martes, 11 de octubre de 2016

UN MONSTRUO VIENE A VERME (2016), DE JUAN ANTONIO BAYONA. LA MUERTE Y SUS METÁFORAS.

Todos sabemos que vamos a morir, menos los animales y los niños. La relación de un niño con la muerte es episódica, pero cuando sucede, la extrañeza ante el fenómeno puede ser absoluta. No es un hecho concebible. Ni siquiera cuando somos adultos la aceptamos al cien por cien, puesto que apenas podemos soportar la idea de que es el futuro cierto que nos espera a todos. El fallecimiento de un ser querido es un momento especialmente difícil, para el que jamás podemos estar preparados. La muerte es un monstruo que devora la existencia, que establece un límite a un ser irrepetible, una idea tan real como aparentemente absurda. Por eso nos cuesta tanto acostumbrarnos a la ausencia de alguien, porque hemos trasladado nuestra idea de la propia inmortalidad al ser querido. Para un niño - yo he tenido la inmensa suerte de no tener que vivir la experiencia a esas edades - la pérdida de alguien tan cercano como la madre constituye un inmenso trauma. Y si el niño es ya casi un adolescente, que empieza a comprender la dimensión de lo que está sucediendo, el trago puede ser incluso más difícil de superar. La crueldad de la existencia en todo su esplendor, sobre todo si la muerte sobreviene a través de una enfermedad terminal. Susan Sontag lo expresa muy bien en su ensayo La enfermedad y sus metáforas:

"La enfermedad es el lado nocturno de la vida, una ciudadanía más cara. A todos, al nacer, nos otorgan una doble ciudadanía, la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos. Y aunque preferimos usar el pasaporte bueno, tarde o temprano cada uno de nosotros se ve obligado a identificarse, al menos por un tiempo, como ciudadano de aquel otro lugar. (...) es casi imposible residir en el reino de los enfermos sin dejarse influenciar por las siniestras metáforas con que han pintado su paisaje."

Un monstruo viene a verme se ocupa de estos temas a través de una metáfora tan efectiva como excesiva. La idea de la que parte es excelente: el niño sufriente que quiere evadir la realidad a través de un personaje monstruoso creado por su imaginación, que le cuenta historias en buena medida también metafóricas, con el objetivo de que el joven Conor acabe contando la suya propia. Lo malo de la propuesta de Bayona no es lo que cuenta, sino cómo se cuenta. Con una puesta en escena impecable y una integración perfecta de los efectos especiales al servicio de la narración, la película se pierde en lo reiterativo, en unas escenas que son espejos unas de otras, provocando cierto hastio en el espectador. Pero lo peor no esto, sino que el director abunda en un defecto ya detectado en su anterior obra, la exitosa Lo imposible: su vocación lacrimógena. Bayona hace precisamente lo imposible para que el espectador sienta pena por el niño, apelando de manera brutal a sus sentimientos. Primeros planos del rostro de Conor, del sufrimiento de una madre sometida al cruel proceso de una enfermedad terminal y de la pena que transmiten ambos a los que le rodean. Y para más inri, resulta que el protagonista es un niño que sufre acoso escolar (situación que, por cierto, se resuelve de una manera bastante ridícula).

Así pues, Un monstruo viene a verme se nos presenta como una gran producción comercial que apela constantemente de manera bastante forzada (casi manipuladora) a quienes ven la película, controlando sus reacciones y poniendo toda la carne en el asador para que se identifiquen con la tragedia de Conor. Y tengo que decir que, cuando terminó la proyección, fui testigo de que dicho objetivo se había conseguido de una manera casi unánime. Si a la mayoría del público le gusta esta simplicidad emocional, auguro un gran futuro a Juan Antonio Bayona, un director con un gran potencial que debe empezar a explorar caminos más complejos si quiere parecerse a su gran ídolo Steven Spielberg.

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