Cada vez que me asomo a un escritor soviético del siglo XX, la tragedia cultural vivida por país de una gran tradición literaria se me antoja más inmensa. El caso de Platónov, que no fue asesinado ni mandado al Gulag, es igualmente trágico, pues el régimen se ensañó con su hijo y con sus relatos, novelas y publicaciones, que son como otros hijos. Para mí la escritura de Platónov entronca perfectamente con la tradición de su país y a la vez quiere ser un instrumento de modernización y emancipación para las gentes sencillas, que es a quienes se supone que se dirigían las políticas del nuevo régimen. Platónov no se conforma con la escritura, sino que utiliza su profesión de ingeniero para tratar de mejorar las condiciones de vida de la gente, aunque choque con la burocracia y frialdad de un Estado más interesado en las estadísticas de producción que en el bienestar individual. Aquí el artículo:
Los regímenes totalitarios siempre han sido devastadores para la independencia de las artes, muy particularmente para la literatura. El talento, para desarrollarse, necesita el estímulo de libertad. El caso de Rusia es paradigmático en este sentido desde tiempo de los zares, continuando con la llegada del comunismo e intensificándose hasta límites insoportables en la época de Stalin, que fue un auténtico represor del pensamiento libre y aplastó cualquier disidencia, ya fuera real o urdida por sus propios servicios secretos en las tristemente célebres purgas.
Los regímenes totalitarios siempre han sido devastadores para la independencia de las artes, muy particularmente para la literatura. El talento, para desarrollarse, necesita el estímulo de libertad. El caso de Rusia es paradigmático en este sentido desde tiempo de los zares, continuando con la llegada del comunismo e intensificándose hasta límites insoportables en la época de Stalin, que fue un auténtico represor del pensamiento libre y aplastó cualquier disidencia, ya fuera real o urdida por sus propios servicios secretos en las tristemente célebres purgas.
En los años noventa comenzaron a abrirse los antiguos archivos del KGB que desvelaron el drama
sufrido por estos escritores, muchos de los cuales creían en el
socialismo, pero por diversos motivos no agradaban a Stalin, que era un
lector cuyas críticas podían costar caras al destinatario de las mismas.
Desde la revolución se habían dejado atrás las temáticas burguesas y la
literatura se había hecho mucho más social. Máximo Gorki era el autor
canónico de las letras soviéticas al que muchos escritores, desesperados
ante la censura de sus obras, intentaban acogerse. Las condenas podían
ir desde la prohibición de publicar (como le sucedió en gran medida a
Platónov) hasta el Gulag
o la muerte. La palabra escrita, para Stalin, podía usarse como un
poderoso vehículo de traición. Así fue represaliada gran parte de lo
mejor de las letras rusas de aquella época: Marina Tsvetaeva, Boris Pasternak, Vasili Grossman o Mijaíl Bulgakov entre otros muchos grandes nombres.
Andréi Platónov recibió la revolución con gran entusiasmo, como un medio de transformación social que por fin redimiría a los oprimidos. Su vida oscilará entre dos actividades que le apasionaban: la escritura y la ingeniería, que él intentará utilizar como medios para cambiar la realidad. Platónov reprenta, como pocos autores, la hermandad entre el trabajo y las letras. Siempre luchó contra la burocracia centralizada de Moscú, que reducía los problemas del pueblo a meras cifras y estadísticas. Esto le acarreó sus primeras dificultades ya en 1926, cuando fue expulsado del Comité Central de Unión de actividades agrícolas y forestales un mes después de tomar posesión. Gran parte de su visión del hombre se resume en este texto, encontrado en uno de sus borradores:
"En la cabeza del hombre se ha producido una fisura entre la sociología y las ciencias naturales. Pues el hombre, en su esfuerzo por transformar el mundo, se ha olvidado de transformase paralelamente a sí mismo. Por eso la gran ciencia no ha sido de provecho para el hombre, no ha contribuido a su salvación, sino a su perdición. Un ejemplo de ello lo hemos visto en la guerra del 14."
A partir de los años treinta comienza un auténtico calvario para muchos escritores soviéticos, que ven censuradas sus obras, cuando no son silenciados definitivamente. Son los años más duros del comunismo, cuando Stalin se hace con las riendas del poder absoluto. Ser escritor soviético se convirtió en algo casi tan utópico como la llegada del socialismo real y Platónov fue vetado en numerosas revistas y, lo que es mucho más grave, sufrió cruelmente la represión en la persona de su hijo de quince años, que fue ingresado durante dos años en un campo de concentración. Su gran obra maestra, la novela Chevengur vio la luz en Rusia por primera vez en 1988 y reveló en toda su plenitud al que quizá fue el mejor escritor ruso del siglo XX.
Lo primero que advierte el lector de los cuentos de Andréi Platónov es la continuación con la tradición de la literatura rusa del siglo XIX. Para él la nueva época comunista no tendría por qué suponer una ruptura con el pasado literario de su país. Muchas de sus narraciones están protagonizadas por campesinos y niños, lo que les otorga una mirada inocente al mundo y a la naturaleza con una simplicidad y atención por los detalles extraordinaria, lo que también denota un inmenso amor por esas gentes sencillas que para Platónov son el alma de la revolución.
Evidentemente, cuando se lee con atención, a veces surge esa sutil ironía que tantos problemas le acarrearía con el poder constituido, como sucede en el relato La patria de la electricidad, cuando el Soviet Rural habla al pueblo:
"(...) No hemos sido nosotros los que hemos creado este valle de lágrimas, pero todo lo reformaremos íntegramente. Y habrá huevos y gallinas para todos y cada uno, y la vida será más plena y sorprendente. Hoy la inteligencia comunista vigila insomne y no habrá quien impida el influjo sobre la tierra... Es grande nuestro corazón guerrero, dejad de llorar, porque ya pasará el vacío sepulcral de los estómagos, y llegado será el día en que comamos pedazos de pastel".
Uno de sus relatos más polémico fue Las dudas de Makar, del que se dice que Stalin, cuando le leyó escribió "canalla" en uno de sus márgenes. Se cuenta como un campesino ingenuo, que nunca ha salido de su aldea, visita Moscú, donde admira la obra del socialismo, pero no tiene reparo en oponer su visión del mundo a la forma de hacer las cosas en la capital, una visión que él considera mucho más práctica. También tiene Platónov espacio para apoyar sin reservas al nuevo régimen cuando transforma la vida de comunidades y personas, cuando ofrece oportunidades y un mínimo de dignidad a huérfanos y descarriados, como glosa en el relato Afrodita:
"Por aquel entonces la Rusia soviética había comenzado a vivir su destino. Su pueblo se adentró por un glorioso camino que no tenía vuelta atrás, seguros de que serían los primeros en arribar a un futuro en que nadie jamás había estado y hacer realidad todas sus esperanzas, encontrar en el trabajo y en las hazañas los bienes eternos y la dignidad de la vida humana y compartirlas con otros pueblos"
Así transcurre la obra de Platónov, oscilando entre las esperanzas de futuro que puede aportar un sistema en el que creyó desde su advenimiento y las dudas sobre el presente, observando el distanciamiento y la poca sensibilidad de los dirigentes con su pueblo. Él consideró que los avances debían realizarse trabajando codo con codo con las clases humildes, construyendo infraestructuras y mejorando condiciones de vida y eso no podía hacerse sentado en un despacho moscovita rodeado de burócratas. Para él el comunismo debía ser una especie de nueva religión, lo único que puede colmar los corazones de la gente sencilla:
"Si queremos destruir la religión y somos conscientes de que necesariamente lo hemos de hacer, ya que el comunismo y la religión son incompatibles, entonces hay que darle al pueblo, en lugar de la religión, algo más que una religión. Entre nosotros muchos creen que se puede quitar la fe y no dar nada mejor a cambio. El alma del hombre actual está organizada de tal modo que si le arrancas la fe, ésta toda ella se derramará y el pueblo saldrá de su espacio y con horcas y hachas exterminará las vacías ciudades que han arrancado al pueblo su consuelo, un consuelo insensato y falso, pero que es el único consuelo."
Platónov murió en 1951, ocho años después que su hijo, con la angustia de saber que sus obras se rechazaban en bloque y nadie se atrevía a publicarlas. Tendrán que pasar algunas décadas para devolver al escritor al puesto de honor que se merece en las letras rusas este escritor obrero que supo estar siempre del lado de los humillados y ofendidos.
Andréi Platónov recibió la revolución con gran entusiasmo, como un medio de transformación social que por fin redimiría a los oprimidos. Su vida oscilará entre dos actividades que le apasionaban: la escritura y la ingeniería, que él intentará utilizar como medios para cambiar la realidad. Platónov reprenta, como pocos autores, la hermandad entre el trabajo y las letras. Siempre luchó contra la burocracia centralizada de Moscú, que reducía los problemas del pueblo a meras cifras y estadísticas. Esto le acarreó sus primeras dificultades ya en 1926, cuando fue expulsado del Comité Central de Unión de actividades agrícolas y forestales un mes después de tomar posesión. Gran parte de su visión del hombre se resume en este texto, encontrado en uno de sus borradores:
"En la cabeza del hombre se ha producido una fisura entre la sociología y las ciencias naturales. Pues el hombre, en su esfuerzo por transformar el mundo, se ha olvidado de transformase paralelamente a sí mismo. Por eso la gran ciencia no ha sido de provecho para el hombre, no ha contribuido a su salvación, sino a su perdición. Un ejemplo de ello lo hemos visto en la guerra del 14."
A partir de los años treinta comienza un auténtico calvario para muchos escritores soviéticos, que ven censuradas sus obras, cuando no son silenciados definitivamente. Son los años más duros del comunismo, cuando Stalin se hace con las riendas del poder absoluto. Ser escritor soviético se convirtió en algo casi tan utópico como la llegada del socialismo real y Platónov fue vetado en numerosas revistas y, lo que es mucho más grave, sufrió cruelmente la represión en la persona de su hijo de quince años, que fue ingresado durante dos años en un campo de concentración. Su gran obra maestra, la novela Chevengur vio la luz en Rusia por primera vez en 1988 y reveló en toda su plenitud al que quizá fue el mejor escritor ruso del siglo XX.
Lo primero que advierte el lector de los cuentos de Andréi Platónov es la continuación con la tradición de la literatura rusa del siglo XIX. Para él la nueva época comunista no tendría por qué suponer una ruptura con el pasado literario de su país. Muchas de sus narraciones están protagonizadas por campesinos y niños, lo que les otorga una mirada inocente al mundo y a la naturaleza con una simplicidad y atención por los detalles extraordinaria, lo que también denota un inmenso amor por esas gentes sencillas que para Platónov son el alma de la revolución.
Evidentemente, cuando se lee con atención, a veces surge esa sutil ironía que tantos problemas le acarrearía con el poder constituido, como sucede en el relato La patria de la electricidad, cuando el Soviet Rural habla al pueblo:
"(...) No hemos sido nosotros los que hemos creado este valle de lágrimas, pero todo lo reformaremos íntegramente. Y habrá huevos y gallinas para todos y cada uno, y la vida será más plena y sorprendente. Hoy la inteligencia comunista vigila insomne y no habrá quien impida el influjo sobre la tierra... Es grande nuestro corazón guerrero, dejad de llorar, porque ya pasará el vacío sepulcral de los estómagos, y llegado será el día en que comamos pedazos de pastel".
Uno de sus relatos más polémico fue Las dudas de Makar, del que se dice que Stalin, cuando le leyó escribió "canalla" en uno de sus márgenes. Se cuenta como un campesino ingenuo, que nunca ha salido de su aldea, visita Moscú, donde admira la obra del socialismo, pero no tiene reparo en oponer su visión del mundo a la forma de hacer las cosas en la capital, una visión que él considera mucho más práctica. También tiene Platónov espacio para apoyar sin reservas al nuevo régimen cuando transforma la vida de comunidades y personas, cuando ofrece oportunidades y un mínimo de dignidad a huérfanos y descarriados, como glosa en el relato Afrodita:
"Por aquel entonces la Rusia soviética había comenzado a vivir su destino. Su pueblo se adentró por un glorioso camino que no tenía vuelta atrás, seguros de que serían los primeros en arribar a un futuro en que nadie jamás había estado y hacer realidad todas sus esperanzas, encontrar en el trabajo y en las hazañas los bienes eternos y la dignidad de la vida humana y compartirlas con otros pueblos"
Así transcurre la obra de Platónov, oscilando entre las esperanzas de futuro que puede aportar un sistema en el que creyó desde su advenimiento y las dudas sobre el presente, observando el distanciamiento y la poca sensibilidad de los dirigentes con su pueblo. Él consideró que los avances debían realizarse trabajando codo con codo con las clases humildes, construyendo infraestructuras y mejorando condiciones de vida y eso no podía hacerse sentado en un despacho moscovita rodeado de burócratas. Para él el comunismo debía ser una especie de nueva religión, lo único que puede colmar los corazones de la gente sencilla:
"Si queremos destruir la religión y somos conscientes de que necesariamente lo hemos de hacer, ya que el comunismo y la religión son incompatibles, entonces hay que darle al pueblo, en lugar de la religión, algo más que una religión. Entre nosotros muchos creen que se puede quitar la fe y no dar nada mejor a cambio. El alma del hombre actual está organizada de tal modo que si le arrancas la fe, ésta toda ella se derramará y el pueblo saldrá de su espacio y con horcas y hachas exterminará las vacías ciudades que han arrancado al pueblo su consuelo, un consuelo insensato y falso, pero que es el único consuelo."
Platónov murió en 1951, ocho años después que su hijo, con la angustia de saber que sus obras se rechazaban en bloque y nadie se atrevía a publicarlas. Tendrán que pasar algunas décadas para devolver al escritor al puesto de honor que se merece en las letras rusas este escritor obrero que supo estar siempre del lado de los humillados y ofendidos.
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