Un libro que contara la historia de todos los hombres, nombrando todos los detalles de su existencia, hasta los más nimios, sería infinito. Quizá narrar algo así era el sueño de Marcel Schwob, pero tuvo que conformarse con un proyecto mucho más modesto, aunque igualmente estimulante: contar las vidas de personajes que se mueven entre la realidad y el mito y otorgarles un halo literario que refuerce la heterodoxia del paso por el mundo de estos seres especiales.
Ni que decir tiene que podemos considerar a Schwob como una de las grandes influencias literarias de Jorge Luis Borges. Ese gusto por el detalle, por la ironía del relato y a la vez por la síntesis, por buscar la palabra perfecta que adorne una descripción, retratando a sus héroes o antihéroes con pinceladas muy precisas y casi poéticas. Aquí el arte de la escritura se está utilizando para la evocación de momentos irrepetibles. Sabemos que el autor francés parte de lo real para hacer volar su imaginación y penetrar en lo más íntimo de estos elegidos por la historia. Schwob elige a Eróstrato, destructor de una de las maravillas del mundo antiguo, a poetas, a herejes, a artistas y, en sus últimas narraciones, parece decantarse por los piratas. Acerca de la precisión casi quirúrgica de su literatura, escribió Remy de Gourmont, periodista y crítico de la época:
"El genio particular de Schwob es una especie de sencillez pavorosamente compleja, que hace que, mediante la disposición y armonía de una serie de detalles justos y precisos, sus narraciones den la sensación de un detalle único. La ironía de estos cuentos y relatos biográficos raramente aparece acentuada (...): por lo general es más bien latente, se difunde en sus páginas como veladura a primera vista apenas perceptible. Schwob, en el curso de su narración, nunca siente la necesidad de hacer comprender sus invenciones, no es en modo alguno explicativo, y ello aguza la impresión de ironía por el contraste natural que se descubre ante un hecho que nos parece maravilloso o abominable y la brevedad desdeñosa de un cuento."
Leer a Schwob es penetrar en un universo muy personal en el que lo importante no es el rigor histórico, sino el placer estético y el sentido - a veces moral, a veces meramente edificante -, del relato. Las ilustraciones de George Barbier, muy art déco, que embellecen la edición que yo he manejado ponen la guinda a una lectura muy variada, interesante y placentera.
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