin duda fruto de muchas lecturas y horas de investigación. Quizá sea algo más endeble en el planteamiento de la narración, donde prima mucho más lo descriptivo (la filosofía y las religiones en el al-Andalus, la mezquita de Córdoba, el ambiente en las poblaciones conquistadas) que la acción de los personajes, aunque esto tiene su justificación en que la verdadera meta de Mukhtar es la sabiduría espiritual. El lector tiene la sensación de que su camino no está regido por el azar, sino que una especie de ventura guía sus pasos, que le llevan siempre al umbral de la vivienda de un maestro, cuyo conocimiento va a desembocar donde el protagonista intuye que tiene que estar: a las puertas del conocimiento unitario de las tres tradiciones místicas, siguendo siempre la máxima: "considera que los otros seres forman contigo una unidad y de nada tendrás que defenderte." A mí desde luego, la lectura de Azafrán me ha abierto el apetito de profundizar en distintos aspectos e interpretaciones de la época del al-Andalus que desconocía.
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