Las catástrofes ecológicas no tienen por qué ser siempre provocadas por la mano del hombre. Un evento cósmico, como una fuerte tormenta solar, podría alterar el frágil equilibrio que mantiene a nuestro planeta como un lugar habitable y acogedor para la raza humana. Precisamente esto es lo que nos explica Ballard que sucede en su novela-hipótesis: la atracción gravitatoria se vuelve más débil y las temperaturas empiezan a subir, provocando que los polos se derritan, dejando bajo el agua a buena parte de las poblaciones costeras, cambiando para siempre la geografía y dejando inhabitable buena parte del planeta. Gran parte de la población se ha desplazado a los polos, los únicos lugares donde todavía la temperatura es soportable, pero el futuro se presenta muy negro para nuestra especie. Los reptiles vuelven a ser la forma de vida dominante en la Tierra.
El mundo sumergido nos presenta una expedición científica que se ha asentado durante un tiempo en un Londres devastado e irreconocible. La antigua capital británica ha sido devorada por enormes lagunas de las solo sobresalen sus edificios más altos. Lagartos, caimanes y toda clase de alimañas se mueven a sus anchas por lo que hasta hace unas décadas fue una de las urbes orgullo de nuestra civilización. Los hombres se mueven entre la indeferencia y la melancolía, sabiendo que, después de muchos siglos, van a ir cediendo puestos en la pirámide de la escala evolutiva. Kerans, el protagonista, ha empezado a tener unos extraños sueños en los que se siente parte de la nueva situación, como unas reminiscencias de nuestro pasado común reptiliano que hubieran quedado almacenadas durante generaciones en lo más profundo de nuestro cerebro:
"Kerans se sentía cada vez más como un náufrago abandonado en el mar del tiempo, enclaustrado en una masa de realidades disonantes de las que estaba separado por un abismo de millones de años."
Es indudable que la prosa de J.G. Ballard es exquista, sobre todo cuando dedica su talento a describir los paisajes apocalípticos que ha provocado la subida de las aguas. Resulta especialmente fascinante cómo el hombre acaba siendo descrito como una forma de vida similar a cualquier otra, sometida a las crueles leyes que exigen a toda criatura adaptarse a situaciones siempre cambiantes o perecer. Nuestra inteligencia parecía haber ganado definitivamente la partida a la evolución pero, como sabemos, cualquier alteración de los equilibrios que nos mantienen como el equipo ganador podría llegar a revertir nuestra ventajosa situación. Pero lo que falla en El mundo sumergido es precisamente la narrativa. Ballard no logra aquí hilvanar una historia medianamente interesante más allá del escenario donde ésta tiene lugar. Hasta su evocación de El corazón de las tinieblas resulta bastante fallida. En cualquier caso, la novela resulta una puerta de entrada perfectamente válida a la obra de uno de los escritores más influyentes del siglo pasado y es capaz de abrir el apetito hacia obras más maduras y de elaboración mucho más equilibrada, sin abandonar la obsesión del escritor británico por las posibles catástrofes que podrían asolar nuestro planeta.
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