La tranquilidad de Potts Country es solo aparente: de vez en cuando pequeñas explosiones de violencia alteran la vida cotidiana de sus habitantes, sobre todo porque hay algunos de éstos que son racistas puros y se jactan de ello, maltratando a sus vecinos de color ante la indiferencia del resto los residentes, incluido el comisario. En realidad, Nick está harto de su vida y de que haya vecinos que le traten con poco respeto, como si él también fuera representante de una raza inferior. Esto va a derivar en una explosión de violencia muy muy controlada por su parte. Su plan, que nos va desgranando poco a poco y de una manera natural, como si asesinar fuera un acto cotidiana sin apenas importancia, nos muestra al auténtico Nick Corey, un hombre que es capaz de cualquier cosa con tal de recuperar la autoestima perdida y que no está dispuesto a dejarse arrebatar su cómodo puesto de comisario en las próximas elecciones, ya que sabe que no podría trabajar de otra cosa.
Así pues, 1280 almas, como toda la buena literatura negra, aprovecha para exponer al lector crudas dosis de crítica social, sin filtros de ninguna clase, ya que el lenguaje del protagonista es llano y a veces brutal, propio de una visión del mundo en la que solo mantienen su posición los que son capaces de defenderla con todos los medios a su disposición y dejando de lado cualquier conflicto moral. A veces Nick, en sus reflexiones, tiene momentos de gran lucidez:
"A veces pienso que quizá sea ésa la causa de que no progresemos tanto como en otras partes de la nación. La gente pierde tantas horas de trabajo linchando a los demás y gasta tanto dinero en sogas, gasolina, emborracharse por anticipado y otros menesteres necesarios, que queda muy poco para fines prácticos."
La versión cinematográfica de Bertrand Tavernier traslada la historia de 1917 a 1938 y la sitúa en el África Colonial francesa, pero por lo demás, se trata de una adaptación muy literal del texto de Thompson, aunque su protagonista se nos muestre con un tipo tan sosegado y aparentemente bonachón que suscite muchas más simpatías que su versión literaria. Aunque de metraje un poco excesivo, la película se sostiene en las magníficas interpretaciones de Philippe Noiret e Isabelle Huppert y es capaz de reflejar el espíritu de la novela, ya que traslada el racismo y la violencia soterrada sureños a una sociedad cultural y geográficamente muy distante.
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