sábado, 30 de julio de 2011

PARACUELLOS (1976-2003), DE CARLOS GIMÉNEZ. AUXILIO ASOCIAL.


Esta imagen tan estupenda pertenece a una de las mejores series de comics españoles: "Paracuellos", de Carlos Giménez. Son dos de los chicos huérfanos internos en el hogar franquista que observan como sus compañeros más afortunados reciben la visita (y de paso comida) de sus familiares. Toda una generación de españoles pasó por estos centros o, en todo caso, son capaces de recordar la brutalidad de la educación franquista, donde el maltrato estaba a la orden del día. No puedo sino recomendar la lectura de estas páginas, editadas en un solo tomo hace un par de años por Debolsillo, una de las mejores lecturas que he realizado últimamente. Aquí el artículo:

Desde hace algunos años, el mundo del cómic está atravesando en España un proceso de normalización. Las obras del séptimo arte aparecen reseñadas en los suplementos culturales de los periódicos y dejan de estar consideradas como un entretenimiento infantil. Además, en el año 2007 se instituyó de manera oficial un Premio Nacional del Cómic, otorgado a la mejor obra española editada en el año.

Nacido en 1941, Carlos Giménez es uno de los más prestigiosos nombres del panorama historietístico en nuestro país. Si bien en los comienzos de su carrera hubo de dibujar historietas de género prácticamente en serie, tal y como era costumbre en la España franquista, ya en los años setenta pudo dedicarse a proyectos más personales, como la serie Dani Futuro, con guión de Víctor Mora, algunas adaptaciones de obras literarias y las autobiográficas Paracuellos, Barrio o Los profesionales. En los últimos tiempos ha trabajado en una ambiciosa serie acerca de nuestra Guerra Civil denominada Malos tiempos.

La infancia de Carlos Giménez estuvo marcada por su paso por los centros de Auxilio Social, en los años del hambre del franquismo, ya que quedó huérfano de padre a muy temprana edad, creados durante la Guerra Civil con el fin de socorrer a los sectores de población que necesitaban bienes de primera necesidad en las zonas que iba ocupando el ejército franquista. La dura postguerra motivó que la institución se asentara y se crearan una serie de centros de acogida fundamentalmente para niños y adolescentes que habían quedado huérfanos o cuyos padres no podían ocuparse de ellos, muchos de ellos hijos de miembros del bando perdedor.

Estos hogares eran ante todo centros de adoctrinamiento en la nueva moral del Estado nacionalcatólico implantado por Franco. La inocencia de los niños era un terreno absolutamente moldeable a las ideas oficiales, aunque la trabajara bajo la máxima "la letra con sangre entra". Como escribe el novelista Juan Marsé en el prólogo:

"Los chavales de Paracuellos (...) me miran desde una aventura testimonial, verídica, insoslayable. Si es verdad, como dicen, que todo niño inocente está condenado a ser culpable, porque no se puede ser adulto sin asumir alguna forma de culpabilidad, no es menos cierto que esos niños evocados por el lápiz de Carlos Giménez ya están previamente condenados por el resultado de la guerra civil y por los sangrientos Años Triunfales del bando vencedor: la España de los puños y las pistolas y del Paco Rana bajo palio, los había sentenciado."

Los niños de Paracuellos han de sobrevivir en el ambiente hostil de los centros de acogida, cuyos responsables los desprecian como hijos del bando perdedor, pobres de solemnidad acogidos a la magnanimidad de los vencedores. En los centros de Auxilio Social los internos pasan hambre continuamente, que sólo pueden saciar si tienen la suerte de contar con algún familiar que les visite cada dos semanas (como estipula el reglamento) y le lleve algún paquete de comida.

La España de la época es un lugar gris y hambriento, sin esperanza, donde las autoridades pueden ejercer arbitrariamente la violencia contra los ciudadanos a la menor falta. El centro de Auxilio Social es un reflejo de esta sociedad. Los niños reciben palizas por los motivos mas nimios, incluso por faltas colectivas. El adoctrinamiento es continuo, tanto en la ideología de Falange (el instructor Antonio es uno de los personajes más siniestros) como en la religión católica, ya que los internos deben aprenderse al dedillo el tristemente célebre catecismo de Ripalda, rezar interminables rosarios y convivir con la idea de que serán candidatos al infierno si no obedecen las estrictas y arbitrarias normas del centro.

Las relaciones entre los críos también están marcadas por la violencia imperante y los más fuertes imponen su ley a los más débiles, aunque también existe la solidaridad entre ellos, como si de una gran familia se tratara. El propio Carlos Giménez describe así aquella difícil época en la introducción:
"La España de esos años, como vemos y sabemos, era una sociedad muy dura y muy violenta. Se sumaban en ella factores tales como la proximidad de la reciente guerra civil, el talante de los vencedores y el miedo y la pobreza generalizados. En este caldo de cultivo sólo monstruos podían desarrollarse. Y estos colegios, estos "hogares", eran el monstruo lógico que engendraba una sociedad monstruosa."

Es imposible leer Paracuellos sin estremecerse. Seguramente muchos españoles de cierta edad se verán reconocidos en la inocencia de unos niños sometidos a toda clase de vejaciones por parte de unos seres sádicos que parecían estar así vengándose de la ideología de sus padres. Los trazos de Carlos Giménez plasman a la perfección los rostros de estos niños que oscilan entre la inocencia y la desesperación, aunque a veces se nos aparecen como adultos prematuros, que aprenden de la peor de las maneras las crueldades de la existencia. La evasión principal para estos seres va a estar precisamente en los tebeos que llegan de vez en cuando al centro, que les hacen soñar con otros mundos y olvidar por un rato su penosa realidad, que parece dominada por unos ogros salidos de los cuentos de hadas más crueles.

Pudiera parecer que el principal cometido del autor al abordar esta obra es el ajuste de cuentas con el pasado, aunque esto no es del todo cierto. Giménez lo explica en una entrevista publicada por la revista U. El hijo de Urich en marzo de 1998:

"Yo no creo tener rabia. Cuando escribo sobre los colegios no hago hincapié en los elementos que no me interesan, por la sencilla razón que si no terminaría haciendo una cosa de propaganda en lugar de una cosa crítica, que es lo que pretendo. Pero eso no quiere decir que en la introducción de los álbumes no hable de otros aspectos de los colegios y no solo de la gente mala. Siempre cito a unas guardadoras que había en Paracuellos o a un maravilloso jardinero que recuerdo con mucho cariño."

Paracuellos ha quedado como una de las obras fundamentales de la historia del cómic español que además es, tal como dice su autor, "una pequeña parte de la posguerra española". Una lectura fundamental incluso para los que no se acercan habitualmente al mundo del cómic.

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