Los cuentos de Italo Calvino están forjados en levedad y exactitud, dos de los términos que proponía en sus famosas Seis propuestas para el próximo milenio. En ellos no falta ni sobra nada. Los que están enmarcados estrictamente como amores difíciles, son retazos de vida que plantean situaciones singulares. En unos ya existe una relación amorosa, en otros es posible y en varios de ellos solo lo sería en la imaginación del protagonista. En ocasiones se nos presenta a alguien, como en La aventura de un lector, bastante pasivo, con el interés dividido entre la pasión por las ficciones y la posible aventura amorosa que podría conseguir con su vecina de playa. Calvino lo resume así (y de paso traza un estupendo retrato del espíritu de muchos lectores):
"Desde hacía un tiempo Amedeo tendía a reducir al mínimo su participación en la vida activa. No es que no le gustara la acción; más aún, del gusto por la acción se alimentaban todo su carácter y sus preferencias; y sin embargo, de año en año, el furor de ser él quien actuaba iba disminuyendo, disminuyendo tanto que era como para preguntarse si alguna vez lo había sentido realmente. No obstante, el interés por la acción sobrevivía en el placer de la lectura: su pasión eran siempre las narraciones de hechos, las historias, la trama de las vicisitudes humanas."
Otros, como el protagonista de La aventura de un soldado, junto al que se sienta una atractiva viuda recién llegada a su vagón, son mucho más audaces, pero con una audacia contenida, estratégicamente racionada y que sabe que no le va a llevar a ningún sitio, más allá de un breve momento de excitación. También viaja en tren Federico en La aventura de un viajero. En este cuento magistral no se expone la aventura amorosa en sí, sino las expectativas de la misma, el placentero viaje cuyo destino es el ser amado con quien se va a pasar un fin de semana con todas las posibilidades intactas. Otros cuentos son más tragicómicos, como La aventura de una bañista: la crónica de una mujer angustiada que, nadando en el mar, ha perdido la parte de abajo de su bikini y no sabe cómo resolver tan vergonzosa situación.
Pero donde el libro se vuelve verdaderamente excelso es en sus dos relatos finales, separados del resto y de extensión notablemente más larga. La hormiga argentina tiene aires como de Cortázar. Trata de la desgracia de una pareja de inmigrantes que se traslada a una zona rural en busca de una vida rural y encuentran la casa donde van a habitar tomada... por las hormigas. La hormiga argentina se describe aquí como un enemigo implacable, que se multiplica por millones y contra el que no existen soluciones eficaces. Ante la desesperación de su situación, los protagonistas consultan a sus vecinos, pero todos parecen haberse resignado a la invasión y convivir con ella lo mejor posible, cada uno intentando encontrar soluciones, pero sabiendo que en el fondo la hormiga ganó la partida hace mucho. Quizá la mejor actitud sea negar su existencia, no ver lo que se tiene delante de los ojos y continuar con la vida.
En La nube de smog también el problema es colectivo, pues afecta a toda una ciudad, que se pudre bajo una nube de suciedad que lo impregna todo. El protagonista, que solo quiere vivir la vida sin demasiadas expectativas de futuro, se mueve entre una habitación sórdida, pero a la que acaba considerando un hogar, un trabajo aburrido y una novia rica y frívola, con la que podrá contemplar desde fuera, cuando realizar una excursion a las afueras, la verdadera extensión del problema, otra de esas cuestiones que todos pueden ver y padecer, pero que a nadie le apetece, en el fondo, solucionar, puesto que es algo llevadero cuando uno se acostumbra a convivir con él. Quizá estos cuentos sean una reivindicación irónica de un cierto estoicismo vital.
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