Si algo hay que agradecerle a Michel Houellebecq como escritor es la completa libertad con la que asume su exitosa carrera literaria. A él le interesa contar determinadas historias y la idea de lo políticamente correcto no casa con su manera de entender la literatura. Quizá sea algo exagerado decir que dentro de algunos siglos podremos acudir a Houllebecq - a la manera como lo hacemos hoy día con Galdós o Zola para entender el siglo XIX - para comprender mejor nuestra época, pero sí que es cierto que los lectores del futuro encontrarán en sus escritos una autenticidad en la crónica de nuestros malos difícilmente igualable. No es que el escritor francés busque explícitamente el escándalo, pero tampoco trata de evitarlo, lanzando cargas de profundidad contra el feminismo, la izquierda, la inmigración o el puritanismo que va imponiéndose sutilmente en occidente. Pero esto no quiere decir que el protagonista ofrezca soluciones al respecto. Todo lo contrario: se trata de un ser a la deriva con una cada vez más preocupante tendencia a la autodestrucción.
Y ahí es donde falla la nueva novela de Houellebecq, un escritor que empieza a repetir demasiado sus temas y obsesiones. Tal y como le sucede al protagonista, Serotonina no encuentra nunca un camino propio y va dando tumbos en busca de una historia que se acaba convirtiendo en poco más que una colección de provocaciones fáciles. Es loable que el autor de Sumisión siga describiendo con tanta certeza los males de occidente y los peligros a los que los europeos nos enfrentamos en el futuro inmediato (la escena de la rebelión de los ganaderos es uno de los escasos aciertos del libro), pero eso no basta para sostener una narración respecto a la que el lector intuye desde el primer momento en qué va a derivar.
¿Se muere occidente tal y como no para de advertirnos Houellebecq? Quizá solo se esté transformando en algo no peor ni mejor que lo tradicional, sino diferente. En cualquier caso, lo que el protagonista, que ha vivido una existencia privilegiada, necesita, jamás lo encontrará con su actitud egoísta y casi ególatra: ese amor de una mujer rendida a sus pies, ese amor del pasado, idealizado, que se tiró a la basura de la manera más absurda y que hoy se torna irrecuperable. Así, solo queda pasar lo que resta de vida casi como un vegetal: sobreviviendo en hoteles, pero sin relaciones sociales, solo dejando transcurrir el tiempo para convencerse con más ímpetu a sí mismo de lo absurdo que es todo.
Interesante crónica. Para tenerlo en cuenta.
ResponderEliminarGracias por compartir. Un abrazo
Quizá lo que denuncia el autor es que se abren expectativas a la vez inalcanzables y contradictorias. El único refugio, el amor de la mujer, al estar demasiado individualizado tampoco ofrece alternativas universales. De ahí que al alter ego de la novela se le pase desapercibido en la juventud. Por lo demás, el déficit de serotonina creo recordar que lleva al fin del deseo: una calma que precede a la muerte.
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