Durante siglos la historia de Adán y Eva ha fascinado de muy distintas maneras a numerosas generaciones de seres humanos. Yo mismo, en cuanto la escuché por primera vez en el colegio, no pude dejar de sentir un íntimo sentimiento de indignación, una especie de reproche a aquellos seres que nos habían arrebatado por puro egoísmo aquel jardín paradisiaco al que debíamos pertenecer por derecho. Si las cosas andaban mal en el mundo, no era porque Dios lo hubiera fabricado de manera defectuosa, sino porque el hombre había precipitado su propia caída. Y es que lo primero que se siente frente a un relato con tanta fuerza de evocación es que uno está ante una de esas muestras de literatura primordial que demuestran la perenne fuerza de la narrativa humana, nuestra infatigable curiosidad y las ganas de explicarlo todo, aunque sea con un relato de corte fantástico que adquirió tanta fortuna que terminó siendo creído a pies juntillas por millones de seres humanos:
"La historia de Adán y Eva nos habla a todos nosotros. Habla de quiénes somos, de dónde venimos, por qué amamos y por qué sufrimos. La vastedad de su alcance parece formar parte de su propósito. Aunque representa una de las piedras angulares de tres de las grandes religiones del mundo, es anterior, o pretende ser anterior, a cualquier religión en concreto. Recoge la extraña forma en que nuestra especie trata el trabajo, el sexo y la muerte —rasgos de la existencia que compartimos con todos los demás animales— como objetos de especulación, como si dependieran de algo que hubiéramos hecho, como si todo hubiera podido ser distinto."
La primera sorpresa que puede llevarse el lector de Ascenso y caída de Adán y Eva, es que dicha historia recoge una tradición muy anterior a los primeros relatos recogidos por los judíos. Ya en Babilonia se escribieron mucho antes relatos similares y debió de ser durante su cautiverio en esta región cuando algunos judíos empezaron a adaptar dicha historia a su propia religión. Bien es cierto que creer de manera literal en un relato tan fantástico plantea múltiples complicaciones, preguntas que se han ido planteando a lo largo de los siglos desde el más humilde agricultor al más prestigioso teólogo: ¿cómo es posible que una sola pareja llegara a multiplicar de seres humanos toda la Tierra? ¿cómo es que Dios, en su infinita sabiduría no pudo anticipar lo que iba a suceder? Ya Filón de Alejandría, a principios de la era cristiana, propuso interpretar el relato como algo más alegórico que real, una especie de fábula plena de sabiduría.
Frente a las interpretaciones alegóricas, se alzó la inmensa - para la cristiandad - figura de San Agustín, que dedicó buena parte de su vida a estudiar el relato de la creación y estableció como dogma de fe la verdad literal de las palabras del Génesis, hasta el punto de asegurar que todos los seres humanos nacían con una especie de pecado original que nos habían transmitido nuestros primeros padres y que solo el sacrificio de Jesucristo, el nuevo Adán, había podido redimir. Eso sí, cualquier niño no bautizado o cualquier pagano que muriera sin haberse convertido a la religión de Cristo, estaba irreversiblemente condenado. Eso incluía a todas las generaciones que habían existido antes de la llegada del Redentor. La influencia teológica de San Agustín llega hasta nuestros días: todavía hoy son millones las personas que declaran creer literalmente el relato de lo acontecido en el jardín del Edén.
Evidentemente, una vez establecida como indiscutible poder temporal y espiritual, la Iglesia aprovechó para alterar el relato de Adán y Eva y dotarlo de una conveniente misoginia, culpabilizando a Eva casi por completo de la caída, lo cual justificaba con creces que fuera considerada un ser inferior, alguien que debía sumisión al marido y que no debía escalar a posiciones de poder. El influyente Tertuliano, uno de los padres de la Iglesia, dejó escritas cosas como ésta:
"¿Y acaso no sabes que eres Eva? Sigue viva en esta época la sentencia pronunciada por Dios contra ese sexo: la culpa debe necesariamente seguir viva. Tú eres la puerta del diablo; tú eres la que rompiste el sello de aquel árbol (prohibido); tú eres la primera desertora de la ley divina; tú eres la que convenciste a aquel al que el diablo no fue capaz de atacar. Tú fuiste la que destruyó con tanta facilidad a la propia imagen de Dios, al hombre. Fue por lo que tú merecías, la muerte, por lo que incluso el Hijo de Dios tuvo que morir. ¿Y todavía piensas en ponerte galas sobre las túnicas de tu piel?"
Con la llegada del Renacimiento, la historia de Adán y Eva pasó plenamente a ser un tema artístico muy popular, un excusa perfecta para plasmar la perfección del cuerpo humano. Algunos intelectuales, sin poner en duda la veracidad del relato, empezaban a plantearse preguntas peligrosas, que no podían ser realizadas en ámbitos públicos si no querían ser protagonistas de un auto de fe. Greenblatt dedica varios capítulos a John Milton, el creador del más bello poema dedicado a nuestros presuntos primeros padres. El paraíso perdido es la vez un canto a la fe y la libertad a la hora de interpretar la misma. El siglo XVIII, el de la Luces, sí que daría lugar a auténticas andanadas contra la ortodoxia católica, precedidas por la publicación del famoso Diccionario histórico y crítico, de Pierra Bayle y posteriormente del Diccionario filosófico, de Voltaire, mucho más irónico y directo en sus ataques a la religión. La puntilla a la credibilidad de la historia de Adán y Eva llegó con la publicación de El origen de las especies de Charles Darwin. Libro polémico como pocos, dotado de un rigor científico pocas veces igualada, la tesis de Darwin era absolutamente incompatible con la creación de seres humanos perfectos con el mismo aspecto del hombre actual: la evolución había sido un proceso lento y complicado, en el que no había lugar para un Creador de todas las cosas.
En cualquier caso, el remoto relato recogido al principio del Génesis, sigue manteniendo intacta su capacidad de fascinación porque, aunque no se pueda ya leer literalmente como un suceso real, sí que contiene enseñanzas muy profundas acerca de la naturaleza humana, del anhelo de conocimiento propio de nuestra condición y de la esperanza íntima que yace en cada uno de nosotros de que alguna vez seremos capaz de retomar nuestra originaria condición paradisíaca.
La leyenda de Adán y Eva, en el transcurso del tiempo ha ido variando. Hoy en día pensamos en un homínido africano valiente y viajero, más prosáico y menos místico, pero es una idea tentadora como la manzana de Eva
ResponderEliminarUn abrazo