viernes, 27 de marzo de 2009

EL JARDÍN DE LAS DELICIAS (RELATO).


Cuando abrió los ojos, el primer hombre quedó maravillado ante el espectáculo de la creación, de la que él formaba parte. El verde de las praderas contrastaba con las nubes rojizas que reflejaban el Sol del primer amanecer. El manto de la noche iba cediendo ante la luz, por lo que el hombre se sentía reconfortado. Una suave brisa acariaba su rostro, como lo harían los dedos de la mujer que todavía no tenía. Los rayos de Sol proporcionaban una agradable calidez a su cuerpo desnudo. Hasta donde abarcaba la vista, todo era suyo y a la vez, él formaba parte de ese todo. Su primera acción fue correr colina arriba, expresando su regocijo con un grito de júbilo. Cientos de animales corrían tras él, pero no lograban superar su carrera. En lo alto de la colina, en pleno éxtasis, entre abundantes árboles de delicioso fruto, rodeado de toda clase de animales inofensivos, tuvo el primer conocimiento de su creador.

La visión de Dios fue aterradora. El Omnipotente le miraba fijamente con su único y grandioso ojo. El hombre cayó de rodillas y escuchó. No fue, como dice la leyenda, comer del árbol del conocimiento lo que Dios le prohibió, sino beber del río de aguas transparentes que circundaba el jardín. No hubo amenazas, solo una orden clara y tajante. El hombre comprendió y el temor de Dios invadió su alma.

Los días en el jardín transcurrían lentamente. Toda clase de deleites le eran ofrecidos al hombre, podía fundirse como parte de la naturaleza, pero él anhelaba algo más... Una tarde bajó al río. Por primera vez pudo ver su reflejo en las aguas. No se parecía a los otros animales. Mirándose a sí mismo sintió una gran sed y, no pudiendo resistirlo, bebió. El Dios inexperto, el Dios que empezaba a familiarizarse con su creación, supo quién era el hombre. Un gran trueno hizo temblar el suelo, anunciando que Dios ya no tenía el control. El hombre salía por vez primera de la esclavitud de su ignorancia, dejando atrás su prisión dorada. Daban comienzo las enfermedades, las guerras, el hambre, pero también la literatura, la moral, la ciencia y el libre albedrío. Llegaba también el conocimiento más necesario y cruel de todos, el de la certeza de la Muerte, pero también el de la verdadera vida. En la Tierra empezó a escucharse una leve música que poco a poco se fue transformando en una sinfonía, la sinfonía de la historia...

El cabo Müller despertó de su extraño sueño. Dormirse durante su guardia nocturna en el puesto antiaéreo no era un pecado, cuando llevaba tantas noches seguidas en vela. Se sentía optimista. "Este sueño debe ser una señal divina de que voy a sobrevivir. Hasta ahora no he vivido grandes peligros en esta guerra y el puesto de artillero que he conseguido me garantiza una vida tranquila. Esta ciudad no es un objetivo militar. La guerra se acaba y no me importa que perdamos. Dios está muy por encima de mi patria." Era medianoche del trece de febrero de 1945. El cielo de Dresde se encontraba lleno de estrellas e invitaba a olvidarse de la contienda y elevar la mente hacia lo trascendente.

jueves, 26 de marzo de 2009

ENSAYO SOBRE LA CEGUERA, DE JOSÉ SARAMAGO. EL APOCALIPSIS BLANCO.


Leo de nuevo esta novela que leí hace años estimulado por la ardiente actualidad. Uno de los mayores placeres literario-cinematográficos que conozco es el de leer un libro (o un cómic, tanto da) e inmediatamente después ver la película en la que se basa. Las imágenes que nos hemos formado en nuestra imaginación en las páginas leídas en solitario compiten en verosimilitud con las que se nos muestran en la sala oscura que compartimos con otros espectadores. Casi siempre decimos que la obra literaria supera a la cinematográfica, pero hay muchas excepciones.

"Ensayo sobre la ceguera" propone una de las situaciones más terribles que imaginarse pueda: la ceguera de toda la población humana y el rápido deterioro de las más elementales bases sobre las que se asientan nuestras sociedades. "La ceguera también es esto, vivir en un mundo donde se ha acabado la esperanza", puede leerse en uno de los capítulos, todos llenos de reflexiones acerca de la condición humana y su fragilidad, expresados con una escritura de gran densidad que apenas deja respiro al lector. Lo que leemos nos intranquiliza, nos inquieta y nos desagrada, pues nosotros somos humanos y es de la humanidad de lo que habla esta novela. Pero también nos fascina y nos hace avanzar páginas sin apenas darnos cuenta. Quizá haya algo de morbo en ello, pero no hay manera de que dejemos de interesarnos por la suerte de estas personas enfrentadas a una situación intolerable pero a las que el más elemental instinto de supervivencia hace seguir adelante.

Al principio las autoridades creen que pueden controlar la epidemia aislando a los ciegos, curiosamente asaltados por una ceguera luminosa. El primer capítulo, con la confusión del primer ciego, anticipando la situación posterior, resulta magistral. A los enfermos de ceguera se les trata inhumana y cruelmente, pero el miedo al contagio se hace mucho más poderoso que la compasión. Luego se descubre que la plaga es universal y la ciudad donde viven los protagonistas se hace pedazos en pocos días. Los gobiernos no pueden con todo.

La única esperanza es la mujer de un oftalmólogo, la única persona que puede ver en un mundo de ciegos y que hace lo que puede por aliviar las penalidades del grupo al que acompaña. Muy pronto va a descubrir la horrorosa situación de ser la única vidente en un mundo de ciegos. Cadáveres por las calles, gente defecando donde puede, basuras por todas partes, suciedad inaudita, falta de agua, de electricidad, de comida... Poco le falta para hundirse en varias ocasiones a esta mujer fuerte, que se siente llamada a una misión que la desborda por completo.

Yo entiendo la novela como una perfecta fábula acerca de nuestra situación actual. Creemos ver las cosas tan claras que en realidad tanta blancura nos ciega y nos va llevando poco a poco hacia el abismo. La sociedad y la economía están basadas en un crecimiento continuo e insostenible. Pero hemos estado tan ciegos que no hemos querido verlo y seguimos estando tan ciegos que intentamos salvar un sistema que nos lleva al más absoluto desastre. Los ciegos de Saramago caminan sin rumbo, esperanzados en que algún milagro alivie su situación. Nuestra sociedad también.

"Por qué nos hemos quedado ciegos, No lo sé, quizá algún día lleguemos a saber la razón, Quieres que te diga lo que estoy pensando, Dime, Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, Ciegos que ven, Ciegos que, viendo, no ven."

lunes, 23 de marzo de 2009

FICCIONES, DE JORGE LUIS BORGES. LA PERFECCIÓN DEL MAESTRO.


Jorge Luis Borges es uno de los nombres imprescindibles de la literatura universal. Sus relatos son lectura obligatoria para cualquier interesado en las historias escritas en letra impresa. Cualquier aficionado a escribir cuentos que quiera componer algo medianamente decente al menos una vez en la vida, debería fijarse en sus creaciones. Y aprender de la perfección.

Junto a "El aleph" el conjunto de narraciones recogido en "Ficciones" es quizá el más famoso de Borges, el que corona su plenitud como maestro de la escritura. Sus obsesiones estaban ya perfectamente fijadas: la eternidad, los laberintos, los espejos, las bibliotecas perdidas, los autores malditos, el infinito, los atlas de tierras inexistentes, los tigres, la divinidad y sus milagros secretos, las sectas ocultas, los universos paralelos, el eterno retorno.

Dicen que Borges es un maestro de la literatura fantástica. Para mí es un escritor filosófico, con el que surge una meditación de cada una de sus frases, frases medidas y perfectamente pulidas, que se expresan con una precisión muy fuera de lo común. No falta ni sobra nada. A veces un relato es una mera descripción de un lugar y sus habitantes, como sucede con "La biblioteca de Babel", un prodigio que comienza de esta manera (quizá la frase que mejor resume el mundo borgiano) y que para mí es el comienzo de unos de los festines más deleitosos que puede dar la literatura:

"El universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerias hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas. Desde cualquier hexágono, se ven los pisos inferiores y superiores: interminablemente. La distribución de las galerías es invariable (...)"

Si en la novela de Ray Bradbury "Fanhrenheit 451" se nos daba noticia de la existencia de hombres-libro, con Borges supimos de la existencia de un hombre que era una biblioteca en sí mismo. Su enorme erudicción se ve reflejada en cada una de sus frases, en las constantes referencias a otros autores, reales o ficticios, en su obsesión por llenar los vacíos de la historia y en explicar lo inexplicable mediante la intervención de lo inverosímil, que a través de la magia de su escritura acaba siendo un hecho vivido para el lector.

Para quien no haya leído todavía a Borges, no hay excusa. Leánlo despacio, saboreen lentamente sus relatos y reflexionen sobre ellos. Cuando terminen, pueden volver a empezar sin remordimientos.


THE READER (2008), DE STEPHEN DALDRY. LA HUMANIZACIÓN DE UNOS PERSONAJES.


De vez en cuando, en contra del tópico, una película mejora el original literario en el que se basa. Este es el caso. Sin desmerecer en absoluto la interesantísima novela de Bernhard Schlink en que se basa, comentada varios post más abajo, la realización de Stephen Daldry realmente da vida a unos personajes que encontré en la narración un tanto anquilosados, quizá por haber sido descritos un poco friamente, desde el exterior. En "The reader" Kate Winslet, David Kross y Ralph Fiennes, con sus magníficas interpretaciones logran que el espectador se interese por las emociones y sentimientos de unos personajes que en la novela solo servían como excusa para que el novelista hablara del tema que le interesaba: el problema de la culpa en la Alemania vencida de la postguerra.

En cualquier caso, el guión cinematográfico sigue casi paso por paso el esquema de la novela, aunque desarrolla un personaje realmente interesante, pese a sus cortas apariciones: el profesor que dirige el seminario dedicado al juicio de Hanna y sus antiguas compañeras, un Bruno Ganz que realiza el gran trabajo al que nos tiene acostumbrado en el difícil papel de representante de la generación que vivió la Guerra Mundial, a la que parte de sus jóvenes alumnos culpabiliza colectivamente de los horrendos crímenes cometidos en aquella época (es difícil olvidar, en este contexto, la increíble interpretación de Hitler por parte de este actor en "El hundimiento"). En la película entendemos mejor las motivaciones de Hanna, la vergüenza de su analfebetismo y su valentía al admitir los hechos (no hubieran estado mal unas escenas de los sucesos que constituyen la piedra angular de la acusación, el bombardeo del pueblo y el incendio de la iglesia repleta de prisioneras), mientras Michael observa "confundido entre la muchedumbre que la abuchea convirtiéndola en el chivo expiatorio de la cobardia de todo un país", como expresa perfectamente Quim Casas en la revista "Dirigido". Hanna carga con su culpa y, por ende, con la de un sistema perverso sostenido por prácticamente todos los alemanes. Su condena descarga conciencias. Ella también intenta ir descargando la suya poco a poco. De ahí vienen algunas de las escenas más emocionantes del film, con un Michael maduro, magníficamente interpretado por el gran Ralph Fiennes, grabando clásicos de la literatura para enviarlos a su antigua amante. El reencuentro entre los dos, ya en los años ochenta, será bastante patético y sus consecuencias finales, trágicas. Michael también se ve salpicado por la culpa, siente que podía haber hecho más por Hanna y por su propia conciencia, marcada por el amor que ha seguido sintiendo por ella. Después de todo es un privilegiado: nació después de la guerra y no tuvo que someterse al régimen imperante, como tantos alemanes hicieron por mera comodidad o por inercia.

Una película que sigue la estela de reflexiones de la novela acerca del problema de la culpa colectiva de todo un pueblo, pero con personajes mucho más cercanos y humanos. Para no perdérsela.

EN AUSENCIA DE BLANCA, DE ANTONIO MUÑOZ MOLINA. LA ATRACCIÓN DE LOS OPUESTOS.


Antonio Muñoz Molina es uno de nuestros grandes escritores en activo y me atrevería a decir que uno de nuestros pensadores más lúcidos. Desde hace unos años reside en Nueva York, ocupándose del instituto Cervantes de la ciudad. Precisamente ayer publicó en El País un artículo acerca de las fotografías de la ciudad de Nueva York a través de la historia, que comenzaba con estas estimulantes palabras:

"El arte de Florencia en el siglo XV es la pintura al fresco; el de Nueva York en el siglo XX es la fotografía. La fotografía tiene la fuerza plástica de la pintura y del cien, la capacidad narrativa del cine y de la novela, la verdad inmediata de una información."

Personalmente disfruté mucho de dos de sus obras maestras "Plenilunio" y "Sefarad". Algún día tengo que releerlas. El título que nos ocupa es una obra menor dentro de su producción, pero no por eso es desdeñable, ni mucho menos. Muñoz Molina nos cuenta la historia de Mario, un ser dócil y ordenado al que un encuentro casual con Blanca, la antítesis de su carácter, le cambia la vida, enamorándole para siempre. Mario desea una vida tranquila y austera. Blanca sueña con exposiciones, actos culturales y artistas de vanguardia. Se siente atraída por personajes presuntamente rompedores que no hacen ninguna gracia a Mario. La novela es la narración de las dudas y sufrimientos de Mario, de sus anhelos de vida perfecta y ordenada y de los pequeños sacrificios que hace por su mujer, a la que literalmente rescató en sus momentos más bajos. El autor nos hace penetrar en la mente de Mario, entender sus angustias... aunque hay un elemento levemente onírico, irreal, latente en toda la narración, del que se nos dan algunas pistas al principio, pero que adquiere toda su dimensión en el insólito final.

Una novela para leer en una sola tarde. No es de las más grandes de su autor, pero tampoco es mera evasión. No deja indiferente.

sábado, 21 de marzo de 2009

16 CALLLES, DE RICHARD DONNER (2006). ENTRETENIMIENTO INTRANSCENDENTE.


Me quedé con ganas en su momento de ver en el cine esta entretenida cinta de Richard Donner. Una vez vista, he pasado un buen rato, aunque me queda la impresión de que la historia ya me la han contado mil veces.

Lo más destacable es el papel de Bruce Willis, un policía en las últimas, alcohólico y cojo al que le encargan una misión aparentemente rutinaria, llevar a un preso al juzgado (Mos Def, un actor malísimo, por cierto) que va a derivar en las dos horas más frenéticas de su vida.

Richard Donner filma con oficio de veterano, sobre todo las escenas de acción y da ni más ni menos lo que promete. Lo peor: el final, muy descompensado respecto al resto de la narración. La sensación que queda no es la de pérdida de tiempo ni mucho menos, sino la de haber pasado un rato entretenido. En el cine de hoy, eso es suficiente.

viernes, 20 de marzo de 2009

EL LECTOR, DE BERNHARD SCHLINK. EL PROBLEMA DE LA CULPA.


Leí esta novela por primera vez hace ahora justamente diez años, en los seminarios de Filosofía del Derecho. Ahora lo he hecho otra vez, estimulado por la adaptación cinematográfica que pretendo ver este fín de semana.

El protagonista y narrador, a los quince años se hace amante de una mujer mucho mayor, una relación basada en la limpieza corporal, la lectura de clásicos alemanes en voz alta y, por supuesto, en el sexo. En un determinado momento, ella abandona la ciudad sin dar explicaciones. Algunos años después vuelven a encontrarse cuando ella está siendo juzgada por los supuestos crímenes que cometió cuando era miembro femenino de las SS y él es un estudiante de derecho que está realizando un trabajo sobre ese proceso. Ante el nulo esfuerzo que ella pone en su propia defensa, él se propone a sí mismo tratar de ayudarla, pero al final tiene la intuición de no hacerlo. Al final se dará cuenta de que para ella la cárcel ha sido una especie de redención para su conciencia, ya que nunca ha tratado de esquivar los fantasmas de su pasado. Su última voluntad va a buscar un perdón imposible. Parece ser que su culpa es demasiado grande.

Las cuestiones que plantea la novela atenazan a toda una generación de alemanes, el problema de la culpa colectiva por los crímenes del nazismo, por activa o por pasiva. Un texto de la novela lo expresa muy bien:

"La palabra clave era "revisión del pasado". Los estudiantes del seminario nos considerábamos pioneros de la revisión del pasado. Queríamos abrir las ventanas, que entrase aire, que el viento levantara por fín el polvo que la sociedad había dejado acumularse sobre los horrores del pasado. Nuestra visión era crear un ambiente en el que se pudiera respirar y ver con claridad. Tampoco nosotros apostábamos por la erudicción. Teníamos claro que hacían falta condenas. Y también teníamos claro que la condena de tal o cual guardián o esbirro de este u otro campo de exterminio no era más que un primer paso. A quien se juzgaba era a la generación que se había servido de aquellos guardianes y esbirros, o que no los había obstaculizado en su labor, o que ni siquiera los había marginado después de la guerra, cuando podía haberlo hecho. Y con nuestro proceso de revisión y esclarecimiento queríamos condenar a la vergüenza eterna a aquella generación".

Una locura colectiva, una generación entera arrastrada a una espiral de crímenes sin precedentes en la historia. ¿Existe una culpa colectiva del pueblo alemán? ¿Los procesos son un mero lavado de conciencia a través de unos chivos expiatorios? ¿Es lícito juzgar acciones que no se encontraban tipificadas cuando se cometieron, es decir, es lícita la retroactividad penal? El protagonista pertenece a la generación siguiente a la de la guerra, una generación sin referentes morales en sus mayores, que pretende remover un pasado que a muchos interesa dejar como está. Hanna, después de todo, representa un poco de dignidad en toda esta inmundicia. Ella no niega su participación, asume sus responsabilidades y sus culpas. Y tiene los arrestos de preguntar al juez: "¿qué hubiera hecho usted en mi lugar?" Esa pregunta bien puede ir dirigida al lector, a todos nosotros, que juzgamos los hechos desde fuera. ¿Cómo nos hubiéramos comportado nosotros en esas circunstancias?

¿POR QUÉ TANTA REPERCUSIÓN? A PROPÓSITO DE LAS PALABRAS DE BENEDICTO.


El papa ha hablado hace dos días en África sobre preservativos y sida. Sus palabras, como de costumbre, son alucinantes y alejadas de la realidad, pero no ha dicho nada distinto a lo que cabe esperar de él, sino que se ha atenido al guión de siempre. Entonces, yo me pregunto: ¿por qué tanto escándalo, tanto llevarse las manos a la cabeza, tanta exigencia de rectificación? Creo que el problema está como siempre en la desmesurada repercusión mediática de las palabras de un hombre que, o bien habla de asuntos que ignora por completo, o bien erra a sabiendas. En todo caso, por la misma lógica que un curandero no puede erigirse como una autoridad en medicina, una persona que se supone con voto de castidad no puede erigirse en una autoridad en sexualidad. Pero los medios siguen analizando sus palabras y escandalizándose. ¿Para qué sirve esto? Simplemente para dar más publicidad a la Iglesia Católica, una institución que no tiene autoridad política y que solo dicta normas morales para sus miembros. Los demás no deberiamos dar tanta importancia a esas palabras, propias de alguien que no vive en la realidad.

jueves, 19 de marzo de 2009

WATCHMEN (2009) DE ZACK SNYDER. LOS VIGILANTES VIGILADOS.


Acudí al cine escéptico, receloso de una película de la que no había escuchado nada bueno: primero fue la polémica de si se estrenaba o no e inmediatamente después, las reacciones airadas de unos fans que parecen haber estado vigilando a estos vigilantes con lupa, para después molestarse si algún detalle de la producción contradice su visión de la obra maestra de Alan Moore.

Pues yo he de decir que disfruté como pocas veces lo he hecho en una sala de cine. También es cierto que ayudaba la esplendorosa sala IMAX, pero he de decir que la traducción de las sagradas imágenes de Gibbons a la pantalla grande son todo un acierto y mantienen impecable el espíritu y el ambiente del comic. Los actores que encarnan a los personajes están perfectamente elegidos y se nota que nada se ha dejado al azar. La historia se mantiene casi al cien por cien fiel al original (excepto en un detalle al final, que incluso es una idea que mejora ligeramente el comic) y si no se han desarrollado capítulos como la historia de los piratas es porque ciertamente hay elementos que no son adaptables al cine, por mucho que se quiera ser estrictos con la obra. La banda sonora está muy bien elegida también, recalcando el ambiente ochentero reconocible en todo el metraje (ese Aleluyah de Leonard Cohen mientras Buho Nocturno y Espectro de Seda hacen el amor en la nave del primero...) y en general el tono oscuro y la mala leche del comic son bastante respetados, haciendo de la película una experiencia no apta para menores, ni siquiera para quienes buscan la mera acción de una película convencional de superhéroes. Esta es otra cosa (y aquí entraría en relación con la magnífica "El caballero oscuro") y los héroes son desmitificados e incluso ridiculizados sin piedad en ocasiones. El director tiene la valentía de respetar incluso los diálogos más cínicos y políticamente incorrectos, sin hacer concesiones a la comercialidad más que en un par de escenas de lucha a cámara lenta que son lo único que chirría un poco en la función. Como ya he dicho en el post anterior, los personajes son humanos y eso se nota y los actores saben transmitirlo.

Un gran complemento para un comic perfecto. Una película para visionar en más de una ocasión, dejando aparte los prejuicios. Zack Snyder ha realizado una labor precisa de relojero para entregarnos un producto muy coherente con el original, que con los años se convertirá en un pequeño clásico. Un gran ejemplo de como aunar presupuesto, efectos especiales e inteligencia.

WATCHMEN, DE ALAN MOORE Y DAVE GIBBONS. LA TAREA DEL SUPERHÉROE.



¿Quién vigila a los vigilantes? Bajo esta premisa, el guionista Alan Moore, autor de otras maravillas como "V de Vendetta" o "From Hell", revolucionó para siempre el comic de superhéroes y realizó una reflexión demoledora de todos los tópicos que le rodean, convirtiéndose instantaneámente en un clásico junto a "El retorno del Caballero Oscuro", de Frank Miller.

La acción transcurre en un año 1985 alternativo. El presidente Nixon ha alcanzado su tercer mandato. Los superhéroes han existido realmente (aunque sin superpoderes), pero fueron prohibidos por una ley de 1977. La excepción a la regla es el Dr. Manhattan, al que un accidente confirió unos poderes casi divinos. Gracias a su actuación, Estados Unidos ganó la Guerra de Vietnam y mantiene en jaque a la Unión Soviética, que a su vez lo califica como "instrumento del imperialismo". La tensión entre las dos superpotencias no para de crecer y se espera una guerra nuclear inminente. La historia arranca con el asesinato del Comediante, un "héroe" que trabajó toda su vida para el gobierno. La investigación de este crimen va a desencadenar la compleja trama, nos va a dar a conocer a magníficos y complejos personajes y Moore va a llevarnos de la mano por una historia que abarca más de cuarenta años. La descripción de una sociedad con sutiles variaciones respecto a la que conocemos es uno de los puntos fuertes de la historia: el ambiente de una Nueva York decadente, los artículos explicativos (recortes de prensa, capítulos de libros...) que aparecen al final de cada episodio y sobre todo la sensación de hiperrealismo, algo muy difícil de conseguir en un cómic.

Los personajes son uno de los puntos fuertes de la función: el Dr. Manhattan, el superhombre cada vez más deshumanizado, cada vez más desligado de su condición humana originaria, Rorschach, neurótico y obsesionado con su idea de justicia, implacable y cruel con los criminales, el Comediante, un asesino a sueldo del gobierno, violador y cínico, Búho Nocturno, quizá el más humano de los personajes, que llega a plantearse su pasada condición de superhéroe, preguntándose si no estuvo haciendo el ridículo, si no fue un acceso de inmadurez lo que le llevó a salir por la noche con un traje vistoso y ajustado, pero anhelando secretamente aquellos tiempos, Espectro de Seda, destinada a ser superheroína desde su nacimiento y desorientada sobre su papel en el mundo y por fín Ozymandias, el hombre más inteligente del mundo, destinado a un importante y sorprendente papel en la trama.

Originariamente, los superhéroes nacieron como respuesta a los anhelos más secretos del hombre común: volar, tener superfuerza, poseer una identidad secreta... Los personajes eran totalmente planos en su perfección: resolvían sus problemas en treinta y dos páginas y su mundo no cambiaba nunca. Los comics de Marvel de los años sesenta intentaron dar una vuelta de tuerca a este panorama humanizando a los superhéroes y dando más importancia en ocasiones a los problemas de la identidad civil del protagonista que a los superheroicos. Todo muy original, si no fuera por un problema: resulta poco creíble. Los personajes apenas evolucionan década tras década y cuando algo cambia, es para que todo permanezca igual. Resulta difícil de tragar que Spiderman, por poner un ejemplo, tras cuarenta años ininterrumpidos de aventuras y cientos y cientos de apariciones en toda clase de títulos, siga siendo un treintañero, después de tantos problemas y tantas tragedias. La historia de los personajes es una losa sobre su continuidad y sobre su credibilidad. En "Watchmen" no ocurre nada de eso, sino que se nos informa de la biografía de los personajes a través de los años y sus edades se corresponden con la historia. Los superhéroes resultan ser humanos, demasiado humanos, se plantean su lugar en el mundo, cometen errores, practican el sexo (algo tabú en los comics Marvel y DC), pierden los papeles y el comic deleita al lector por su imprevisibilidad y unos giros en la trama perfectamente justicados que funcionan como un mecanismo de relojería.

Los dibujos de Dave Gibbons complementan a la perfección el guión de Moore. Pocas veces se ha visto un diseño de página tan perfectamente planificado, que en ocasiones funciona como un espejo, consiguiendo sorprendentes simetrías en algunas imágenes. El guión se acerca más al de una obra literaria que a un mero comic de superhéroes poseyendo infinitos grados de lectura. Se puede leer y releer "Watchmen" cuantas veces se quiera. Siempre se le encontrarán nuevos sentidos a los textos. Hay un simbolismo muy latente en todo el guión.

La obra nos presenta a los vigilantes no como héroes, sino como fascistas que se toman la justicia por su mano en mayor o menor medida. Roschach representa esta imagen llevada a sus últimas consecuencias. Si existieran superhéroes de verdad es muy probable que acabara aprobándose una ley para prohibirlos y controlarlos. El Estado no puede tolerar tener a gente incontrolada aplicando su propia ley, por muy buenas que sean sus intenciones. El Dr. Manhattan es un caso aparte. Más que un superhéroe, los políticos lo utilizan como una superarma. Su desaparición, hastiado de los asuntos de la Tierra, deja la defensa estadounidense en pañales. La frase con la que he abierto el artículo "¿Quién vigila a los vigilantes?" cobra aquí todo su sentido. No es solo aplicable a los vigilantes nocturnos, a los presuntos superhéroes, sino que sería más adecuada para los gobiernos que juegan a la guerra teniendo a sus ciudadanos como rehenes, ciudadanos a los que solo les llega una pizca de información, insuficiente para conocer lo que realmente se cuece...

La obra es como un prisma que admite mil miradas distintas y que responde a nuestras preguntas con otras cuestiones aún más complejas. Un hito en la historia del comic, que puede acallar a aquellos que siguen diciendo que la historieta es cosa de críos. El noveno arte tiene mucho que expresar y "Watchmen", una de sus cumbres, tiene mucho que decir sobre esto. El tiempo no hace más que mejorarla, como los buenos vinos.


miércoles, 18 de marzo de 2009

STAUFFENBERG, DE PETER HOFFMANN. HISTORIA DE UN ALEMÁN.


Al hilo de la reciente película de Bryan Singer, protagonizada por Tom Cruise, han surgido una serie de publicaciones, más o menos oportunistas, acerca de las circunstancias del famoso atentado contra Hitler del 20 de julio de 1944, el que más cerca estuvo de costarle la vida al dictador. Esta monumental biografía no es fruto improvisado de la oportunidad, sino un intento de estudiar al hombre que estuvo a punto de conseguir esa hazaña (Claus Schenk Graf von Stauffenberg) y su entorno inmediato.

Lo más interesante del libro es advertir la evolución del pensamiento de Stauffenberg ante las circunstancias históricas de las que va siendo protagonista. Claus procede de una aristocrática familia alemana de gran tradición militar. Desde pequeño a él y a sus hermanos se le inculcan conceptos que tienen que ver con la superioridad germánica y la mayor importancia del "ser colectivo" frente a las individualidades. El servicio a la patria, ya sea en uno u otro sentido, va a ser una constante en la vida de nuestro personaje, con lo cual la noticia del final de la Primera Guerra Mundial, con la consiguiente humillación de su Gran Alemania, va a caer como un mazazo.Un terrible golpe asestado sobre él y sobre otros muchos ciudadanos alemanes, que empezarán a pensar en un desquite desde el mismísimo día después del armisticio. Hoffmann nos hace ver muy bien todas estas eventualidades desde la perspectiva de la conciencia de un hombre representativo del sentir de otros muchos ("Mi Alemania no puede morir, y aunque ahora se hunda, volverá a ser grande y fuerte; al fín y al cabo, todavía existe Dios", dirá un joven Claus). Un discurso precoz y muy propio de su personalidad.

En realidad vemos que el resultado de la Gran Guerra pone las bases y las semillas para hacer inevitable la segunda. Muchos alemanes nacionalistas se sienten traicionados, entran en guerra civil con la izquierda y capean la brutal crisis económica como pueden. Cuando finalmente Hitler llega al poder muchos lo ven como un mesías, como un salvador que va a devolver el antiguo esplendor a Alemania. Poco importa que la democracia esté en la tumba. El genio de un solo hombre, que conecta con los deseos más íntimos e inconfesables de muchos de sus ciudadanos: orden y grandeza a cualquier precio.


El caso de Stauffenberg resulta muy curioso para el lector, sobre todo si es español, porque nuestros militares no han sido muy dados tradicionalmente a la cultura. Y es que Claus era un militar que aunaba en su persona las armas y las letras, como si de un don Quijote se tratara. El y sus hermanos pertenecieron desde muy temprano a la "Alemania secreta", una sociedad fundada por el poeta Stefan George, una especie de Goethe de su tiempo, que abogaba por la superioridad del pueblo alemán, pero desde un punto de vista más intelectual y espiritual, muy alejado de la política agresiva del nacionalsocialismo, cuya influencia va a ser muy importante en su manera de pensar y de actuar. El ejercicio intelectual va a ser una constante en la vida de Claus y sus hermanos.

En un principio Stauffenberg fue un entusiasta más del nazismo. Cegado por los éxitos de Hitler y por las primeras victorias militares, apenas había lugar para alguna leve crítica, pero los objetivos que se estaban logrando lo justificaban todo. Las formas de conseguirlos eran lo de menos. Al fín y al cabo él era un militar, un eslabón más en la cadena. Cumplía sus órdenes y tomaba sus iniciativas dentro de estas. Se estaba forjando una brillante carrera militar, ratificada en su participación en las campañas de Polonia y Francia. Por aquellas fechas victoriosas no tenía problema en afirmar, acerca de los polacos que "la población es una chusma increíble, muchos judíos y mucha gente mezclada. Un pueblo que seguramente sólo se encuentra bien bajo el látigo. Los miles de prisioneros harán mucho bien a nuestra agricultura. En Alemania serán muy útiles, tan trabajadores, voluntariosos y frugales". Puro lenguaje fascista, que se justifica a sí mismo. Afirmaciones de un miembro de la raza superior que dispone el destino de unos cuantos infrahombres. Así que cuando Stauffenberg se escandaliza posteriormente de las matanzas de judíos, no debemos dudar de su buena fe y sus buenas intenciones, pero tampoco debemos olvidar que aportó su granito de arena en que todo eso fuera posible.

Su particular caída de la venda que tenía sobre los ojos se producirá coincidiendo con el desastre del Ejército Alemán en el invierno ruso de 1941-42 y se ratificará con la masacre de Stalingrado. A partir de aquí, Stauffenberg no se siente ya vinculado por su juramento de lealtad ("El juramento de lealtad no era ninguna objección, pues la lealtad debía ser mutua, y Hitler había traicionado a la Wehrmacht, al pueblo", pag. 462) y le da un nuevo sentido a su idea de lo que debe ser un soldado ("Ser soldado, y en especial, ser un jefe militar, ser un oficial, significa ser un servidor y parte del Estado, con la responsabilidad general que eso conlleva", pag. 455), por lo que entra de lleno en el complicado mundo de las conspiraciones contra Hitler, sobre todo después de sufrir sus terribles heridas en Túnez, y se mentaliza de que su nuevo deber de soldado no es ya obedecer a un gobierno que considera corrupto, asesino y traidor al pueblo, sino derrocarlo y salvar el poco honor que pueda quedarle a Alemania, responsable de terribles crímenes.

La última parte de su vida, la que debería haber sido más agitada, con mayores dudas y miedos, él la afronta con una admirable serenidad de espíritu. Está convencido de su misión y pone todo su empeño en llevarla a cabo, aún a costa de su propia vida si fuera necesario. No todos los colaboradores en el golpe de Estado son tan idealistas y muchos de ellos esperan a ver por donde va a soplar el viento una vez se produzca el atentado para decantarse por una u otra opción. Esto me hace pensar que aunque la bomba hubiera acabado con la vida de Hitler la toma del poder por parte de los conspiradores hubiera sido harto complicada, por su deficiente organización. Aún así el intento de Stauffenberg le honra y da unas gotas de dignidad a una Wehrmacht totalmente manchada por unos crímenes inhumanos. En este caso no cabe hacerse la clásica pregunta acerca de si es lícito o no el tiranicidio, sino cuestionarse acerca de como fue posible que una camarilla de criminales obtuviera tantos apoyos entre el pueblo alemán (esto es comprensible con la lectura de este libro) y la mantuviera contra viento y marea en contra de los propios intereses y ante el peligro de aniquilación del propio pueblo alemán (esto solo es comprensible a través de una implacable política guiada por el terror), por lo que la actitud de los conspiradores, vista hoy en día fue digna y valiente, merecedora del homenaje y recuerdo que se le está brindando hoy día a través de estudios y producciones cinematográficas.

Agradecer efusivamente al estupendo traductor Marc Jiménez Buzzi, a su webmaster y a la editorial Destino la amabilidad de haberme enviado el libro para su comentario.

lunes, 16 de marzo de 2009

EL CURIOSO CASO DE BENJAMIN BUTTON (2008), DE DAVID FINCHER. A PASO DE CANGREJO.


Acudí a ver esta película altamente estimulado; por un lado por el hecho de que acababa de leer el cuento de Scott Fitzgerald del mismo nombre y por otro porque había leído críticas muy positivas, que llegaban a tildarla de obra maestra, aunque también había opiniones contrarias.

Para mí "El curioso caso de Benjamín Button" es una película interesante, bien filmada, pero que se ve lastrada por varios factores. En primer lugar, el metraje es excesivo, sobre todo en su primera parte, la que menos interés tiene para mí, cuando el joven-anciano Button despierta a la vida e intenta adaptarse a sus peculiares circunstancias, sus años de formación, digamos. La historia de amor tampoco está llevada a un ritmo adecuado. El espectador no comprende bien la atracción entre estos dos seres que luchan contra el tiempo (como todos, solo que ellos en direcciones contrarias) y, una vez que están juntos, por qué él se marcha de esa manera tan radical, sin intentar afrontar su situación junto al ser amado. En el cuento el padre no abandona a Benjamin, sino que intenta criarlo mentalizándose de que es un niño normal lo que tiene. En la película padre e hijo se reconcilian a los veinte años del nacimiento de Benjamin, pero esta relación está muy difuminada. Otro desacierto, a mi entender, es no haber mantenido la identificación de las edades de mente y cuerpo que sí que se daban en el cuento, provocando situaciones muy divertidas, como cuando el padre da soldaditos de juguetes a su niño-anciano y Benjamin se escabuye siempre que puede a fumarse algún puro... En la película la mente de Benjamín madura, mientras su cuerpo rejuvenece.

En realidad el film de David Fincher busca incidir en la vena romántica del relato y, de paso, recrearse en imágenes preciosistas como habría hecho otro David, autor de unas cuantas obras maestras, David Lean. El intento es fallido, desde mi punto de vista, sobre todo porque como espectador no me identifico con la tragedia de los personajes, aunque sí que se me hace reflexionar sobre el paso del tiempo y sobre la fugacidad de los instantes perfectos. Solamente al final hay algunas secuencias estremecedoras, con ese niño que sufre de demencia senil y esa anciana que hace lo que puede por cuidarlo. O esa imagen de los amantes caminando a espaldas de la cámara en los últimos años de sus respectivas vidas. La película no carece de elementos atractivos, pero hay que armarse de paciencia para verlos.

sábado, 14 de marzo de 2009

GRAN TORINO (2008), DE CLINT EASTWOOD. LA JUBILACIÓN DE HARRY EL SUCIO.


Clint Eastwood ha vuelto a acertar. Vuelve a ofrecernos reflexión y entretenimiento a partes iguales en este fascinante drama marcado por su poderosa interpretación de un jubilado con bastante mala leche. Kowalski acaba de perder a su mujer y vive solo. Se lleva mal con su familia y con prácticamente cualquier bicho viviente y es capaz de soltar las frases más cortantes y las miradas más fieras a sus interlocutores. Vive en permanente estado de amargura, recordando continuamente la "decencia" de sus adorados años cincuenta y atormentado por sus recuerdos de la guerra de Corea. Su posesión más preciada es el Ford Gran Torino del título, pero también parece tener una especial relación con su fúsil de los tiempos del ejército. Vive en el típico barrio americano de extrarradio poblado por casitas de jardín, en el que empiezan a instalarse inmigrantes y a proliferar las bandas.

Con todos estos elementos, el cóctel está servido, solo hace falta agitarlo un poco. Kowalski acoge bajo su protección al joven Thao, un joven oriental acosado por la banda de su primo, que le considera poco hombre (y el espectador no puede concebir el concepto de hombría de estas bandas que siempren acosan con una ventaja numérica de cinco a uno). El pobre Thao no va a dar con el amable maestro Pat Morita de "Karate Kid", sino con un Harry el sucio al que la mala sangre le recorre el cuerpo. Kowalski, por supuesto, sí que es un auténtico hombre, que sabe lo que es la verdadera violencia e intimidación, aunque se ablandará un poco y sabrá reconocer en la hospitalidad de la gente de su protegido a una verdadera familia, mucho más acogedora y amable que la propia.

El argumento, que bien podría servir para una de esos clónicos telefilmes de domingo por la tarde en los que un muchacho es acosado por las bandas y alguien carismático le ayuda haciéndole un hombre, resulta ser algo muy distinto, una reflexión sobre el paso del tiempo y las huellas que deja en los hombres, sobre el miedo al diferente y los cambios que trae consigo. La escena final es magistral y una auténtica lección (y elección) por parte de un cineasta que ya nos ha acostumbrado a entregarnos siempre películas de primer nivel. Altamente recomendable.

LOS MEJORES CUENTOS, DE FRANCIS SCOTT FITZGERALD. LOS FRÍVOLOS AÑOS VEINTE.


Los cuentos de Scott Fitzgerald reflejan perfectamente el espíritu de los años veinte: jóvenes universitarios de Yale y Harvard, triunfadores económicamente, no así en el terreno de los sentimientos, mujeres complejas que quieren romper con las tradiciones y mucho vacío espiritual que se intenta compensar con bailes, fiestas y conversaciones lo más frívolas posibles. El crack del 29 haría despertar a muchos de este sueño y les envolvería en la pesadilla de la Gran Depresión (algo parecido a lo que estamos padeciendo en este momento), circunstancias que refleja magistralmente el cuento que cierra el volumen "Regreso a Babilonia" donde un hombre regresa al París donde se corrió una juerga tras otra en busca de una hija a la que custodia su cuñada mientras intenta no tropezar con los restos del festejo.

Del resto de los relatos "Bernice a lo garçon", "El palacio de hielo", "El curioso caso de Benjamín Button", "El niño bien", "La última belleza sureña" y "Un viaje al extranjero", yo destacaría el primero, "Bernice a lo garçon", por la banalidad de los motivaciones de los personajes, que necesitan relacionarse con los demás, pero sin que se note mucho esa necesidad, como con autosuficiencia social y por la crueldad y comicidad de su inesperado final, donde se adoptan soluciones radicales a los conflictos planteados.

Caso aparte es "El curioso caso de Benjamín Button", un precioso relato fantástico, muy distinto de los demás, que trata de un ser que vive a contracorriente, que nace siendo viejo y muere siendo un bebé y que incomoda a los demás al ser tan diferente. Una hermosa fábula contada con extrema sencillez en la que se ha basado la película del mismo nombre, que seguramente la habrá desarrollado muchísimo más, o eso intuyo por su elevado metraje. Comentaré algo más en cuanto vea la película.

AMANECER EN PUERTA OSCURA (1957), DE JOSÉ MARÍA FORQUÉ. EL MEJOR WESTERN ESPAÑOL.


Después de dos semanas azarosas en las que he estado de mudanza, cambiando de trabajo y sin conexión a internet, al fín parece que puedo retomar el blog. Si hay por ahí algún improbable lector que haya estado sufriendo por falta de entradas, decir que lo siento mucho pero yo, como todo el mundo, soy yo y mis circunstancias. Yo era el primero que tenía ganas de seguir poniendo por aquí estas cosas absurdas que salen de mi mente.

La película que comento es la que se proyectó finalmente en el cineforum, por otra serie de circunstancias que tampoco voy a explicar aquí, quedando "La última noche", de Spike Lee, para la siguiente sesión. A ver como me las arreglo para seguir asistiendo a La Casa de las Palabras, aunque sea de vez en cuando. Por ahora solo voy a poder ir algún fín de semana... Bueno, centrándome en lo que tengo que centrarme, José María Forqué fue un buen director de cine, con una filmografía claramente influenciada por la difícil época que le tocó vivir, donde caben joyas como "Atraco a las tres" junto a títulos como "¡Qué verde era mi duque!", que no he llegado a ver, pero que intuyo que no puede compararse a la obra maestra de John Ford.

"Amanecer en Puerta Oscura" es seductora por varios motivos. Es buena recreación de época, es muy entretenida, mantiene la tensión y la interpretan actores con mucho oficio. Se advierte que no está realizada con grandes medios, pero estos están plenamente aprovechados. El metraje tiene la estructura de un western, situado en la Málaga del siglo XIX, en el que unos forajidos deben huir de los representantes de la ley (en este caso no el sheriff, sino la Guardia Civil) en un penoso camino en un intento desesperado de tomar un barco que terminará llevándoles a las Américas para empezar una nueva vida. El personaje de Paco Rabal está magníficamente presentado, con esa moral ambigua, esas risotadas con fondo de angustia y la mirada fiera y miedosa al mismo tiempo de animal continuamente hostigado por sus cazadores. Ningún personaje, a excepción del fraile de las montañas, es presentado como absolutamente bueno o malo, todos destacan por sus matices grises, lo que es de agradecer en una realización española de los años cincuenta. Hasta la Guardia Civil tiene una presencia más amenazadora que heroica.

Lo más conocido de la película son las imágenes finales de Nuestro Padre Jesús el Rico. La ceremonia real no tiene nada que ver con la que se nos muestra aquí, pero así la tensión dramática se eleva hasta grados insoportables. Cristo perdona a uno de los tres criminales al pie del cadalso (también se podría decir que condena a dos de ellos, pero no me voy a meter en esos debates), lo cual sería una gran idea para engrandecer aún más si cabe la Semana Santa malagueña frente a la de Sevilla, rival a batir desde hace años. Imaginénse una retrasmisión televisiva con Julián Muñoz, Pedro Román y el alcalde de Alcaucín esperando en el patio de la Aduana (con o sin horcas preparadas, que la imaginación es libre), esperando a que llegue el Santísimo Cristo para ver quién se salva y la audiencia votando y mandando mensajes de ánimo a los protagonistas, con las masas enfervorecidas en la calle Alcazabilla, jaleando al Cristo en su camino, ante el calvario de tener que tomar tan penosa decisión. Sería algo difícil de superar.

lunes, 2 de marzo de 2009

MURAKAMI ME DA LA RAZÓN (SIN QUE SIRVA DE PRECEDENTE).


Cuando escribí en el artículo sobre "After Dark", que me daba la impresión de que Murakami no planificaba sus escritos, acerté. Revisando un "Qué leer" de hace unos meses, encuentro esto:

"¿Cómo se gesta un libro de Haruki Murakami?

Las ideas tardan en madurar dentro de mi cabeza. Las historias salen de algún lugar en las profundidades de mi ser. Nunca he sufrido un bloqueo creativo. A estas alturas ya he desarrollado una técnica para encontrar las palabras adecuadas; llevo casi tres décadas dedicándome a esto. Quiero decir que soy un escritor y está en mi naturaleza encontrar lo que tengo que decir, igual que un matemático sabe la fórmula que ha de aplicar a la ecuación o el jugador de ajedrez elubruca el siguiente movimiento. Más allá no puedo ir. Veamos, soy un nadador, me gusta y se me da bien, pero no sé explicar lo que hacen mis brazos o mis piernas cuando estoy en el agua. Con la escritura pasa lo mismo, sé hacerlo pero no describir cómo lo hago. Escribo como nado.

Por otro lado, necesito sentir que ha llegado el momento de sentarme a trabajar. Si no, prefiero esperar. Esto no tiene nada que ver con la paz mental, la tranquilidad o la apertura de miras; es simplemente una sensación. Cuando me llega el momento, me pongo a trabajar disciplinadamente. Me zambullo en el relato durante tres o cuatro horas diarias, produciendo cada jornada casi la misma cantidad de páginas. Y, puesto que soy mi primer lector, necesito desconocer lo que va a ocurrir, si no resultaría aburridísimo."