Literatura infantil consigue que el lector se convierta en un auténtico voyeur de los sentimientos más íntimos del autor, asistiendo de igual manera a conflictos familiares y a episodios amorosos. La sombra del propio padre siempre está presente ("Nuestros padres intentaron, a su manera, enseñarnos a ser hombres, pero no nos enseñaron a ser padres. Y sus padres tampoco les enseñaron a ellos. Y así."), pero tampoco su abrazo a las nuevas masculinidades para establecer una relación más profunda con el hijo garantiza el éxito. Milenios de evolución posiblemente sean más poderosos que los intentos más bienintencionados de hacerlo mejor que los predecesores. Desde luego en este libro Zambra no tiene miedo de ser acusado de sentimental e incluso de cursi y su escritura sale airosa del reto que se impone a sí mismo. Porque, como nos dice en un determinado momento, en el fondo, toda literatura es infantil, hija del asombro:
"La expresión literatura infantil es condescendiente y ofensiva y a mí me parece también redundante, porque toda la literatura es, en el fondo, infantil. Por más que nos esforcemos en disimularlo, quienes nos dedicamos a escribir lo hacemos porque deseamos recuperar percepciones borradas por el presunto aprendizaje que nos volvió tan frecuentemente infelices."
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