Las imágenes del asesinato de John Fitzgerald Kennedy son parte de la historia del siglo XX, una película de horror impactante y real que marcó a una generación de estadounidenses que ya se habían acostumbrado al uso generalizado del medio televisivo. En cualquier caso, para el público fue un acontecimiento observado a cierta distancia, pero para Jacqueline Kennedy, la esposa del presidente, que iba sentada junto a él cuando fue asesinado, resultó un horror tan absoluto, que su vestido y su cabello quedaron empapados de sangre y trozos del cerebro de su marido. ¿Qué pasó por la cabeza de esa mujer en las horas posteriores y en los días siguientes? Esa es la pregunta que se hace Larrain y para intentar responderla dará voz a la joven viuda durante toda la película, a través de la entrevista privada que concede a un conocido periodista.
Las primeras horas después del asesinato se movieron entre lo trágico y lo patético, con una Jackie sumida en el estupor, todavía con la ropa manchada de sangre, mientras los miembros del gobierno y la seguridad se movían nerviosos a su alrededor, organizando la inmediata transición política. De pronto Jacqueline ya no era la primera dama, sino la primera viuda, pero nadie parecía darle prioridad a su dolor. Pronto se vio obligada a reaccionar, a proteger a sus hijos y, ante todo, a poner en valor el legado de su marido, un presidente joven al que alguien - todavía se especula sobre si detrás del crimen existieron poderes ocultos - había asesinado por motivos inexplicables.
Una semana después de los hechos, el duelo se transforma en obsesión por la posteridad, por rememorar los días felices de esa definición un poco cursi de su mandato, Camelot, obviando la sórdida historia de unos Kennedy que se movían en algunos ámbitos como una familia dominada por una desmesurada sed de poder. Al público estadounidense se le quiso vender la imagen dorada de un matrimonio joven que vive la culminación del sueño americano, pero la realidad era mucho más prosaica, puesto que el relato de Jackie debe omitir los continuos devaneos sexuales de su marido, un hombre cuyo comportamiento distaba mucho del de un esposo ejemplar. La posición de la protagonista era muy difícil, pues debía sobreponerse a su dolor, al trauma que le suponía haber vivido en primera persona un acontecimiento tan terrible y proteger al menos la imagen de una presidencia y una familia ejemplares. Algo que logró conseguir, al menos en parte. Larrain explica así los sentimientos de la ex primera dama:
"Creo que es el estudio de la sensibilidad de una persona, un estudio de su vida, de su duelo y es la historia de cómo una mujer supo unir a una nación. (...) Simplemente intenté mostrar circunstancias específicas sobre cómo una mujer y una familia pudieron superar momentos tan oscuros como los que les tocó vivir."
Jackie no es fime convencional. Todo se sostiene en la excepcional actuación de Natalie Portman, llena de matices, en la intuición de su personaje de que lo verdaderamente importante en la era de la imagen no es la estricta verdad, sino la versión de la misma que más conviene a la percepción que queremos obtener del público.
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