A finales de los ochenta yo solía escuchar, entre otras, las canciones de Morrissey. Había una que me llamaba en particular la atención: Margaret on the guillotine, una expresión de odio puro contra la primera ministra del momento.
Desde luego, a pesar de mis pocas luces políticas en aquellos años, tenía claro que no me caían bien ni Reagan ni Thatcher. Representaban un mundo poco compasivo que estimulaba el triunfo de los fuertes sobre los débiles y no tenían problema alguno en engordar los presupuestos militares. El momento álgido de la presidencia de Thatcher coincidió, no por casualidad, con la victoria en las Malvinas.
Me hacía mucha ilusión ver la película dedicada a la dirigente británica, aunque algo me hacía sospechar que no me iba a dejar del todo satisfecho: las críticas, unánimes al alabar la interpretación de Meryl Streep, apenas se hacía eco de otros aspectos destacables de la película. En todo caso, y aunque fuera en versión doblada, me acerqué a verla en pantalla grande.
Y me encuentro a una Margaret Thatcher aislada del mundo. Una anciana senil que conversa con su marido muerto y que debe ser sometida a discreta vigilancia para que no salga del recinto donde está confinada. Una mujer que una vez fue poderosa y que vive de los recuerdos de esos años gloriosos, unas píldoras de aquellos tiempos que es lo que se nos ofrece al espectador.
Así vemos como una joven con dotes de mando va escalando posiciones hasta la presidencia del partido conservador y finalmente al puesto de primera ministra. Desde Downing Street pone en marcha su revolución conservadora: el desmantelamiento del Estado de bienestar, el debilitamiento de los sindicatos y la desregulación financiera que fue el inicio del caldo de cultivo de la crisis que hoy padecemos. Por supuesto, como hacen hoy día los políticos (en eso han evolucionado poco) se nos informa de que esa es una medicina amarga, pero la única posible.
Hay otras pinceladas: la decisión de ir a la guerra contra los fascistas argentinos (aunque se guarden bien de airear las relaciones de esta señora con otro fascista como Pinochet) y la lucha contra el terrorismo y las relaciones, no siempre cordiales y educadas, con otros miembros de su gobierno: si no se hacía lo que ella proponía les tachaba de cobardes. La gota que colmó el vaso para muchos británicos fue la trístemente célebre poll tax, un impuesto que pretendía gravar igualmente todo tipo de renta, es decir: que los ricos pagaran lo mismo que los pobres. En esto Thatcher fue toda una visionaria, pues hoy se ha ido mucho más allá y los trabajadores suelen pagar mucho más que las rentas del capital.
"La dama de hierro" es una oportunidad perdida. Queda, eso sí, la magistral interpretación de su protagonista, pero esto sirve de poco cuando el retrato de Thatcher es tan parcial y tan íntimo, abordando los temas más polémicos de su mandato como de pasada. Más les hubiera valido producir una buena serie de televisión y contarlo todo con calma y objetivamente. Así, la imagen de Thatcher queda distorsionada y aparece casi como una víctima de las circunstancias que le tocó vivir.
Ya no sé si ir a verla o no, Miguel.
ResponderEliminarLa verdad es que Meryl Streep es de mis actrices favoritas y nunca me ha decepcionado, de momento.
abrazos
Ve a verla, tampoco es que no merezca la pena pero, eso sí, si la puedes ver en V.O. mejor.
ResponderEliminarSaludos.
sexo rico por la pucha rosada de una portiguesa hermosa
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