jueves, 28 de mayo de 2020

HAMLET (1603), DE WILLIAM SHAKESPEARE, DE LAURENCE OLIVIER (1948) Y DE KENNETH BRANAGH (1996). EL RESTO ES SILENCIO.

Hamlet comienza con un elemento sobrenatural: el padre del protagonista, el rey asesinado por su propio hermano, es un alma en pena que reclama venganza y así consigue transmitírselo a su hijo. Hamlet, que seguramente ya se encontraba atormentado por la sospecha, confirma de esta manera el crimen. Su siguiente paso lógico es el asesinato del traidor, pero antes quiere desenmascararlo. Y aquí es donde comienzan sus dilemas acerca de cual es el mejor momento y método de actuación. Hamlet está solo y además no se siente libre: es prisionero de un mandato sagrado y familiar, pero duda acerca de como llevarlo a cabo. Su único alivio, paradójicamente, está en el espectador, a quien se dirige con soliloquios dominados por emociones contradictorias: está encerrado en su propio yo y su única salida temporal es el juego con el lenguaje. De ahí surgen sus inmortales palabras:

"Ser o no ser... He ahí el dilema
¿Qué es mejor para el alma,
sufrir insultos de Fortuna, golpes, dardos,
o levantarse en armas contra el océano del mal,
y oponerse  a él y que así cesen? Morir, dormir...
Nada más, y decir así que con un sueño
damos fin a las llagas del corazón
y a todos los males herencia de la carne,
y decir: ven consumación, yo te deseo. Morir, dormir,
dormir... ¡Soñar acaso! ¡Qué difícil! Pues en el sueño
de la muerte ¿qué sueños sobrevendrán
cuando despojados de ataduras mortales
recobremos la paz? He ahí la razón
por la que tan longeva llega a ser la desgracia."

Hay que decir que la lógica de Hamlet está impregnada por la moral cristiana de la época. El fallecimiento del rey ha sido especialmente dramático, puesto que ha muerto sin confesarse, teniendo que expiar en el otro mundo los pecados que no ha tenido tiempo de confesar en éste. Además, el protagonista se ve tentado por el suicidio como huida definitiva de sus problemas, pero es frenado de recurrir al "descanso en el filo desnudo del puñal" por la incertidumbre acerca de las consecuencias de dicho acto, al terror a los males desconocidos que conllevarían la disposición de la propia vida, una de las prohibiciones fundamentales de la doctrina cristiana. Confundido por las dudas, tiene incluso la posibilidad de matar limpiamente a su tío, pero éste se encuentra rezando, por lo que presuntamente moriría con el alma limpia, lo que no conseguiría la venganza completa que pretende, a pesar de que lleve el usurpador lleve en sí la marca de Caín. La solución temporal, que le permite ganar tiempo, es fingirse loco, aunque se trate de una locura con método, que le permite ir dejando pistas de sus verdaderas intenciones. Su mejor arma en ese momento son las palabras, a las que intenta impregnar de un profundo sentido moral. En Shakespeare, el lenguaje de los personajes y sus múltiples interpretaciones son extremadamente importantes.

Uno de los momentos más geniales de la obra de Shakespeare es cuando el protagonista decide denunciar públicamente al rey haciendo que los artistas que han llegado al castillo representen una obra que refleje los luctuosos sucesos que le llevaron al trono. Es teatro dentro del teatro, los espectadores de la obra pasan a ser espectadores de otros espectadores, que son los que han sido hasta ahora los protagonistas de la obra y la atención recae en la representación dentro de la representación. Antes de que esto ocurra, Hamlet alecciona a los actores acerca de cual ha de ser el tono de la obra, un verdadero tratado teatral:

"(...) Ajustad en todo la acción a la palabra, la palabra a la acción, procurando además no superar en modestia a la propia naturaleza, pues cualquier exageración es contraria al arte de actuar, cuyo fin - antes y ahora - ha sido y es - por decirlo así - poner un espejo ante el mundo; mostrarle a la virtud su propia cara, al vicio su imagen propia y a cada época y generación su cuerpo y molde."

En la última parte de la obra domina la muerte, la gran igualadora, desde el absurdo asesinato de Polonio, que no parece hacer mella en el ánimo de Hamlet, a pesar del enorme error cometido, hasta la apoteosis final. La muerte aquí es la gran igualadora, que convierte en polvo a reyes y villanos, ya que "puede un hombre pescar con el gusano que comió de un rey, y comerse el pez que se nutrió del gusano". Entre lenguaje y violencia, el héroe trata de llegar a lo considera la justicia, cegado de cualquier otra consideración, centrado solo en su objetivo, aunque tenga que caer el reino en su afán. El orden que debía ser restituido se transforma en un caos de muertes. La verdadera tragedia de Hamlet es no haber sabido elegir la mejor manera de obedecer las imperiosas órdenes del espectro de su padre.

Respecto a las múltiples adaptaciones cinematográficas de la obra, hay dos especialmente interesantes. La de Laurence Olivier es la versión canónica, la que viene primero a la cabeza cuando pensamos en la gravedad de una pieza literaria como Hamlet. El clima general de la película es sombrío y la arquitectura del castillo donde se desarrolla, convenientemente opresiva. Mucho más luminosa y espectacular es la versión de Kenneth Branagh, que traslada la acción a una Dinamarca decimonónica, rodada en el palacio de Blenheim. De cuatro horas de duración, la producción sigue estrictamente el texto de Shakespeare, aunque se toma libertades que no serían posibles en un escenario, haciendo que los personajes hablen mientras recorren los pasillos de palacio y puedan moverse de unas estancias a otras, e incluso mostrar escenas del pasado, como las relaciones sexuales entre Hamlet y Ofelia. A pesar de su duración, Branagh consigue una película ciertamente entretenida, dando una nueva vida a una obra tan conocida a través de un elenco impresionante, que incluye nombres como Derek Jacobi, Julie Christie, Gerard Depardieu, Charlton Heston, Kate Winslet o Robin Williams, consiguiendo una versión a la vez original y fiel al espíritu de Shakespeare. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario