miércoles, 24 de febrero de 2016

EL SUPERHOMBRE DE MASAS (1978), DE UMBERTO ECO. LOS HÉROES DE LAS MIL CARAS.

La muerte de Umberto Eco nos deja huérfanos de uno de los apóstoles de la cultura que quedaban en Europa. Eco era un escritor prolífico, pero sobre todo - como Borges - era un lector voraz, de esos que parecen haber arrasado bibliotecas enteras. Pero el sentido de sus lecturas era absolutamente generoso, pues sus novelas y ensayos se veían enriquecidos por una erudición absolutamente maravillosa, que logró llegar al gran público con el éxito que supuso El nombre de la rosa, una narración policiaca que a la vez describía profusamente la vida, ideología y formas de vida en una abadía medieval. A partir de ahí se convirtió en una presencia habitual en los medios de comunicación y él aprovechó su popularidad, como hacen los buenos intelectuales, para intentar estimular el sentido de la maravilla de la lectura en aquellos que no se acercan habitualmente a los libros, aunque sus auténticos devotos eran precisamente los lectores habituales, aquellos que lo admiraban y lo envidiaban: un hombre que se pasaba la vida rodeado de volúmenes de todas las épocas, que sabía extraerles todo su jugo y que no hacía ascos a géneros más populares, como el cómic o la novela de kiosko.

Precisamente El superhombre de masas es una recopilación de ensayos en torno a las novelas populares que empezaron a generalizarse en el siglo XIX, aquellas que iban dirigidas a la gente común y que pretendían estimular sus emociones para que se sintieran identificados con sus protagonistas y - por supuesto - quedaran prendados de los personajes y no pudieran pasar sin comprar la siguiente entrega. Antes de la llegada de la televisión y de la radio, este género era la única vía de escape de millones de vidas duras y grises. Identificarse, aunque solo fuera por unas horas, con seres tan especiales como D´artagnan o cualquiera de las criaturas de Dickens significaba una desconexión con lo cotidiano. Y en este sentido, estas narraciones funcionaban como mecanismos de relojería:

"La química no falla. Y como existe también una química de las emociones, y uno de los compuestos que, según una tradición muy antigua, suscitan emociones es una intriga bien trabada; cuando una intriga está bien trabada, suscitará las emociones que se había propuesto tener como efecto. Después (...) siempre podremos criticarnos por haberlas sentido, o criticarlas tachándolas de repelentes, o criticar las intenciones con las que ha sido montado el mecanismo que las ha provocado. Pero ese es otro cantar. Una intriga bien urdida produce alegría, terror, piedad, risa o llanto."

La novela popular tiende a dejar al lector en paz consigo mismo, en mostrar que el mundo puede ser un lugar peligroso y revuelto, pero siempre existen héroes que devuelven las aguas a su cauce. Esto no suele suceder con la novela más seria e intelectual, que suele dejar en quienes se acercan a ella un poso de desasosiego, un bagaje con más preguntas que respuestas. Si bien en la narración destinada al gran público caben las sorpresas, estas suelen ser tópicas e integradas dentro del esquema repetido con el que se suelen construir estas tramas. Cuando se da con la tecla de lo que le gusta a la mayoría de la gente (y hoy día vemos esto en nuestras salas de cine) las variantes sobre una misma sinopsis suelen llevar al mismo resultado:

"El placer de la narración (...) es proporcionado por una vuelta a lo ya conocido, regreso cíclico que se verifica en el seno de la propia obra narrativa, como en el seno de toda una serie de obras narrativas, mediante un juego de referencias y complicidades de una novela a otra."

Mención especial en un volumen tan singular como El superhombre de masas, que da continuidad en cierta manera a los argumentos expuestos anteriormente en Apocalípticos e integrados, es el extenso capítulo dedicado a las novelas que Ian Fleming dedicó a James Bond, un mito capaz de sobrevivir al paso del tiempo y adaptarse al gusto del público década tras década. En el análisis de Eco se vislumbra un gran amor por el personaje, de cuyas novelas extrae un argumento repetitivo, pero siempre efectivo. Que Bond siga alimentando en nuestros días las más inconfesables fantasías masculinas y femeninas dice mucho de nuestros esquemas mentales básicos, que resisten impertubables a nuevas modas y tecnologías. Las tesis que plasmó Joseph Campbell en El héroe de las mil caras, siguen tan vigentes como en siglos anteriores.  

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