El Paraíso Terrenal debía ser algo parecido a estos senderos que atraviesan jardines en los que encuentro animales benignos que no huyen del hombre. La tarde de un día fresco, pero acompañado de un cielo azul casi transparente declina y estos seres aprovechan los últimos rayos de Sol.
Por un camino se llega a una explanada repleta de cactus de todas clases. En otro encuentro a un gato acechando a una presa invisible. Luego se me cruzan tres conejos que juegan a perseguirse. El sendero ha estado solitario todo este tiempo, pero por fin encuentro a una pareja que se sienta en un banco a hablar de sus cosas mientras admiran los colores del día que se acaba. Mientras camino, me acompaña el canto de miles de pájaros y un pato, que se mueve como un pato mareado, me sigue a prudente distancia. Luego contemplo como una niña rubia, como la Alicia de Lewis Carroll, persigue a un conejo blanco que se mueve con parsimonia, sabiendo que su joven cazadora es demasiado cautelosa y no se atreverá a tocarle. "No te voy a hacer nada, sólo quiero jugar", repite la niña. Y el conejo asiente y continua con la lenta persecución. Ya casi a la salida del parque, los conejos montan guardia sobre sus dos patas rodeando un túmulo donde está izada la bandera bien alta en su mástil. No se mueven, parecen concentrados en su contemplación. Pienso que cierto político castellanomanchego estaría muy orgulloso de ellos.
Al final, encuentro mi destino: un edificio naranja de grandes cristaleras que se encuentra junto a una sonora cascada. Allí pasaré las siguientes dos horas conversando en torno a Sófocles.
Muy bonita contemplación. Por mucho que se repita este tipo de párrafos, siempre se agradecerá que el narrador los comparta porque ninguna complacencia puede ser ajena a nuestra misma condición plural. Soledad y naturaleza sólo tienen sentido como literatura.
ResponderEliminarMuchas gracias, Francisco.
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