Hay películas que trascienden el mero arte cinematográfico (y eso no quiere decir que sean mejores o peores) y son capaces de hilvanar un fino análisis de la sociedad del momento en el que son estrenadas. Esto es lo que sucede con esta obra de Paolo Virzi, una historia que ofrece pocas concesiones en la crítica a nuestra forma de vida, a nuestros anhelos, a la comunidad que hemos ido poco a poco construyendo cuyo dios supremo es el dinero, que gobierna junto a otros dioses menores: el poder, la belleza, la fama y el lujo. Con la destrucción progresiva del Estado regulador y redistribuidor, estamos alcanzando la utopía neoliberal organizada por la famosa mano invisible de Adam Smith. Y resulta que nos encontramos con algo más cercano a una forma siniestra de anarquía, en una lucha de todos contra todos en las que no existen demasiados límites a la hora de alcanzar los bienes supremos con los que la publicidad nos machaca a todas horas.
Porque Virzi afina la puntería al presentarnos a un personaje como Guglielmo Pirelli, un Gordon Gekko a la italiana o, para que nos entendamos mejor en referencia a nuestro pais, una especie de Ruiz-Mateos de aspecto más atractivo y liberal, pero fabricado con los mismos materiales: el afán de superioridad, el discurso confuso y técnico del especulador profesional y el egoísmo supremo que solo mira al propio beneficio, llevándose por delante a quien haga falta después de haberlo seducido con sus modos de nuevo rico. Es evidente que tanto fulgor es capaz de cegar a un hombre simple, italianísimo, como Dino Ossola, un tipo que ha conseguido ahorrar algo de dinero y se lo va a confiar a Pirelli, creyendo en las promesas de rentabilidad del cuarenta por ciento anual. Un detalle que hace de esta película un retrato aún más escabroso y realista: Pirelli está apostando por el hundimiento del Estado italiano para sacar réditos a sus propios fondos de inversión, algo que los especuladores suelen hacer sin ningún rubor. Sin comentarios.
Pero El capital humano es mucho más que una simple fotografía precisa de nuestro tiempo. Se trata de una película inteligentemente construida, repleta de personajes muy bien desarrollados, de los que querríamos saber mucho más (me he sorprendido pensando, mientras la veía, en lo bien que le hubiera venido una serie a esta historia y a estos personajes y aprovecho para mencionar la excelencia del trabajo interpretativo de Valeria Bruni Tedeschi, la hermana de Carla Bruni), que parte de un hecho que ya hemos presenciado antes en algunas de nuestras excursiones cinematográficas: un incidente de tráfico en el que acaba muriendo un ciclista, un humilde camarero que volvía a casa después de soportar largas horas al servicio de los protagonistas. Por suerte, el Estado todavía tiene algo que decir al respecto y abre una investigación al respecto. Esto desencadena entre los miembros de la casta superior que podrían haberse visto implicados, movimientos defensivos y de resguardo de la posición propia, a costa incluso de traicionar a sus seres más cercanos.
El darwinismo también se desencadena con fuerza ante un peligro imprevisto. El director nos muestra el suceso desde varios puntos de vista, vamos comprendiendo mejor lo que ha sucedido y al final sabemos quien ha sido el culpable, pero eso es lo que menos importa. Lo verdaderamente fascinante es contemplar las relaciones en el interior de este ecosistema humano que son quienes están por encima de nosotros y también somos nosotros mismos. Porque ellos, los del mundo del poder, los del mundo del dinero, son un reflejo de nuestras propias ambiciones, de nuestra propia moral como pueblo llano al que se le otorga el gran privilegio de votar cada cuatro años. La historia transcurre en un país aún más corrupto que el nuestro, en una Italia absolutamente desarticulada, en manos de especuladores, mafiosos y amplias redes de clientelismo. Pero no es difícil vernos reflejados en el espejo italiano. Nada difícil, por desgracia, puesto que prácticamente nuestra sociedad también ha arribado a ese puerto y ha quemado las naves que podrían alejarnos de él.
Es una lástima que una película como El capital humano haya pasado tan desapercibida en nuestra cartelera. Es de esas obras de factura impecable que saben hurgar en nuestras heridas sociales, con un equilibrio estupendo entre sátira y crudo realismo. Se trata de una de las grandes producciones de esta temporada.
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