Uno de los grandes aciertos de Momo,
esa estupenda novela de Michael Ende que puede ser leída con idéntico provecho
por gente joven y adulta, es la presencia de los hombres grises, unos seres
misteriosos que dicen trabajar para una institución llamada Banco del tiempo.
Los hombres grises se dedican a convencer a la gente de que hagan las cosas más
deprisa y se abstengan de todo lo que se considera superfluo (pasear, leer,
reflexionar), para conseguir ahorrar tiempo y gastarlo en el futuro. Aunque no
lo parezca, nuestra sociedad parece estar organizada con esta premisa. De la
mayoría de los ciudadanos se espera que se dediquen en cuerpo y alma a su labor
profesional, que sean productivos con la fórmula de consagrar horas y horas al
trabajo, descuidando con ello cualquier otra actividad, que se considera
secundaria. Nuestra existencia no está organizada para que podamos dedicar
tiempo a nosotros mismos, ya se entienda este concepto como estar con la
familia y los hijos, desarrollarse personalmente mediante la lectura y la
educación o simplemente meditar mirando pasar las nubes. Muchas de estas
actividades son tachadas de improductivas por una organización social en la que
lo único que parece contar es el beneficio económico, cuanto más rápido, mejor.
En la prensa es habitual leer, desde hace
unos cuantos años, el típico artículo en el que se aboga por la necesidad de
establecer unos horarios racionales en nuestro país, al estilo del resto de
Europa. Se habla de conciliación, de disfrute del tiempo libre y de comisiones
que están estudiando estos asuntos, pero nuestros políticos jamás parecen tener
tiempo para ponerse a ello. En una sociedad en la que existen unos niveles de
paro estratosféricos, parece una frivolidad hablar de mejorar las condiciones
de quienes tienen la suerte de trabajar, pero es evidente que la reducción de
horarios y la ampliación de espacios de ocio crearían nuevos alicientes
económicos que llevarían a la creación de nuevos empleos. Lo cierto es que,
aunque nadie se atreve a decirlo abiertamente en el ámbito laboral, los
horarios de quienes trabajan suelen resultar agotadores y los niveles de
resignación de quienes no encuentran trabajo, cada vez más acusados, no son
precisamente un estímulo para sentirse parte útil de la sociedad. Coordinarse y
conciliar horarios en una pareja con hijos cuyos dos miembros trabajan resulta
una misión imposible. La impresión de mucha gente es que no viven jamás el momento,
sino que habitan en una perpetua sensación de ansiedad, planificando a toda
velocidad la manera de abordar en las siguientes horas una abrumadora cantidad
de obligaciones.
Elogio de la lentitud se inscribe en el
marco de otros títulos que pretenden que reflexionemos acerca de nuestras vidas
en el acelerado mundo occidental y sentar las bases de un cambio hacia una
organización social más humana, como La economía del bien común, de
Christian Felber, Ansiedad, de Scott Stossel, Superficiales, de Nicholas Carr
o Sonríe o muere, de Barbara
Ehrenreich, ensayos llenos de sentido común que fundamentalmente hacen un
llamamiento a que no desperdiciemos nuestras vidas. Honoré tiene razón en el
diagnóstico, cuando estima que nuestras existencias se han acelerado en las
últimas décadas hasta límites poco compatibles con una vida psicológicamente
sana. En una entrevista concedida al blog La nueva ilustración evolucionista,
el autor expone su declaración de intenciones:
"Sí, creo que estamos llegando al
punto en el que el mundo es simplemente demasiado rápido para los seres
humanos. Se pierde el arte de vivir . Cada momento del día se siente como una
carrera contra el reloj hacia una meta que jamás parece poder alcanzarse. Esta
cultura de correcaminos está afectando en todo, desde la salud , la
alimentación y el trabajo a nuestras comunidades, nuestras relaciones y el
medio ambiente. La crisis económica de los últimos años es un agudo toque de
atención, un recordatorio de que nuestro modo acelerado de vida es pernicioso y
en última instancia insostenible. La economía consistía toda ella en
crecimiento rápido, ganancias rápidas y consumo rápido - y miren la forma en
que casi nos ha conducido a un apocalipsis económico.
La gente está empezando a entender que
necesitamos un cambio profundo en la forma en la que llevamos nuestras
economías y sociedades, y en la forma en que convivimos. Hay una verdadera
hambre de cambio, de hacer las cosas de manera diferente, para vivir a la
velocidad adecuada en lugar de tan rápido como sea posible.
La lentitud no es una moda sobre la
que leas en el periódico dominical, que desaparecerá dos meses más tarde. Yo
creo que es una filosofía de largo alcance que puede cambiar el mundo."
El libro de Honoré fue un gran éxito a nivel
mundial, lo que ayudó a difundir los principios del movimiento Slow. Hasta
la llegada de la Revolución Industrial, una organización tan estricta del
tiempo como la que estamos acostumbrados era impensable. El reloj dicta la
llegada de nuevas obligaciones, de nuevas servidumbres. Hasta los niños se ven
abrumados por la cantidad de actividades extraescolares a las que se les
obliga, en parte para que aprendan a ser competitivos, en parte para ajustar su
horario al de sus padres. Los días de diario se consagran casi absolutamente al
trabajo y en los festivos es necesario limpiar, comprar y hacer todo lo que no
se ha tenido tiempo los días anteriores. Poca gente puede permitirse el lujo de
pasar tiempo consigo mismo, relajarse o dar un simple paseo por el placer de
caminar:
"Desplazarse a pie también puede
ser una experiencia meditativa, que fomenta un estado de ánimo caracterizado
por la lentitud. Cuando caminamos, somos conscientes de los detalles a nuestro
alrededor: los pájaros, los árboles, el cielo, las tiendas, las viviendas, el
prójimo... Establecemos relaciones."
Leído a doce años vista, Elogio de la
lentitud ha conseguido que sus principales postulados sean materia de vez
en cuando como rellenos del telediario o en las páginas de psicología de los
suplementos semanales de los periódicos, pero no ha conseguido calar en la
mayoría de la población, cuya prioridad sigue siendo ganar más dinero para
consumir más, aunque la calidad de vida se resienta. Si algo nos ha enseñado la
reciente crisis económica es que el trabajo es un bien escaso (excepto para
quien lo ejerce, para quien pasa a ser el motor principal de su existencia),
por lo que se aceptan cualquier tipo de condiciones con tal de cobrar un
salario. Además, la llegada de las nuevas tecnologías vinculadas con el
teléfono móvil y las tablets hacen que apenas desconectemos, más bien se trata
de instrumentos que nos incitan a que realicemos varias tareas a la vez y no
nos concentremos en ninguna. La palabra lento suele usarse como
despectivo, rápido se utiliza en demasiadas ocasiones como sinónimo de eficaz.
Basta con conducir durante un tiempo para darse cuenta de las barbaridades que
hace la gente en nombre de la idea absurda de ganar tiempo al volante.
En cualquier caso, una lectura atenta del
ensayo de Honoré desvela un libro con muy buenas ideas, pero que no siempre se
atreve a llevarlas hasta sus últimas consecuencias. En muchos capítulos,
dedicados sobre todo a glosar ejemplos prácticos del movimiento Slow,
parece que va más a los gestos simbólicos que al abordaje concreto de un
problema que afecta a la gran mayoría de la gente. Es posible que a una
trabajadora con dos hijos, cuyo marido también trabaja, le venga bien media
hora de yoga, por ejemplo, pero esta práctica apenas aliviará el grueso de sus
dificultades vitales. Tampoco que un ejecutivo se tome diez minutos de su
jornada de doce horas para reflexionar en una habitación silenciosa. Son los
gobiernos los que deberían ponerse a analizar con profundidad el problema y
establecer una legislación más humana al respecto. No se trata, como bien
apunta el autor, de destruir el capitalismo, sino de transformarlo en un
sistema más llevadero:
"Tampoco el movimiento Slow es
enemigo del capitalismo. Por el contrario, le ofrece un chaleco salvavidas. En
su forma actual, el capitalismo global nos obliga a fabricar más rápido,
consumir más rápido y vivir más rápido, al coste que sea. Al tratar a la gente
y el entorno como valiosos, más que como elementos de los que puede
prescindirse, una alternativa lenta podría hacer que la economía trabajara para
nosotros, y no viceversa. El «capitalismo lento» podría significar un
crecimiento inferior, algo difícil de fomentar en un mundo obsesionado por el
índice Dow Jones, pero la idea de que en la vida hay algo más que lograr un
máximo PIB o ganar la carrera de ratas, está consiguiendo cada vez más adeptos,
sobre todo en las naciones más ricas, donde aumenta el número de personas que
están considerando el elevado coste de sus frenéticas vidas.
En nuestra época hedonista, el movimiento Slow se guarda en la manga un as de marketing: ofrece placer. El dogma central del movimiento Slow es el de tomarte el tiempo necesario para hacer las cosas como es debido y, en consecuencia, disfrutar más de ellas. Sea cual fuere su efecto sobre el balance económico, la filosofía del movimiento Slow proporciona las cosas que realmente nos hacen felices: buena salud, un medio ambiente en buen estado, comunidades y relaciones fuertes y vernos libres del perpetuo apresuramiento."
Mención aparte merece su apuesta por terapias
alternativas que se han demostrado anticientíficas, como el reiki o la
homeopatía, auténticas falacias que poco tienen de curativo más allá del efecto
placebo que puedan producir en algunos. Respecto a la necesidad de ser dueños
de nuestro tiempo, sigue siendo más recomendable la lectura del estimulante Elogio de la ociosidad, de
Bertrand Russell o El derecho a la pereza, de Paul
Lafargue..
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