viernes, 27 de marzo de 2009

EL JARDÍN DE LAS DELICIAS (RELATO).


Cuando abrió los ojos, el primer hombre quedó maravillado ante el espectáculo de la creación, de la que él formaba parte. El verde de las praderas contrastaba con las nubes rojizas que reflejaban el Sol del primer amanecer. El manto de la noche iba cediendo ante la luz, por lo que el hombre se sentía reconfortado. Una suave brisa acariaba su rostro, como lo harían los dedos de la mujer que todavía no tenía. Los rayos de Sol proporcionaban una agradable calidez a su cuerpo desnudo. Hasta donde abarcaba la vista, todo era suyo y a la vez, él formaba parte de ese todo. Su primera acción fue correr colina arriba, expresando su regocijo con un grito de júbilo. Cientos de animales corrían tras él, pero no lograban superar su carrera. En lo alto de la colina, en pleno éxtasis, entre abundantes árboles de delicioso fruto, rodeado de toda clase de animales inofensivos, tuvo el primer conocimiento de su creador.

La visión de Dios fue aterradora. El Omnipotente le miraba fijamente con su único y grandioso ojo. El hombre cayó de rodillas y escuchó. No fue, como dice la leyenda, comer del árbol del conocimiento lo que Dios le prohibió, sino beber del río de aguas transparentes que circundaba el jardín. No hubo amenazas, solo una orden clara y tajante. El hombre comprendió y el temor de Dios invadió su alma.

Los días en el jardín transcurrían lentamente. Toda clase de deleites le eran ofrecidos al hombre, podía fundirse como parte de la naturaleza, pero él anhelaba algo más... Una tarde bajó al río. Por primera vez pudo ver su reflejo en las aguas. No se parecía a los otros animales. Mirándose a sí mismo sintió una gran sed y, no pudiendo resistirlo, bebió. El Dios inexperto, el Dios que empezaba a familiarizarse con su creación, supo quién era el hombre. Un gran trueno hizo temblar el suelo, anunciando que Dios ya no tenía el control. El hombre salía por vez primera de la esclavitud de su ignorancia, dejando atrás su prisión dorada. Daban comienzo las enfermedades, las guerras, el hambre, pero también la literatura, la moral, la ciencia y el libre albedrío. Llegaba también el conocimiento más necesario y cruel de todos, el de la certeza de la Muerte, pero también el de la verdadera vida. En la Tierra empezó a escucharse una leve música que poco a poco se fue transformando en una sinfonía, la sinfonía de la historia...

El cabo Müller despertó de su extraño sueño. Dormirse durante su guardia nocturna en el puesto antiaéreo no era un pecado, cuando llevaba tantas noches seguidas en vela. Se sentía optimista. "Este sueño debe ser una señal divina de que voy a sobrevivir. Hasta ahora no he vivido grandes peligros en esta guerra y el puesto de artillero que he conseguido me garantiza una vida tranquila. Esta ciudad no es un objetivo militar. La guerra se acaba y no me importa que perdamos. Dios está muy por encima de mi patria." Era medianoche del trece de febrero de 1945. El cielo de Dresde se encontraba lleno de estrellas e invitaba a olvidarse de la contienda y elevar la mente hacia lo trascendente.

2 comentarios:

  1. Muy bonito Miguel, hacía tiempo que no leía ni escuchaba lo que escribes y me ha gustado mucho.
    Lo del reflejo y el agua me ha gustado más que lo del árbol del conocimiento;porque nos coloca enfrente de nosotros mismos que es lo interesante.
    Besos.
    Begoña.

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  2. Gracias Begoña, a ver si después de Semana Santa, cuando vuelva de Madrid estoy menos liado y os puedo hacer una visita, que tengo ganas de veros.

    Un abrazo.

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