La primera experiencia frente al fuego enemigo debe ser algo verdaderamente insólito y violento para cualquier combatiente. El instinto de conservación activa todas las alarmas y muchos soldados solo quieren tirar las armas y salir corriendo, sobre todo cuando la mayoría de ellos, como sucedió en la Segunda Guerra Mundial, no eran profesionales. Quizá encontrar que la guerra difiere mucho del panorama que presentaban las películas de propaganda de la época sea lo que más impactaba. Leyendo Desertores, uno no puede evitar pensar cual sería la reacción propia frente a un bombardeo enemigo bajo el que tenemos orden de no retroceder. Esta situación se dio continuamente en los ejércitos estadounidenses y británicos que liberaron el Norte de África y Europa y se agravaba profundamente por la realidad de la escasez endémica de soldados para enviar al frente, por lo que los combatientes, en muchas ocasiones, permanecían semanas y semanas en el frente sin apenas descanso. Los soldados envidiaban profundamente a los miembros de los equipos de segunda línea (intendencia, hospitales, comunicaciones, administración), que raramente tenían ocasión de estar bajo fuego enemigo. John Bain, del Regimiento Gordon Highlanders en Normandía, resume bien las sensaciones de estar sometido al infierno durante cada minuto del día y la noche:
"El olor de la guerra era el mismo en todas partes: ese aroma dulce pero penetrante de la cordita, el miedo y la putrefacción. (...) la sensación de ser deshumanizado, reducido a poco más que una extensión de tu equipamiento y tus armas, la constante sensación de ser empleado como un objeto, de ser manipulado por manos invisibles y ciegas, controlado por una fuerza que es o bien maligna o bien estúpida, el sentimiento de estar agotado en una oscuridad metafórica y, bastante a menudo, literal, de estar extenuado, asustado, enfermo, a veces tan exhausto que uno se duerme de pie, como un caballo. E ignorancia. Una ignorancia pasmosa, penosa."
La consecuencia de esta falta de descanso en la tropa era la falta de moral y las continuas deserciones en la misma. Si bien los Aliados se aprovechaban de su superioridad numérica en armamento y en aviación para ir haciendo retroceder poco a poco a unos alemanes que luchaban en dos frentes, la infantería era la que se llevaba la peor parte en este esfuerzo. Muchos de sus miembros, cuando llegaban al límite de lo que es posible resistir, simplemente huían sin destino. Otros muchos planificaban mejor su fuga y se unían a redes criminales que operaban tras las líneas aliadas, viviendo del robo de suministros y vendiendo en el mercado negro, en muchas ocasiones en colaboración con mafias locales. Estos grupos resultaron ser un verdadero quebradero de cabeza para los oficiales aliados, que tuvieron incluso que desviar tropas para vigilar almacenes y combatir a los ladrones. La situación llegó hasta tal punto que, cuando los americanos llegaron a las fronteras de Alemania, carecían de suministros para aprovechar la situación con un avance decisivo.
Hubo también casos de soldados que, horrorizados por lo que veían día a día, se crearon nuevas vidas en territorio francés y se quedaron en los hogares de sus novias francesas, con las que tuvieron hijos, ocultando su identidad durante años. Charles Glass ha investigado muchas de estas historias, hasta ahora desconocidas y nos las ofrece de una forma un tanto desordenada, pero expuestas con el suficiente interés para que resulten apasionantes. Aunque solo un soldado estadounidense tuvo la mala suerte de ser ejecutado, después del correspondiente jucio, por cobardía ante el enemigo, fue al final de la guerra cuando los psicólogos y psiquiatras empezaron a darse cuenta de que muchos de estos casos de presunta cobardía no eran sino colapsos nerviosos, provocados por la lógica del miedo continuo a la muerte o la mutilación. Una política más humanitaria con los soldados, un tratamiento más personal y la garantía de frecuentes descansos lejos del frente hubieran sido muy efectivos en este sentido. Si algo consigue Desertores es que tomemos conciencia del infinito sacrificio personal que supuso para los soldados aliados (desde luego, también para sus enemigos), el combate continuado para hacer retroceder a la bestia nazi.
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