Acabo de publicar un artículo en Suite 101 en el que analizo las narraciones de Hemingway y su relación con sus propios episodios biográficos, así como su famosa afirmación del iceberg aplicada a los cuentos. Lo cierto es que la lectura me ha revelado muchos altibajos en su escritura: algunos son perfectos, otros casi insufribles, pero sí que me ha enseñado que hay que ser valiente y escribir constantemente acerca de las propias experiencias. Somos nosotros mismos el mejor material de escritura. Aquí el enlace:
La biografía de Ernest Hemingway
es la envidia de cualquier escritor ávido de experiencias: herido en el
frente italiano en la Primera Guerra Mundial, periodista, vividor,
mujeriego, tímido y a la vez exhibicionista, sediento de emociones,
amante de la caza y de la pesca, aficionado a las armas, alcohólico,
vecino de París en los años 20 y libertador de la misma ciudad en la Segunda Guerra Mundial,
tuvo una relación especial con nuestro país, del que le fascinaban los
toros y su espíritu festivo, siendo cronista de nuestra Guerra Civil en la que trabajó como corresponsal de guerra desde el lado Republicano.
Hemingway es un escritor puro, que necesita la escritura para vivir. Como él mismo declaró en una entrevista concedida a la revista París Review: "Una vez que escribir se ha convertido en el vicio principal y en el mayor placer, solo la muerte puede ponerle fín".
Sus vivencias son registradas regularmente en sus obras en una especie de exhibición impúdica que quizá le servía para autojustificar sus propias acciones. Todo tiene aquí cabida: relatos de primeros amores, de experiencias sexuales frustradas, de caza y pesca, de comunión con la naturaleza o de personajes moralmente degradados, como los de "Los asesinos", uno de sus mejores cuentos donde los dos profesionales de la muerte se definen perfectamente por sus diálogos más que por descripción física, en una escena que parece adelantar a las películas actuales de Tarantino.
Existen dos magníficas adaptaciones cinematográficas de este cuento: "Forajidos" (1946), de Robert Siodmak y "Código del hampa" (1964), de Don Siegel.
En el prólogo de la edición de los "Cuentos" editada por Debolsillo, escribe Gabriel García Márquez:
"Lo mejor que tienen sus cuentos es la impresión que causan de que algo les quedó faltando, y es eso precisamente lo que les confiere su misterio y su belleza.
La obra de Hemingway está llena de esos hallazgos simples y deslumbrantes que demuestran hasta qué punto se ciñó a su propia definición de que la escritura literaria - como el iceberg - solo tiene validez si está sustentada debajo del agua por los siete octavos de su volumen".
Toda una declaración de principios que, para bien o para mal, impregna su obra literaria. Se suele decir de Hemingway que a sus novelas le sobran muchos pasajes y que da lo mejor de sí en sus narraciones breves. Esto es cierto hasta cierto punto, pues no pueden juzgarse sus relatos como un conjunto heterogéneo, ya que hay saltos de calidad bastante importantes entre ellos y en algunos se abusa de la teoría del iceberg, dándonos quizá demasiada poca información.
Otros son sencillamente perfectos, como el ya citado "Los asesinos" o "Las nieves del Kilimanjaro", objeto en 1952 de una adaptación cinematográfica con el mismo título por parte de Henry King, donde se evidencian las propias dudas vitales del propio Hemingway, la búsqueda de un método como escritor: si es conveniente ser más comercial o ser fiel al propio estilo, si el auténtico escritor se forja trabajando constantemente en el despacho o saboreando experiencias que luego serán plasmadas en el papel.
Evidentemente, Hemingway eligió la segunda opción y eso se evidencia en una escritura que, si bien carente de auténtico estilo literario en ocasiones, acaba seduciendo al lector por la particular fuerza de su escritura.
En conclusión, la obsesión del Hemingway relatista es la eliminación de lo superfluo. Es interesante constatar como algunas de las adaptaciones cinematográficas de sus cuentos no son más que exploraciones de las partes del iceberg que permanecen ocultas, con lo cual su visionado inmediatamente después de la lectura constituye un fascinante ejercicio de indagación de lo que no se ha mostrado, un verdadero reto para cualquier guionista.
Si lo usual en las adaptaciones cinematográficas es la simplificación del argumento respecto a la versión literaria, en los cuentos de Hemingway necesariamente sucede lo contrario.
Para cualquier aspirante a escritor, se trata de piezas fundamentales, que animan a anotar compulsivamente nuestras propias experiencias para ser pulidas posteriormente en la serenidad de la mesa de trabajo.
No tienen por qué ser vivencias comparables a las de Hemingway. También el escritor puede explorar lo extraordinario en su vida cotidiana.
Hemingway es un escritor puro, que necesita la escritura para vivir. Como él mismo declaró en una entrevista concedida a la revista París Review: "Una vez que escribir se ha convertido en el vicio principal y en el mayor placer, solo la muerte puede ponerle fín".
Sus vivencias son registradas regularmente en sus obras en una especie de exhibición impúdica que quizá le servía para autojustificar sus propias acciones. Todo tiene aquí cabida: relatos de primeros amores, de experiencias sexuales frustradas, de caza y pesca, de comunión con la naturaleza o de personajes moralmente degradados, como los de "Los asesinos", uno de sus mejores cuentos donde los dos profesionales de la muerte se definen perfectamente por sus diálogos más que por descripción física, en una escena que parece adelantar a las películas actuales de Tarantino.
Existen dos magníficas adaptaciones cinematográficas de este cuento: "Forajidos" (1946), de Robert Siodmak y "Código del hampa" (1964), de Don Siegel.
En el prólogo de la edición de los "Cuentos" editada por Debolsillo, escribe Gabriel García Márquez:
"Lo mejor que tienen sus cuentos es la impresión que causan de que algo les quedó faltando, y es eso precisamente lo que les confiere su misterio y su belleza.
La obra de Hemingway está llena de esos hallazgos simples y deslumbrantes que demuestran hasta qué punto se ciñó a su propia definición de que la escritura literaria - como el iceberg - solo tiene validez si está sustentada debajo del agua por los siete octavos de su volumen".
Toda una declaración de principios que, para bien o para mal, impregna su obra literaria. Se suele decir de Hemingway que a sus novelas le sobran muchos pasajes y que da lo mejor de sí en sus narraciones breves. Esto es cierto hasta cierto punto, pues no pueden juzgarse sus relatos como un conjunto heterogéneo, ya que hay saltos de calidad bastante importantes entre ellos y en algunos se abusa de la teoría del iceberg, dándonos quizá demasiada poca información.
Otros son sencillamente perfectos, como el ya citado "Los asesinos" o "Las nieves del Kilimanjaro", objeto en 1952 de una adaptación cinematográfica con el mismo título por parte de Henry King, donde se evidencian las propias dudas vitales del propio Hemingway, la búsqueda de un método como escritor: si es conveniente ser más comercial o ser fiel al propio estilo, si el auténtico escritor se forja trabajando constantemente en el despacho o saboreando experiencias que luego serán plasmadas en el papel.
Evidentemente, Hemingway eligió la segunda opción y eso se evidencia en una escritura que, si bien carente de auténtico estilo literario en ocasiones, acaba seduciendo al lector por la particular fuerza de su escritura.
En conclusión, la obsesión del Hemingway relatista es la eliminación de lo superfluo. Es interesante constatar como algunas de las adaptaciones cinematográficas de sus cuentos no son más que exploraciones de las partes del iceberg que permanecen ocultas, con lo cual su visionado inmediatamente después de la lectura constituye un fascinante ejercicio de indagación de lo que no se ha mostrado, un verdadero reto para cualquier guionista.
Si lo usual en las adaptaciones cinematográficas es la simplificación del argumento respecto a la versión literaria, en los cuentos de Hemingway necesariamente sucede lo contrario.
Para cualquier aspirante a escritor, se trata de piezas fundamentales, que animan a anotar compulsivamente nuestras propias experiencias para ser pulidas posteriormente en la serenidad de la mesa de trabajo.
No tienen por qué ser vivencias comparables a las de Hemingway. También el escritor puede explorar lo extraordinario en su vida cotidiana.
Acabo de retomar la lectura de tu blog, estuve cuatro meses viajando y durante ese tiempo no lo pude disfrutar. Ya estoy aquí y te seguiré asiduamente como lo hacía antes. Respecto a Hemingway, releí hace unos meses Adios a las armas y faltó poco para dejarla, se salvaba la parte que transcurre en el frente pero la relación amorosa entre los protagonistas me pareció infumable.Algunos de los cuentos son buenos pero pienso que sucede con él lo mismo que con otros escritores encumbrados por la historia y a los que aceptamos como genios hasta que, adquirida una experiencia lectora y vital de unos cuantos años, nos atrevemos a bajarles de su pedestal.
ResponderEliminarUn abrazo
Victoria
Bienvenida de nuevo, Victoria, se te ha echado de menos por aquí. Nada menos que cuatro meses viajando, que inmensa suerte tienes. Estoy totalmente de acuerdo contigo en lo de Hemingway, aunque en este caso hay que perdonarle porque hizo una obra maestra de su propia vida.
ResponderEliminarOtro abrazo para tí.