Dice Mirce Eliade en El mito del eterno retorno, que hay leyendas que no necesitan del paso de siglos para consolidarse: la distorsión de lo que realmente pasó puede operarse en pocos años y quedar como algo cierto para mucha gente. Esto es precisamente lo que muestra John Ford en El hombre que mató a Liberty Valance: dos perspectivas distintas de unos mismos hechos a los que inmediatamente se les otorga un evidente halo de misticismo: por un lado lo que todo el mundo observa que ha sucedido y por otro, lo que ha sucedido realmente. Por supuesto, la primera historia es mucho más espectacular, más en la línea de la forja de un héroe que llega un día a un pueblo remoto del Oeste sin nada, después de haber sido atracado y agredido, y termina matando en un duelo al bandido más peligroso de los contornos. La verdad es mucho más prosaica, aunque igualmente interesante e incluso más novelesca, pero cuando algo se convierte en leyenda, la verdad poco tiene que hacer.
Tom Doniphon, ese es el nombre que desencadena toda la trama. Un senador de Estados Unidos, hombre ya muy maduro, llega a un pueblecito del Oeste, ya prácticamente civilizado para asistir al funeral de Doniphon. Hay una historia detrás de este hecho y un periodista quiere saberla. Ransom Stoddart, el senador, llegó hace décadas como joven abogado lleno de ambiciones a aquel lugar perdido, en el que imperaba la ley del más fuerte. Poco a poco, se irá dando cuenta de que sus libros de leyes son papel mojado en una tierra que ni siquiera se ha constituido todavía en Estado de la Unión. Lo único que puede hacer valer cualquier derecho es el hecho de blandir un revólver. Y en eso, pocos son mejores que Tom Doniphon, un vaquero hecho a sí mismo, valiente, hábil y también un poco ingenuo, enamorado de una muchacha que pronto va a poner sus ojos en la antítesisde Doniphon: Stoddart puede ser alguien torpe y demasiado civilizado, pero es el hombre que la va a enseñar a leer. Además, es un tipo tan valiente que es capaz de llegar a la temeridad con tal de que prevalezca su idea de justicia.
Después está Liberty Valance, el representante de la fuerza, el bandido al que todos temen y que se pasea impunemente por el pueblo pavoneándose de sus hazañas, el tipo que sería capaz de matar a alguien por un filete... Lee Marvin encarna al malvado perfecto, peligroso y a la vez odioso, al malvado que está justificado matar, porque es una alimaña sin redención posible. El héroe va a ser Stoddart, el ganador, el que se lleve todos los honores y el que será lanzado a una exitosa carrera política. Mientras tanto, Doniphon, el rudo y noble Doniphon siente que lo ha perdido todo a manos de su inconsciente rival. Pero la grandeza del personaje que encarna John Wayne consiste en, después de un arrebato de rabia, aceptar su destino y echarse a un lado, mientras el mundo que conoce, el del salvaje Oeste, va también desapareciendo y siendo sustituido por la aburrida civilización.
El hombre que mató a Liberty Valance es, quizá, el western más perfecto jamás filmado. Equilibrado en todos sus elementos, perfectamente dirigido y mostrando a unos personajes humanos y profundos, la obra de John Ford alcanza con esta película una de sus cumbres. A pesar de ser visionada una y otra vez, la estupenda resolución final sigue sorprendiendo a cualquier espectador. Además, como propina, contiene una lúcida reflexión sobre el oficio de periodista, en unos tiempos en los que el concepto de ética profesional estaba en pañales: decidir si se cuenta la verdad o se mantiene la leyenda que embriagó a tantos lectores parece una elección obvia en la película, pero no lo sería tanto si el conflicto se suscitara en nuestros días.
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