Leer a Franz Kafka es acercarse a uno de los mundos creativos más fascinantes de la literatura. Quizá la clave de la adicción que produce acercarse a un escritor a la vez tan hermético y transparante esté en su magistral exploración de aquellos aspectos vitales que tendemos a ocultar en nuestra vida cotidiana, en nuestra relación con los demás. La idea de angustia, esa compañera que suele acompañar de manera más o menos oculta todos nuestros pasos en este mundo, está siempre presente en cualquier escrito de Kafka. La angustia de las relaciones familiares, la del trabajo diario, la del cumplimiento de la ley, la que rige las relaciones con las autoridades con capacidad de castigo... Poco optimismo podemos encontrar en la literatura de quien ha terminado como el símbolo de la inseguridad del individuo, dotado de una escritura tan fría y sepulcral como algunos de los más tristemente célebres avatares del siglo XX, del que fue su profeta máximo. No obstante, para él la literatura lindaba con la idea de inmortalidad:
"La misión del escritor es convertir la mortalidad aislada en vida eterna, conducir lo casual a lo forzoso. El escritor tiene una misión profética."
Además, es paradójico, que en una carta a Felice Bauer, se describa a sí mismo como un muerto cuando está practicando dicha inmortalidad:
"Para poder escribir, tengo necesidad de aislamiento, pero no como un ermitaño, algo que no sería suficiente, sino como un muerto. El escribir, en este sentido, es un sueño más profundo, o sea la muerte, y así como a un muerto no se le podrá sacar de la tumba, a mí tampoco se me podrá arrancar de mi mesa por la noche."
Lo que es indudable es que Kafka sentía la necesidad de escribir, era un impulso superior a sus fuerzas. Esto quiere decir que principalmente escribía para sí mismo, quizá para ahuyentar sus fantasmas, aunque con las palabras plasmadas en el papel llegaran otros nuevos, en ocasiones más terribles. La conclusión más obvia de todo ello es que para él, todo lo que no significara la dedicación a la literatura era poco menos que un estorbo. Su tragedia es que para escribir, debía atender al resto de las obligaciones de la existencia y en demasiadas ocasiones esta simple realidad cotidiana se traducía en una especie de tortura, en una especie de vida mutilada. Este texto, perteneciente al relato Decisiones, resume su actitud ante la vida:
"Así, el mejor consejo es soportarlo todo, comportarse como una masa
pesada y sentirse desaparecido; no dejarse sonsacar ni un paso
innecesario; mirar al otro con mirada animal; no sentir arrepentimiento
alguno; en suma, aplastar con la propia mano lo que queda de la vida
como espectro, es decir aumentar la última tranquilidad sepulcral y no
dejar nada excepto eso."
Pocos como el escritor checo han sabido explorar las contradicciones del poder ligado a la burocracia. Kafka conocía bien los mecanismos que rigen ese mundo a través de su propio trabajo en una compañía de seguros. Además, los viajes comerciales a los que se veía obligado provocarían una reflexión del concepto de poder desde un ángulo distinto, desde la perspectiva de los Estados imperiales y su relación con los rincones que forman la periferia. El Estado sería aquí un ente monstruoso e inabarcable, de cuyas disposiciones llegan noticias en ocasiones, tarde y mal. Un concepto que influiría posteriormente de manera decisiva en la obra de Jorge Luis Borges (La construcción de la muralla china es un relato que podría haber sido firmado perfectamente por el argentino), quien dejaría escrito al respecto:
"Dos ideas —mejor dicho, dos obsesiones— rigen la obra de Franz Kafka. La subordinación es la primera de las dos; el infinito, la segunda. En casi todas sus ficciones hay jerarquías y esas jerarquías son infinitas."
Es indudable que en la colección de cuentos de Kafka existen algunos que son realmente emblemáticos, leídos y citados constantemente por cualquier amante de la literatura: Ante le ley, quizá su relato más enigmático (no el más terrible, pues en este apartado rivalizaría con algunos candidatos) y más contradictorio, del que se han extraído miles de conclusiones que jamás han podido llegar al fondo de su mensaje, Un artista del hambre o la obsesión por ejercitar una profesión, aunque dicho ejercicio carezca de sentido para el resto de la humanidad, o En la colonia penitenciaria, en el que Kafka no ahorra al lector la descripción pormenorizada de la más terrible de las torturas. Pero existen otros relatos mucho más desconocidos, como Fue en verano, cuyo breve texto resume extraordinariamente algunas de las obsesiones de Kafka: el acto inocente que resulta no serlo tanto, el ejercicio implacable de
la ley contra un ser insignificante que ha infringido un precepto
ignorado y que poco a poco va tomando conciencia de su terrible
situación. Un tema que está desarrollado con mucha más amplitud en El
proceso, pero que se expone con toda crudeza en este pequeño cuento.
¿Quién puede penetrar con absoluta certeza en las ideas de Kafka, en su conciencia? La mejor guía siguen siendo los textos del propio escritor, atreverse a acompañarlo como lector en sus tormentos, asomarnos como voyeurs literarios a su vida íntima, a sus angustias y al tormento y goce de su labor literaria. Todo esto puede sintetizarse en este fragmento de una carta que escribió a su gran amigo Max Brod:
"Hoy, durante una noche de insomnio, cuando todo iba para uno u otro lado en mis sienes doloridas, cobré de nuevo conciencia, algo que casi había olvidado en los últimos tiempos relativamente tranquilos, de la fragilidad o incluso de la inexistencia del suelo sobre el que vivo, de la oscuridad de la que emergen a su gusto oscuras fuerzas que, sin atender a mi balbuceo, destruyen mi vida. Escribir me permite seguir viviendo, pero sería más apropiado decir que permite que siga existiendo aquel tipo de vida frágil e inconsistente. Con ello no quiero decir, naturalmente, que mi vida sea mejor cuando no escribo. No, en ese caso es aún peor y absolutamente insoportable, y tiene que desembocar en la locura. Pero esto solo con la condición de que, como resulta ser en realidad, también soy escritor cuando no escribo; y en cualquier caso un escritor que no escribe es un absurdo que desafía a la locura."
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