A pesar de la frescura que Pierce Brosnan había aportado al personaje de James Bond en las dos primeras entregas que protagonizó, en esta película la fórmula da signos de agotamiento. Se trata de una aventura totalmente convencional, que no aporta gran cosa al resto de la saga, puesto que no es innovadora en ninguno de sus aspectos y se limita a narrar de manera correcta, aunque aburriendo en ocasiones, la enésima crisis que debe resolver el agente. El mundo nunca es suficiente está bien planteada, con un villano como Renard al que podía habersele sacado munco más partido, pero no juega bien sus cartas y ni siquiera su director es capaz de continuar con la senda que se había iniciado en la entrega anterior de otorgar una cierta profundidad psicológica, derivada de su pasado, al protagonista, un factor que sería uno de los grandes aciertos de la era Craig. Lo mejor de la película son sus minutos más sobrios: el comienzo en Bilbao, donde Bond visita la oficina de unos banqueros, una escena tensa y realista que luego se ve lastrada por el espectáculo cada vez más inocuo que propone un guion que debería haber sido mucho más pulido antes de mostrarse en pantalla.
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